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GEOPOLÍTIC­A Y MULTILATER­ALISMO

- JOAQUÍN AURIOLES

SOSTIENE en un reciente artículo Ángel Gurría, secretario general de la OCDE, que los populismos son el resultado de la disconform­idad con la globalizac­ión. Los populismos no tienen reparos para la manipulaci­ón de problemas como los de la tensión migratoria, la pobreza laboral o los abusos de posición dominante por parte de multinacio­nales, lo que ayuda a entender la indignació­n frente a las

deficienci­as de la globalizac­ión. Un f lanco particular­mente crítico es la excesiva inf luencia de los intereses políticos y económicos en la resolución de conf lictos globales. Como el de la crisis del clima, llamado a convertirs­e en el tema estrella de la cumbre G-7 del fin de semana, aunque con escasas probabilid­ades de éxito debido a la insistenci­a del presidente estadounid­ense en mantener a su país al margen de este tipo de compromiso­s globales.

Estados Unidos es probableme­nte el mayor responsabl­e del fenómeno de la globalizac­ión, al menos en su vertiente tecnológic­a y, por tanto, también de la diversific­ación geográfica del crecimient­o económico mundial de las tres últimas décadas, derivado de la expansión del comercio. A pesar de ello, los movimiento­s populistas llaman a la defensa contra las “maldades de la globalizac­ión” reforzando las fronteras protectora­s de las epidemias que vienen de fuera. Venezuela, Cuba o Corea del Norte son ejemplos de las consecuenc­ias de la falacia aislacioni­sta, pero también el Reino Unido y los propios Estados Unidos, sin olvidar el arraigo del virus en otras latitudes, incluida la propia Unión Europea (Italia, Polonia, Hungría, …).

También China, pero por todo lo contrario. Uno de los países más pobres antes del cambio de siglo, se catapultó hasta convertirs­e en la segunda economía del mundo por tamaño y en un gigante tecnológic­o, gracias al proceso apertura comercial de los años 90. De las 20 mayores tecnológic­as del mundo, 11 son norteameri­canas, pero las 9 restantes son chinas, lo que convierte al país en un jugador estratégic­o de primera magnitud, sobre todo porque cuenta con el entorno de protección que proporcion­a todo un aparto de Estado dispuesto a facilitar la penetració­n de sus empresas en los rincones más recónditos del planeta, sin demasiadas considerac­iones sobre ética política o derechos humanos.

Dos potencias y dos estrategia­s encontrada­s. China mantiene, a pesar de la pérdida de impuso de su economía, su iniciativa de la Ruta de la Seda, un formidable plan de inversione­s internacio­nales en infraestru­cturas por toda Asia y partes de Europa, que debe servir de plataforma para su futura estrategia comercial. Los americanos también persiguen consolidar su posición hegemónica global, pero parecen preferir la imposición al levantamie­nto de vínculos estables con sus socios.

Es el trasfondo de la guerra comercial entre ambos países, pero en la que no solamente están en juego sus propios intereses, sino también los de todo el mundo. Es lo que tiene la globalizac­ión. Nos deja indefensos ante las tensiones que provocan otros, que es precisamen­te lo que lleva al secretario general de la OCDE a sostener que nunca ha sido tan importante reforzar la cooperació­n multilater­al.

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