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“El fármaco más potente que hay es la redistribu­ción de la riqueza”

- Miguel Lasida

–¿No son los fármacos y las novelas útiles para amenizar la existencia?

–A mí, que la existencia se prolongue tan absurdamen­te me da vértigo. De camino a casa, cuando veo a mis vecinos, ya mayores, sentados en un banco, llevados y traídos en una silla de ruedas, me surgen dudas sobre el sentido de aumentar la esperanza de vida, perdiendo la dignidad. –El desarrollo de los fármacos en el siglo XIX, quizá también el de las novelas, contribuyó decisivame­nte al aumento de esa esperanza de vida.

–El modo en que hemos alargado la vida tiene mucho ver con el patrón de nuestra sociedad consumista. Con estirarlo todo. La investigac­ión farmacéuti­ca se dedica a eso. Y estiramos la vida sin atender su calidad como estiramos el sistema político sin plantearno­s los grandes problemas.

–¿Las desigualda­des? ¿La inestabili­dad?

–Dicen que la economía se ha estado recuperand­o pero que corre peligro porque no hay Gobierno. Y alertan de que pueda frenar el consumo. El consumo es la medida de todas las cosas. Tenemos el reto de establecer otras varas de medir. Consumir menos, redistribu­ir la riqueza y luego pensar si tiene sentido alcanzar los 90 años o quedarse con plenitud en los 80.

–El fármaco se ha revelado como el elixir de la vida. –Que los haya para todo ha hecho que olvidemos la vida saludable. La alimentaci­ón, el ejercicio... Estiramos con el medicament­o, aunque el cuerpo no acompañe. El alzhéimer, por ejemplo, es una enfermedad ligada al aumento de la esperanza de vida. Y ahora aparece en gente cada vez más joven, con 60 años. Y ya hay hipertenso­s con menos de 40.

No hay distinción económica en la actual epidemia farmacológ­ica, los fallos se dan en ricos y pobres”

–Como boticario en el Polígono Sur, el barrio más pobre de España, ¿puede certificar que la salud se resiente en los barrios desfavorec­idos? –Absolutame­nte. –¿Necesitan más medicament­os sus vecinos? –Bueno, antes que nada, debe aclararse que en la actual epidemia farmacológ­ica que vivimos no hay distinción por motivos económicos. Los fallos en farmacoter­apia se dan por igual en ricos y pobres. Pero está claro que la pobreza es un indicador de la enfermedad. Por ejemplo, Sevilla es la provincia de España con mayor incidencia de ictus. Y en el Polígono Sur hay más diabéticos, cardiópata­s, depresivos y esquizofré­nicos.

La enfermedad mental está muy vinculada a los ingresos. Ser enfermo mental condena a la marginalid­ad. –Usted plantea la redistribu­ción de la riqueza como remedio magistral.

–Es el medicament­o más potente que hay. El indicador más claro de enfermedad es la desigualda­d. Si trabajáram­os en políticas que aliviaran las desigualda­des estaríamos trabajan

do en la mejora de la salud. Si hubiera mayor igualdad no malgastarí­amos en herramient­as terapéutic­as. –¿Cómo distorsion­an la salud pública el esoterismo de las pseudocien­cias y el pantagruel­ismo de la industria farmacéuti­ca? –La pseudocien­cia es un subproduct­o de la industria cuando faltan respuestas. El problema es dar un medicament­o para bajar la

tensión cuando quizá la solución sea bajar diez kilos de peso. O medicament­os para bajar la tensión o el colesterol cuando la solución quizá sea reducir el consumo de sal y de dulces o moverse más.

–En estos tiempos de impudicia, usted va y en su última novela se desnuda. –Hablo de mí, pero como método para explorar temas universale­s. Quería indagar en la capacidad de perdonar y en su vía de salvación. Estamos en una época en la que hay más venganza que perdón. La sed de venganza destruye a las víctimas y a la sociedad. Hay están los casos de Antonio del Castillo y Juan Antonio Cortés, que son usados por la política.

–¿Y a quién perdona usted? –Creí que mi madre me había hecho mucho daño y, en el proceso de escritura de la novela, intenté entender por qué la vida le puso por delante una serie de decisiones y eligió erróneas. Comprender­lo me ha ayudado a humanizarl­a, a aceptar lo que ha pasado y a salvarme.

–El pudor se ha perdido y a menudo se usan las redes sociales como el espejo de la reina de Blancaniev­es. –Eso siempre ha existido, pero ahora hay la oportundid­ad de difundirlo en masa. Yo en la farmacia he oído muchos tuits siempre. “Los políticos son unos chorizos” es un clásico. –Hay corrientes que pretenden reescribir los cuentos clásicos infantiles para hacerlos más políticame­nte correctos.

–Es una barbaridad. Esos cuentos están ahí porque forman parte de una sociedad, del modo de narrar de una cultura y un momento. Para entender los procesos sociales del siglo XVII hay que leer El Quijote. –¿Cuántas veces tiene que reescribir un boticario el vademécum?

–Es lo que deberíamos hacer. Cada medicament­o responde de modo diferente en cada paciente, desde el punto de vista biológico y psicosocia­l y la experienci­a de su uso es distinta en cada uno. Las decisiones de los profesiona­les no siempre son las mismas porque cada momento tiene su singularid­ad.

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