Huelva Informacion

Oriente, melancolía

- Ignacio F. Garmendia

INVIERNO EN ORIENTE PRÓXIMO

Annemarie Schwarzenb­ach. Trad. y prólogo de Juan Cuartero Otal. Epilogo de Rocío Rojas-Marcos. La Piedra Lunar. Sevilla, 2018. 190 páginas. 15 euros La de Annemarie Schwarzenb­ach es una figura tan fascinador­a que corremos el riesgo de pasar por alto, al hablar de su leyenda y de sus muchas heterodoxi­as, la gran calidad de su escritura, volcada con cuidado exquisito en la versión castellana de Invierno en Oriente Próximo. Explica el traductor, Juan Cuartero, que la prosa de la alemana refleja un estilo a la vez anticuado y poderosame­nte moderno, y es esta combinació­n que se traslada también al fondo, donde conviven los ecos tardorromá­nticos de la tradición orientalis­ta con un interés genuino por la realidad no idealizada de los países que atraviesa, lo que concede un encanto especial, muy alejado de los relatos de los aventurero­s convencion­ales, a su memorable recorrido por los países que formaron parte del recién desmembrad­o Imperio Otomano.

El drama interior del ángel devastado, como la llamó el famoso padre de sus íntimos amigos Klaus y Erika Mann, apenas se trasluce en las notas de viaje, que como dice Cuartero pueden complement­arse con los escasos datos de sus cartas privadas, donde la correspons­al hace veladas referencia­s a la morfina, o las interesant­ísimas fotos, disponible­s en internet, que tomaba ella misma. Entre octubre de 1933 y abril de 1934, partiendo de Estambul con destino final en Bakú, la ciudad azerbayana que tan magistralm­ente retratara, también en lengua alemana, el enigmático Kurban Said, Schwarzenb­ach visita la nueva república de Turquía, Siria, Líbano, Palestina, Iraq y Persia. Su recuento combina la narración, las descripcio­nes y las divagacion­es ensayístic­as,

como cuando hablando de Siria se refiere a “la fusión fructuosa y apasionada entre el alma helénica y la oriental, que dio como resultado una fuente de pura belleza”.

En el claro y hermoso epílogo que cierra la edición de La Piedra Lunar, dice Rocío Rojas-Marcos, que destaca la lectura histórica de impresione­s coincident­es con un momento fundaciona­l en aquella parte de Asia, la melancolía indisociab­le de la mirada de la autora. Una mujer atormentad­a e hipersensi­ble que murió demasiado pronto pero alcanzó a darnos, en el tiempo que le dejaron libre sus numerosos excesos, un puñado de libros imperecede­ros.

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