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Un coro, un pueblo, una Virgen

La Palma del Condado y sus campanille­ros de la Virgen del Valle

- J. FERNANDO GABARDÓN Doctor en Historia del Arte. Profesor del CEU Sevilla

TODAVÍA recuerdo la primera vez que estuve en La Palma del Condado. No había terminado mi licenciatu­ra en Historia. Era un viaje casual. Me llamaron para elaborar un inventario de las obras que Enrique Orce realizó para la iglesia de San Juan Bautista en 1946; uno de esos trabajos que se pierden con el tiempo y un día los recuperan en cualquier limpieza de la casa.

Aparcamos muy cerca de la iglesia, descubrién­dose ante nuestros ojos una preciosa construcci­ón del siglo XVIII, enmarcada con una singular torre que Pedro de Silva realizase en 1759, siendo su primer maestro Francisco Díaz Pinto. En los fragmentos de recuerdos que llenan mi mente, surgen escenas fugaces de los pequeños caseríos que enmarcaban la plaza, en la que algunas ancianas sentadas se abanicaban para contrarres­tar los efectos del calor que estaba haciendo estragos en los primeros días del mes de agosto.

Habíamos quedado con el párroco de San Juan Bautista, aunque todavía contábamos con algún tiempo para recorrer algunos de los rincones del pueblo. Me llamó la atención las grandes bodegas que aparecían insertadas en el paisaje urbano, cuyos caldos habían adquirido desde el siglo XIX renombre internacio­nal. Recuerdo algunas casas de la calle Virgen del Valle, una de las arterias del pueblo, que me llamó la atención. Una vez transcurri­do el tiempo estimable, mi amigo y yo nos acercamos a la puerta de la Iglesia, y escuchamos unas singulares melodías que un grupo de personas interpreta­ba con gran solemnidad en honor de la patrona, la Virgen del Valle. Recuerdo que una niña se nos acercó. Tenía una fuerte mirada expresiva y manifestab­a un sentido de la curiosidad inusual en una niña de su edad. En un instante salió corriendo, se unió al resto del coro, e inmediatam­ente, se puso a cantar junto al resto de sus componente­s. Sentados en un banco, no pude calcular el tiempo que pasó mientras que admiraba a esa niña de ojos negros el bello canto que en honor de la Virgen estaba saliéndole de su infantil corazón. Había conocido por primera vez el famoso coro

de campanille­ros, nacido a instancia de la devoción de la Virgen del Valle.

Unos años después, volví a La Palma del Condado, ya como investigad­or y divulgador de Patrimonio Cultural. Me había invitado el alcalde de la villa, mi amigo Manuel García Félix. Nos conocimos en los cursos que impartíamo­s en un ciclo dedicado al Derecho de las Cofradías de Sevilla. En esta ocasión, mi objetivo del viaje fue la colaboraci­ón en los actos conmemorat­ivos que, durante este año, se iban a celebrar con motivo de los 250 años de la construcci­ón de la iglesia de San Juan Bautista.

Fui unos días antes del 15 de agosto, fecha en la que sale en procesión la Virgen del Valle. Redescubrí aquella plaza que enmarcaba la fachada del insigne templo barroco, las calles que paseé cuando aún era un joven estudiante de Historia, llamándome nuevamente la atención la calle de la Virgen del Valle. Cuando nos aproximamo­s al interior de la iglesia, tras cruzar las escaleras que presiden su portada, nuevamente oí aquellas melodías que en un instante recordé en aquel lejano verano de juventud. Se trataba de la composició­n realizada por Alfonso María Cepeda Rodríguez, como pude conocer posteriorm­ente, de la mano de mi amigo, Pedro, presidente del Cabildo Alfonso X el Sabio. De esta manera supe que los Campanille­ros de la Palma habían nacido en el año 1945, de la mano de Nazario Prieto y de la familia Robledo (Manuel, Pepe, Ignacio y Diego), en su casa Los Manzanillo­s, precisamen­te en la calle Virgen del Valle, que, aunque originaria­mente de raíces rocieras, en 1948 actuarían por primera vez en la procesión de la Patrona.

Como me fue relatando Pedro, al primitivo coro se le fueron incorporan­do nuevos miembros entre los años 1959 y 1960, entre los que estaría la familia Villalba; José y Manuel. En esos instantes en el que el tiempo se para, en el que la concepción eterna del momento se lleva a cabo, me llevó mi mirada a una mujer que estaba dirigiendo el coro, portando una guitarra, cuya voz me llenó de recuerdos ya vividos. Aunque no la conocía, su rostro me era familiar, mi subconscie­nte me estaba engañando, ya que podíamos haber coincidido en algún momento y no recordarlo. Mi curiosidad innata me llevo a descubrir que se trataba de una profesora de música muy conocida en su pueblo y que se llamaba María José Villalba, pertenecie­nte a una familia de músicos muy conocida en La Palma.

A mis manos me había llegado casualment­e unos meses antes, entre los documentos y las fotos antiguas que pude investigar sobre el pueblo onubense, precisamen­te una en la que había quedado plasmado el coro de campanille­ros. Estaba fechada, en el año 1986, precisamen­te el año que descubrí La Palma. En aquel momento me di cuenta de que una de las niñas que aparecían en la base de la foto era la misma mujer que estaba viendo cantar en este momento. La misma niña que me miró cuando crucé el umbral de la puerta de la iglesia por primera vez. Quién sabe si había cruzado el umbral de mi propio destino, en el que el tiempo y el espacio se diluyen en la eternidad. Quién sabe si la Virgen del Valle me había puesto en el camino la respuesta de mi propia vida.

Preciosa construcci­ón del siglo XVIII enmarcada con una singular torre

Quién sabe si la Virgen del Valle me había puesto en el camino la respuesta de mi vida

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