Entre la recompensa y el suicidio
Los agentes creen que Ana Julia Quezada buscaba cobrar el dinero por el rescate Las cantidades, las grabaciones y el registro en la casa de Vícar desmontan la teoría del suicidio
El dinero ha movido las pretensiones de Ana Julia Quezada durante toda su vida. Lo dicen los agentes que investigaron su pasado en Burgos y lo certifica su comportamiento durante las jornadas de la búsqueda del pequeño Gabriel Cruz. De ella partió la idea de establecer una recompensa para quien diera una señal inequívoca del paradero del menor malogrado.
Ángel Cruz, su pareja entonces, se dejó llevar por las intuiciones de Quezada. No le quedaba otra, pues su estado anímico no le permitía tomar decisiones. Así que ella cogió las riendas. Pero cuando los agentes comprendieron que una buena parte de las decisiones de la familia partían de la acusada, empezaron a atar cabos, dieron validez a los testimonios que le llegaban desde Burgos y comprendieron el afán económico de Quezada.
“Era ella la que estaba animando a la familia a ofrecer más dinero” como recompensa. “Era raro. Al verificar su vida en Burgos daba la impresión de ser una persona a la que le gustaba el dinero. No sabemos si además del hecho, buscaba cobrar un dinero. Es macabro, pero parece que por ahí iba la cosa”, detalló ayer el comandante Montero de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil.
Quezada actuaba con frialdad, ya no por saber que había matado y enterrado al pequeño en la finca de Rodalquilar, sino también por haber llevado a los agentes horas después al lugar de los hechos para cerciorarse de que no había dejado pruebas. Después hizo lo propio con los familiares y no pasó ni un día en el que Quezada no se desplazara hasta el lugar de los hechos.
Pero su trama no coló. Los agentes ya sospechaban. Lo hacían sobre su interés en la recompensa, por haber perdido dos teléfonos móviles en apenas unos días –quizás para ocultar información–, por haberle encontrado búsquedas sobre plantas venosas –Patricia Ramírez, la madre del menor, contó a los agentes que Gabriel tuvo que ir al médico hasta en dos ocasiones previamente a su desaparición– y, sobre todo, sospecharon cuando la asesina confesa encontró una camiseta del niño en un lugar donde ya se había rastreado. Un gesto que tenía como única intención la de inculpar a su ex marido. Era una zona cercana a su vivienda, a la que salía a pasear los perros.
Fue ahí cuando la Guardia Civil decidió seguir telemáticamente cada paso de la acusada y colocó grabadoras en su automóvil. Estuvo vigilada en todo momento. Por eso pudieron grabar el momento en el Quezada se dirigió a la finca, desenterró al pequeño y lo metió al maletero para transportarlo. Ella aseguró en su versión que lo llevó a la casa que compartía con Ángel Cruz en Vícar para escribir dos cartas de perdón, una a su pareja y otra a su hija, tomarse unas pastillas y suicidarse.
Pero esta teoría también ha sido desmontada. Y lo han hecho las grabaciones y el registro de la vivienda. “Ana, no vas a ir a la cárcel”, se decía a ella misma mientras metía el cuerpo del niño en el maletero. “¿Adónde lo llevo yo ahora? ¿A un invernadero?”. Ahí hay pocas intenciones de un suicidio inminente. Pero es que en el registro de la casa de Vícar no se encontraron medicamentos con los que la asesina confesa podría haber cometido el suicidio.
La cuarta sesión del juicio por la muerte de Gabriel desmonta buena parte de la defensa de Quezada, aunque fue en la tercera sesión en la que cayó la más rotunda, la de que fue un accidente. “Le tapé la boca porque le dije que dejara de jugar con un hacha y empezó a insultarme. Lo hice para que se callara”, dijo en su declaración frente al jurado.
El hermano de Ángel Cruz testificó el miércoles y aseguró que las herramientas con las que enterró el cuerpo de Gabriel nunca habían estado en la finca. Todo el material de ese tipo siempre se localizaba en la casa de Las Hortichuelas, la de la abuela del niño asesinado.
Los investigadores del pasado de la acusada en Burgos muestran su afán monetario