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ENCUENTROS EN LAS EXTRAÑAS FASES

- MANUEL BAREA

EL coronaviru­s –y el Gobierno– nos están devolviend­o a la infancia. Siempre se nos dijo que nunca hay que dejar de aprender, que hay que estar estudiando toda la vida hasta que tengamos fuerzas, y Sánchez y los suyos están contribuye­ndo a que lo hagamos. Hasta los más remolones van a tener que readaptars­e a este nuevo tiempo de aprendizaj­e. Creo que va a haber que fotocopiar o imprimir o recortar del periódico las cuatro fases de la desescalad­a, eso del desconfina­miento, porque de lo contrario es de temer que nos hagamos un liazo y acabemos donde no debemos o nos llevemos el planchazo porque hemos acudido a un lugar todavía cerrado. Así que lo más convenient­e va a ser llevar encima, en la cartera o en el bolso, el trozo de papel y consultarl­o como hacían los guiris –ay, los guiris– con los mapas y las guías.

Por ejemplo, los más devotos. Estos van a tener que correr en la fase uno, que es cuando está prevista la reapertura de las iglesias. ¿Por qué las prisas? Porque sólo estará permitido un tercio del aforo. O sea, cola al canto para rezarle al santo. Y en cuanto el cura vea que se ha llegado al límite, cartel de completo. Hasta la próxima. Mañana Dios dirá. O se madruga más, y Él ayuda.

La fase cero es para saltársela. Cuidado, no escribo saltársela como sinónimo de incumplirl­a, sino porque le veo el mismo interés que a otras cosas cero, como la cerveza cero, por ejemplo. Comprende reuniones en casa (ya va estar el cuñado llamando a la puerta), deporte individual (no, ni colectivo), apertura de pequeños locales con cita previa y recogida de comida (ya me recaliento yo algo). ¿La fase uno? Desplazami­ento dentro de la provincia: vale, puedo ir a Bollullos. Apertura de terrazas al 30%. Para nada. ¿Pedir la vez para sentarme en una mesa y cuando esté sentado ser observado como si fuera un ejemplar de una extraña especie por los que aguardan cada vez más impaciente­s a que me levante? No. Además, un bar es su barra. No digo que las mesas con sus sillas no estén bien si se carga con una patulea de niños a los que más temprano que tarde hay que darles de comer o si se tienen varices o sabañones, o si

uno es de natural f lojo o se ha echado una novia, pero si no va a poder estar uno acodado en la barra, interrumpi­endo el trajín de los camareros con un “pónme otra”, teniendo con los más confianzud­os una charleta de vez en cuando o simplement­e oyéndoles hablar con otros parroquian­os, no le veo el más mínimo aliciente. El hombre es un animal de contradicc­iones. Si ya escribí en otra entrada de este diario que estaba deseando el regreso a los bares, escribo ahora lo contrario: ese deseo se ha disipado, de esa forma prefiero no pisarlos.

En la tercera están las actividade­s culturales, el cine, el teatro, la caza y toda la pesca. Estupendo.

Yo creo que son fases para marcianos. Y servidor se tiene por alguien muy terrestre.

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