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Los BAÑOS en el molino harinero de La Vega

Un mar junto a los esteros La dársena tenía 180.000 metros cuadrados disponible­s para el baño en los meses de verano, contando con una gran aceptación entre los vecinos de la zona

- EDUARDO J. SUGRAÑES edsugra@huelvainfo­rmacion.es

CUANDO aprieta el calor hay que buscar darse un buen remojón. En una ciudad como la de Huelva, no ha sido nunca difícil. Además de un chapuzón en alguno de los esteros tenían fama en el siglo XIX los baños en el Molino de la Vega que son anteriores a los más famosos Baños flotantes en la Ría, que fueron puestos en marcha en 1852 por la Sociedad Económica de Amigos del País.

Aquellos baños en aguas del río Odiel aprovechab­an las instalacio­nes que tenía el molino maquilero de la zona, del que habla Francisco Montero Escalera en 1955 en sus recuerdos en el libro Aires de Bacuta.

Aquel molino que le dio el antenombre a lo que todos llamaban La Vega que, como dice Montero Escalera, en 1876 estaba a cargo de “un tal José Pérez, apodado Tío Quico, de unos sesenta años de edad que tenía por ayudantes a dos sobrinos suyos y a José Mora El Marinero, también de la familia del Tío Quico”.

Diego Díaz Hierro ofrece otros datos en sus Temas de Huelva, de 19 de julio de 1963, en Odiel y señala que tiene datos de aquel molino desde el siglo XVIII y era propiedad del molinero Francisco

Martín, arrendatar­io del conde Saltés.

El molino harinero era el más importante de los tres que había en Huelva y se encontraba situado “entre el estero de San José y la llamada salida nueva lindante de Sarda donde se criaban excelentes lizas, robalos, bailas y lenguados, amén de los referidos camarones”, recuerda Francisco Montero.

Contaba con un edificio “de proporcion­es altas” y “estaba techado con rejas morunas”. Contaba con casa-habitación para el molinero y una espaciosa cuadra para las bestias de los arrieros que allí acudían con el grano.

Montero Escalera ofrece una idea de aquello al destacar que está “asentado todo en una lengua de tierra que se adentraba en el río ocupando un espacio de doscientos metros cuadrados”. Contaba con una dársena para el agua de las crecientes del río necesaria para el funcionami­ento del molino, con una extensión de 180.000 metros cuadrados, “rodeada de un muro bastante consistent­e”.

Esto venía a proporcion­ar un lugar magnífico para los baños que se ofrecían en tiempos de verano.

Baños populares para ambos sexos, separados convenient­emente, como recuerda Diego Díaz Hierro. En 1841, el gobernador dirigía al alcalde una comunicaci­ón de la que se infiere que por ser el molino de uso particular debe respetarse, sobre todo, “en las horas marcadas para baños de las señoras”.

El uso entre hombres y mujeres quedaba separado por los pudores de la época, aunque todo ello siempre estaba en conflicto. Así, en pleno verano de 1849, el alcalde recibe un oficio del Gobierno Político en el que se pide una mayor atención al respeto que en estos espacios se debía tener hacia las mujeres que toman el baño: “He llegado a entender que en los parajes donde se bañan los vecinos de esta capital (se refiere al citado molino y sus alrededore­s), no se guarda por los concurrent­es el decoro y compostura que correspond­e, reuniéndos­e ambos sexos en ofensa de la moral pública... Por tanto he acordado disponer que por usted se tomen las medidas oportunas... previniénd­ole al propio tiempo me comunique las resolucion­es que adopte con el fin expuesto...”.

Pero dónde estaba exactament­e aquel mar que ofrecía la dársena del molino en los meses de calor. Francisco Montero señala que aquella gran extensión utilizada por el molino fue expropiada una parte de la dársena unos 70.000 metros cuadrados por una sociedad formada por Gustavo Bran y Federico Llorén, que instalaron una fábrica de cemento. Aquella funcionó durante un corto tiempo y doce años más tarde los terrenos de la fábrica fueron comprados por Manuel Pérez de Guzmán para una fábrica de harinas que llamó La Luz.

El molino dejó de molturar en 1880, pasando a la propiedad de Gustavo Bran, que lo destinó a almacén de maderas.

Francisco Montero recuerda que aquellos baños en la segunda mitad del siglo XIX eran propiedad del industrial carpintero Manuel Mojarro, que utilizaban las mujeres por la cantidad de diez céntimos. Se supone que sería una zona más cuidada que la de los hombres.

El Marinero, junto con José Ortega, instalaron otros baños por los que se pagaba igual cantidad, “haciendo una recaudació­n diaria de unos dieciocho duros, lo que demuestra la afición por los baños que antiguamen­te tenía la mujer”, refiere Montero Escalera.

Una dársena que no solo era utilizada de manera reglamenta­da para los baños. Aquella gran extensión ofrecía la posibilida­d a otros chapuzones para aquellos de los jóvenes más atrevidos en la zona de las compuertas, que aprovechab­an su altura para tirarse a modo de trampolín, como se ve en la ilustració­n de estos Aires de Bacuta de Francisco Montero.

El remojón en la zona de baño tenía el módico precio de diez céntimos En el siglo XIX había dos espacios diferentes para el uso de mujeres y hombres

 ?? ‘AIRES DE BACUTA’, DE FCO. MONTERO ?? Ilustració­n de unos jóvenes saltando al agua desde las compuertas de la dársena del molino harinero de La Vega.
‘AIRES DE BACUTA’, DE FCO. MONTERO Ilustració­n de unos jóvenes saltando al agua desde las compuertas de la dársena del molino harinero de La Vega.
 ?? ARCHIVO E.J. SUGRAÑES ?? Instalacio­nes supuestame­nte en deshuso del molino de La Vega.
ARCHIVO E.J. SUGRAÑES Instalacio­nes supuestame­nte en deshuso del molino de La Vega.

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