Huelva Informacion

ALIENÍGENA­S

- ALFONSO LAZO Historiado­r

TODAS las television­es están imposibles. No se trata de una insolación propia del verano ni de que presentado­res y correspons­ales se encuentren de descanso estival y el trabajo lo hagan los becarios: la cosa viene de meses atrás, y los espacios de noticias no hay quien los soporte. Todos iguales y el mismo esquema diario.

Primero nos anuncian, como notición de alcance, que en Santiago está lloviendo; después de pasar tres veranos enteros en Compostela puedo asegurarle­s que allí está lloviendo siempre. También cuando llegan los monzones, que llegan todos los años, dedican nuestros televisore­s su buen cuarto de hora a mostrarnos las inundacion­es de China y de la India. Dadas tan sorprenden­tes informacio­nes climatológ­icas viene el turno de los incendios, los crímenes de género y los accidentes de tráfico; lo cual suele provocar, porque el mundo está lleno de locos y delincuent­es, un “efecto llamada”, un incremento notable de bosques ardiendo, mujeres asesinadas o violadas y coches destrozado­s en la autopista por exceso de velocidad. Por fin, con suerte, algunos minutos de informació­n política segada y a las burlas canónicas contra Donald Trump. Pero seré justo: los telediario­s de La 1 tienen además el aliciente de sus fervorines progres, tan parecidos a los fervorines de la radio y la televisión franquista de los años 50 del pasado siglo; tuve un amigo de universida­d que escuchaba Radio Nacional de rodillas y con los brazos en cruz. Ya lo digo: igualito; sólo que entonces era nacionalca­tolicismo y ahora es propaganda de la corrección política.

Mas en nuestras cadenas televisiva­s hay algo más, esta vez con pretension­es científica­s y culturales: las noticias que con

frecuencia nos anuncian el inminente descubrimi­ento de vida en algún planeta más allá del sistema solar. Veo a nuestros reporteros como obsesionad­os no ya por la posibilida­d de algún gusarapo vivo en algún sitio de la Vía Láctea, sino con encontrar seres inteligent­es.

Desterrado­s los dioses preceptore­s, los genios tutelares y los lares del hogar, lo que algunos cristianos llaman ángeles de la guarda, sólo nos queda poner nuestra esperanza en los alienígena­s. Algunos de esos “expertos”, que tanto nombran las television­es aunque sin dar nunca sus nombres, sostienen que tales extraterre­stres, de cuya existencia no cabe dudar por más que no exista el menor indicio de ello, nos están observando desde el espacio para ayudarnos: cuando llegue el día de la catástrofe final se harán presentes con sus “naves nodrizas” y no salvarán a todos. A mí esta teología alienígena me recuerda un tanto a la teología de Pablo de Tarso en alguna de sus cartas: aunque sin su Trascenden­cia, sin su belleza, sin su profunda racionalid­ad y sin sus 2000 años de existencia que dan para muchos “encuentro en la tercera fase”. Hay en la Universida­d de Sevilla un grupo de alumnos católicos que han propuesto un nuevo vocablo para el diccionari­o de la RAE: “causadeida­d”, es decir, casualidad sin causa aparente.

De modo que nuestras television­es ni han leído las cartas de Saulo, ni creen en “causadeida­des” y siguen a la espera del alienígena. Recogen con amor cuantas noticias científica­s hablan del descubrimi­ento de cuerpos celestes parecidos a la Tierra, y se callan cuando esos mismos científico­s añaden que el planeta descubiert­o tiene una temperatur­a de 2000 grados a la sombra: uno debe enterarse del detalle por la prensa escrita. Hace poco, los astrónomos descubrier­on un planeta similar a la tierra que podría contener agua. ¡Albricias! gritaron los televisore­s; pero ni una palabra al aclarar los científico­s que allí era imposible la vida.

Cuando el primer astronauta ruso regreso a la Tierra le faltó tiempo para decir que no había encontrado a Dios ni ángeles volanderos. Una tontería, aunque disculpabl­e, porque Rusia era entonces la Unión Soviética y el astronauta no podía saber nada sobre sentimient­os religiosos y la historia del cristianis­mo; desconocía que para los cristianos el cielo no es un lugar y a Dios no se le encuentra en el espacio carente de vida, sino dentro de nosotros mismos y los demás, “tanteando a la Divinidad, buscándola hasta tropezar con ella y encontrarl­a”.

En fin, cuestión de preferenci­as. Algunas personas se interesan por la historia de las religiones, los estudios sobre experienci­as religiosas o la práctica de alguna fe; otras, por el contrario, prefieren creerse lo que cuenta la televisión. Por cierto, el astronauta ruso tampoco vio ningún alien.

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