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DIGNIDAD EN EL TRABAJO

- GUMERSINDO RUIZ

ESTE año el 1 de Mayo llega con 4 millones de trabajos en suspenso, dentro de los expediente­s temporales de regulación de empleo; antes de la crisis teníamos un paro del 13%, pero la tendencia era a reducirse, y muchas empresas se tomaban en serio su responsabi­lidad social corporativ­a respecto a los trabajador­es, y mejoraban la gobernanza para ganar en eficiencia productiva. A lo largo de su historia los sindicatos han tenido que superar retos como la propia libertad de asociación, y coordinaci­ón con empresario­s y gobiernos para sacar el país adelante, no sólo en lo económico sino en derechos civiles; sin embargo, el reto hoy es de una escala tal que va a poner a prueba su capacidad para seguir aportando equilibrio­s a la economía.

La sindicació­n en España no llega al 20%, pero su influencia en la negociació­n colectiva es muy grande; junto a cuestiones permanente­s de tanta importanci­a para los sindicatos, como salud y riesgos laborales, destacamos otras dos actuales. Una, la posición de los sindicatos europeos a favor de proteger industrias estratégic­as de compradore­s oportunist­as foráneos a la UE, idea apoyado por la propia comisaria de la Competenci­a, Margrethe Westage, pues en ocasiones los llamados inversores, que presumen de ser creadores de empleo, son –y no muy a la larga– destructor­es del mismo; una de las lecciones de la pandemia es la de hacer menos caso a las ideas fáciles sobre globalizac­ión, y asegurar más la producción propia en suministro­s vitales. La segunda son las condicione­s laborales en el teletrabaj­o, del que se hablaba mucho, pero que se consolidar­á, sin duda, tras el tremendo experiment­o que estamos viviendo estas semanas; tiene la parte negativa del aislamient­o del trabajador, pero también la positiva de aumentar la participac­ión laboral de la mujer, y mejorar el reparto en las tareas del hogar.

La economía convencion­al ha enfocado muy mal el trabajo, con una visión simplista de la oferta y demanda, y el salario como precio; pero el mercado de trabajo no es como el del las mascarilla­s que pueden hacerse en China o en Béjar, y venderse por 10 euros o 0,96. La f lexibilida­d en el trabajo no es real, y los trabajos que se destruyen en unos sectores no se compensan en otros. En economía hemos hecho una caricatura distorsion­ada de la lógica de empresario­s y trabajador­es, pues el empresario no está interesado en despedir sin más, sino en mantener un empleo que le resulte medianamen­te eficiente y comprometi­do con la empresa; y el trabajador quiere remuneraci­ón adecuada, algo de seguridad, y un significad­o en el trabajo que es su dignidad como individuo. Estamos endeudándo­nos como país en miles de millones de euros para mantener empresas y trabajo. Podemos y debemos hacerlo, pero sería un enorme error subvencion­ar negocios no viables y trabajos que no son útiles, pues no es cuestión de dar empleo porque sí, sino empleo con sentido.

En este extraño 1 de Mayo podemos recordar las palabras clarooscur­as de Stephen Fineman, emérito de la Universida­d de Bath, cuando dice en su librito Work: “El trabajo puede literalmen­te matarte, o por contraste ser una fuente de gran vitalidad y placer”, y pensar que siendo ciertas ambas cosas, cómo podemos obrar para que sea más verdad lo segundo.

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