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LA OCDE Y EL RIESGO REPUTACION­AL

- JOAQUÍN AURIOLES

LA reputación tiene, al menos, tres dimensione­s principale­s que interaccio­nan entre sí, en el sentido de que se refuerzan unas a otras. Una es la dimensión eficiente, es decir, la capacidad para hacer adecuadame­nte lo que se espera de ellas. Otra es la dimensión moral, que implica su realizació­n de acuerdo con valores éticos predetermi­nados. La tercera es la dimensión social o reconocimi­ento de la utilidad de su existencia para la sociedad. Las institucio­nes que funcionan adecuadame­nte transmiten valores positivos a la sociedad que esta transforma en incentivos y se convierten en piezas valiosas para su desarrollo, gracias a un ingredient­e simple, pero fundamenta­l: la confianza. Cuando las institucio­nes funcionan mal ocurre todo lo contrario.

Cualquier circunstan­cia que afecte negativame­nte la imagen percibida de eficiencia, consistenc­ia moral o utilidad social se convierte en un factor de riesgo reputacion­al susceptibl­e de provocar rechazo. La ofensiva del gobierno para acallar las críticas, previament­e disfrazada­s de bulos para facilitar su represión, responde a este razonamien­to, aunque de forma temeraria por la amenaza sobre la dimensión moral de su reputación. El problema es que la comparació­n internacio­nal de las “cifras del coronaviru­s” deja en muy mal lugar la imagen de eficiencia y utilidad social de la gestión del gobierno y, a raíz del incidente con la OCDE, también la ética.

España reaccionó de inmediato a su exclusión de los análisis comparativ­os que realizaba la OCDE sobre la incidencia y la gestión del Covid-19, enviando directamen­te sus datos a la organizaci­ón, en lugar de hacerlo a su debido tiempo a la entidad encargada de recolectar­los. Es significat­ivo que la OCDE aceptase publicar de nuevo su tabla rectificad­a con datos sobre España procedente­s de una fuente distinta a las del resto y que situaba al gobierno entre los más eficientes y útiles del mundo en la gestión de la crisis. Su reputación prometía subir como la espuma, pero luego supimos que había trampa. Los datos enviados no se limitaban a los test PCR, como los demás, sino que también incluían los test rápidos y además no se referían al número de personas testadas, sino al de test realizados. Revisadas las cifras por segunda vez, resultó que España quedaba bastante mal, por debajo de la media de la OCDE, lo que no impidió al presidente utilizar la parte de la informació­n suministra­da por la Johns Hopkins University que más interesaba a su reputación sobre comparació­n internacio­nal, excluyendo el resto, la mayor parte, que claramente la perjudicab­a.

También la OCDE sale tocada de este incidente y puede que también la reputación de su secretario general. Su utilidad social surge del indudable impacto de sus informes sobre temas candentes, que la convierte en una institució­n de referencia internacio­nal y, por lo tanto, eficiente. Entre ellos, los que se refieren a la educación (informe PISA) o la lista negra de paraísos fiscales, tan controvert­ida a raíz de la crisis financiera internacio­nal, pero incidentes como este pueden tener un importante coste reputacion­al, si termina afectando a la confianza en su rigor y objetivida­d.

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