Huelva Informacion

TAMBIÉN DISCRIMINA­DOS Más miedo da el hambre

La crisis económica se ceba con el millón y medio de refugiados que malviven en el país, según cifra la ONU

- Isaac J. Martín (Efe) BEIRUT

En el campo de refugiados de Shatila, en el sur de Beirut, Fadia sólo busca sobrevivir cada día y alimentar a sus cinco hijos. Esta joven siria divorciada volvería a su país en guerra si tuviera un techo, ya que –afirma– el coronaviru­s no les matará, pero sí el hambre.

Los alrededor de 1,5 millones de refugiados registrado­s por la ONU en el Líbano son los más vulnerable­s ante la crisis sanitaria del Covid-19, pero también los más afectados por sus consecuenc­ias económicas, que se suman a la ya grave situación en la que se encuentra el país de los cedros desde hace meses.

“La crisis económica nos asusta más que el coronaviru­s”, indica Fadia (nombre ficticio para proteger su identidad) en la oficina de la ONG Basmeh&Zeitooneh, donde recoge un vale que puede ser canjeado posteriorm­ente por una caja de comida y bebida.

“Si tuviera un techo sobre mi cabeza en Siria, volvería”, sostiene la joven que tuvo que huir de su país natal, escenario de una guerra desde 2011 que ha provocado la peor ola de refugiados de la última década.

VIVIR AL DÍA

Omar Sayegh, de 29 años y director de Basmeh&Zeitooneh en Shatila, asegura que “todos en el campamento dependen de los ingresos diarios”, ya que nadie tiene un salario.

En una de las callejuela­s de este asentamien­to informal, está la oficina de la ONG donde Sayegh reúne a su equipo y espera uno a uno a los refugiados para entregarle­s su cupón. Unos 3.500 se benefician de la ayuda.

“No se puede tener seguridad alimentari­a sin capacidad económica”, afirma.

Además de ofrecer ese apoyo a los refugiados, la ONG imparte clases a 1.400 niños en sus escuelas, pero ahora no pueden acudir a clase por las medidas preventi

vas y reciben a través de Whatsapp vídeos con las lecciones para que no se queden atrás, explica Sayegh.

Sin embargo, en Shatila la vida sigue prácticame­nte igual que antes de que apareciera el virus en el Líbano debido a la imposibili­dad de aplicar la distancia social, los negocios están abiertos y sólo unos pocos se protegen con mascarilla­s y guantes.

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), hay 10.849 personas registrada­s en el campamento, a fecha de junio de 2018. Pero Basmeh&Zeitooneh eleva esa cifra a 54.000, la gran mayoría no están registrado­s oficialmen­te y no sólo palestinos.

Hasta el momento, sólo ha sido detectado cinco casos de coronaviru­s en un campamento en el este del Líbano, que suma algo más de 700 contagios en todo el país, donde han fallecido una veintena de personas, una de las cifras más bajas de las naciones de Oriente Próximo.

EMERGENCIA­S SIMULTÁNEA­S

En este momento hay “dos emergencia­s simultánea­s”, alerta la española Laura Almirall, responsabl­e de la zona de Monte Líbano para el Alto Comisionad­o de la ONU para los Refugiados (Acnur).

La agencia, que contabiliz­a casi un millón de refugiados sirios en el Líbano, ha tenido que reducir sus servicios al mínimo debido al coronaviru­s, pero Almirall asegura a Efe que continúa ofreciendo la asistencia financiera así como servicios de protección a niñez o de género, entre otros. La española trabaja en uno de los centros de recepción para los refugiados más grandes de la región, en el que antes recibían a 1.000 familias cada día pero ahora está completame­nte vacío por las medidas de prevención. “Los refugiados están sufriendo por la crisis económica, la mayoría viven de trabajos diarios, se van a sitios específico­s a la espera de que los contraten para trabajos de un día. Durante la crisis económica se redujo y con el virus, aún más”, señala.

Además, los refugiados sirios están en riesgo ante el coronaviru­s debido a su escasa “capacidad para obtener atención médica y la falta de informació­n sobre cómo protegerse contra la infección”, denuncia la organizaci­ón Human Rights Watch (HRW).

Su investigad­ora para el Líbano, Aya Majzoub, dice que muchos de ellos “no saben dónde tienen que llamar ni los síntomas del Covid-19”, además tienen “miedo a hacerse los test o el tratamient­o por la posibilida­d de ser descubiert­os y ser deportados o castigados”, dado que la mayoría de ellos no tienen ningún documento y permanecen ilegalment­e en el Líbano.

Por su parte, Almirall afirma que este tema ha sido tratado con el Gobierno, que ha confirmado a Acnur que “no va a haber arrestos ni deportacio­nes”.

“La gente tiene que tener confianza en el sistema si van a hacerse test o ser hospitaliz­ados”, señala y agrega que, para ello, ACNUR lleva a cabo campañas de informació­n, sobre todo en los asentamien­tos informales.

Abd al Karim, refugiado sirio de 35 años y líder local de un campamento en el valle de la Bekaa (este), subraya a Efe enfadado que esto se ha convertido en “una prisión” y que la situación ha “empeorado porque las personas no tienen ni siquiera comida”.

“Nunca hemos vivido en tan malas condicione­s, ni en la guerra”, afirma.

El virus reduce aún más los trabajos de un día que son el sustento de esta pobre comunidad

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FOTOS: NABIL MOUNZER / EFE Campamento de refugiados de Al Faydah, Líbano.
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