Huelva Informacion

CRUELDAD Y BRUTICIE

- Historiado­r ALFONSO LAZO ROSELL

SOSTIENEN los estudiosos del fascismo histórico cómo la crueldad de la Gran Guerra (1914-1918) fue una de las causas que explican la expansión y el éxito de los movimiento­s fascistas en la Europa de los años 20 y 30 del pasado siglo. La gran matanza, la jerarquía implacable y la brutalidad de la vida en las trincheras terminaron por contagiar a buena parte de la sociedad civil: la libertad pasó a ser un bien secundario, la emotividad se impuso sobre el uso de la razón y el grito de las masas en la calle clamando venganza por una derrota o alzando el brazo para saludar las victorias del Duce, el Führer o el Conducator sustituyer­on a la democracia. El brutalismo con que a veces se emplean los mecanismos de la lucha contra el coronaviru­s pueden tener efectos similares.

El Gobierno progresist­a Iglesias-Sánchez y sus servidores mediáticos nos habían convencido de que en todos los países se estaban tomando idénticas medidas carcelaria­s que las tomadas en España. “Somos el país del mundo con más restriccio­nes impuestas a la población” ha dicho el ministro de Sanidad lleno de entusiasmo, pues nada aprecia tanto la progresía gobernante como el prohibir. Pero no es cierto que en todas partes sea igual: en Corea no han existido ni cierres de empresa ni confinamie­nto; en Japón no se aplican medidas punitivas; “Portugal no se para”, dijo el primer ministro luso; en Suecia ni se ha cerrado ni se ha prohibido nada; la República Checa es hoy un paraíso de libertad; en Alemania sólo se aconseja no salir e incluso en Francia, tan parecida en sus decisiones a España, se permite al ciudadano una hora de paseo al día. El confinamie­nto total y absoluto, a costa de la ruina económica, únicamente se ha dado en España y China. Ninguna de nuestras libertades, amparadas por la Constituci­ón –creíamos–, existe ya.

No soy un iluso. Estoy convencido de la necesidad de medidas duras, mas no puedo fiarme de un Gobierno que entiende la política como mentira institucio­nalizada y ha sustituido la compasión por una solida

ridad que a nada compromete, y el amor a las personas concretas por el amor a la humanidad abstracta. Los médicos que se agotan en hospitales atestados están llenos de compasión; poner velitas en el suelo o aplaudir desde los balcones son solidarios gestos vacíos. Terrible la fría aniquilaci­ón de los autónomos asumida sin mover un dedo por la sociedad.

A principios de febrero de este año escribí en los periódicos del Grupo Joly un artículo titulado Totalitari­smo a la vista; no iba de pandemias ni de bichos infeccioso­s, era un modesto grito de alerta para recordar que la democracia puede convertirs­e en democracia totalitari­a si la mayoría priva de derechos a la minoría y a una parte de la sociedad. Se aprecian indicios inquietant­es. Ya el 29 de marzo encontrába­mos en la prensa escrita titulares como estos: “La Policía Nacional avisa que no habrá impunidad para los que difundan bulos. Las noticias falsas serán castigadas”. ¿Castigar la Policía? ¿Así, sin juicio ni tribunales? ¿Es la mentira un delito recogido por el Código Penal? Qué lejana nos parecía aquella propaganda del franquismo sobre la completa libertad de expresión en España salvo para la mentira y la calumnia; ni que decir tiene que el calificati­vo de “mentira” o “calumnia” dependía de la censura. La misma censura (Tezanos propone y la Guardia Civil rastrea medios y redes para “minimizar”, curioso eufemismo, las críticas al Gobierno) que a no tardar mucho va a perseguir supuestos “bulos”, “calumnias” y “delitos de odio”. Así empieza siempre. Hace poco (12-IV-2020) en este mismo diario el filósofo Antonio Escohotado se refería a la coyuntura, lo parafraseo un poco: “Si la censura cae sobre los medios, internet y las llamadas redes sociales serán nuestra única esperanza fundada de reforma y libertad”. Situación grave.

No en todas partes, en efecto, se combate igual contra la pandemia. Hay pueblos donde sus gobiernos siguen confiando en la responsabi­lidad del ciudadano; y hay otros donde tal confianza no existe y los ciudadanos son tratados como niños en un correccion­al. Los primeros tendrán, cuando todo termine, libertad y democracia. De los segundos es imposible prever nada cara al próximo futuro. Sólo sabemos que las libertades son difíciles de recuperar al completo una vez que se han perdido. Una pérdida de libertad que, al menos en España, no vendrá de un supuesto e inexistent­e fascismo sino de la mediocre coyunda Iglesias-Sánchez.

La pérdida de libertad, al menos en España, no vendrá de un supuesto e inexistent­e fascismo sino de la mediocre coyunda Iglesias-Sánchez

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