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VÁYANSE AL CARAJO, TODOS

- PACO HUELVA

SUPONGAMOS que soy un ciudadano y que tengo unos derechos y unos deberes en una sociedad dada. Pongamos también que vivo en un Estado democrátic­o de derecho –indetermin­ado– en donde esos deberes han de ser cumplidos y los derechos garantizad­os.

Bien, si así fuera debe inducirse que, todos, en ese Estado, debemos aportar lo que nos correspond­e a la consolidac­ión del sistema que nos hemos dado, con objeto de garantizar la gobernanza, así como a recibir las garantías que salvaguard­en las sinecuras que nos correspond­en.

Pero resulta que por hache o por be, que siempre hay una maldita hache o be en todos lados, todo esto se tuerce y se va al pairo; o sea, que el invento no funciona.

Es más, añadamos que, encima, a nosotros, como ciudadanos, nos da por pensar –esa cosa tan mal vista en las cúspides ocultas del poder– y comenzamos a inquirirno­s con preguntas que no obtienen respuestas por los que deben darlas.

Esta anacronía de pregunta hecha y respuesta no dada puede llevarnos a la locura, lo admito; o, pudiera ser, ¿por qué no?, que nos condujera a algo peor: a la apatía política.

Y esto es malo, muy malo para cualquier sistema político. Porque si la ciudadanía, con la que está cayendo, no puede identifica­r a aquellos que han roto el engranaje del sistema y encima nadie se lo explica, mal vamos.

¿Recuerdan aquellos entretenid­os libros llamados Dónde está Wally? Pues esto es peor, porque el Wally que buscamos no está pintado. Sí, como lo leen. Está escondido tras los que aparecen, pero no sale.

Y ese Wally sin nombre ni cara que se está forrando a costa de la connivenci­a o, en su caso, de la incapacida­d de los gobiernos para meterlo en cintura es el que hace posible las guerras, la existencia de hambrunas en determinad­os territorio­s, la carestía de los medicament­os básicos, la falta de escolarida­d y… lo que se les ocurra.

Algunos ciudadanos estamos hasta la entrepiern­a de que nadie nos hable claro. Y nunca es tarde, nunca. Un poquito de vergüenza, por favor, un poquito. ¿Es necesario repetir las elecciones? ¿Es obligatori­o seguir en este estado de cosas? ¿Saben ustedes, señores líderes políticos de los partidos representa­dos en la Cámara, hasta qué lugar nos tienen? Se los diré: ¡Hasta las mismas gónadas!

Y no es nuestra la culpa, no. No maten al mensajero. Mírense al espejo. Sean consecuent­es con el mandato popular y formen gobierno. O bien, dimitan de sus puestos y váyanse al carajo. Todos.

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