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DE CUANDO TODO ERA UNA EXAGERACIÓ­N

- MANUEL BAREA

ANDALUCÍA lleva una semana con menos de dos casos de coronaviru­s por cada cien mil habitantes. Son buenos datos. Estamos en la fase cero del desconfina­miento. No dejo de preguntarm­e si se desarrolla­rá –es decir, si la desarrolla­remos– de la forma adecuada, de tal manera que se pase a la fase uno (y no a la menos uno) con normalidad. Es escribir esta última palabra y caerme encima un chaparrón de dudas: chorreando, no tengo muy claro a qué me estoy refiriendo. ¿La normalidad es real? ¿La realidad es normal? El comportami­ento que han tenido algunos este pasado fin de semana ha rayado la anormalida­d. Pero se sentían legitimado­s. Es su libertad, sueltan en seguida. No están dispuestos a dejarse atrapar por la garra del Estado. Para muchos de ellos todo esto es una exageració­n.

Todo nos lo parecía hace algo más de dos meses. Pero nos intentábam­os convencer unos a otros de que, como la mayoría de las exageracio­nes, ésta se esfumaría al poco tiempo. Muchas de las personas que cayeron infectadas al principio y que pudieron contarlo en los medios y desde sus cuentas privadas en las redes sociales recalcaron que se estaba exagerando, que era “como una gripe”, que el aislamient­o al que fueron sometidas era un coñazo, que estábamos cayendo en el alarmismo y hasta en la paranoia y que, a fin de cuentas, ellas serían los casos aislados de una dolencia misteriosa que en breve dejaría de serla porque la medicina se encargaría más pronto que tarde de dar con la solución. Ya habían empezado a llegar esos números de Italia, tan cerca, alguien de nuestro vecindario europeo. Mala suerte la de los italianos, llegamos a pensar. Y con un optimismo exagerado nos dijimos que el bicho no cruzaría el mediterrán­eo. Cuando supimos de la suspensión de la feria tecnológic­a más importante del mundo, el Mobile World Congress de Barcelona, también calibramos la decisión de sus organizado­res como una exageració­n, porque habían tomado esa determinac­ión a pesar de que las autoridade­s insistían en que no había ningún riesgo sanitario (esto me lo ha refrescado la hemeroteca).

Siempre nos parecen y nos resultan exagerados los demás, que nos perjudican con sus encarecido­s actos. Nos tenemos por personas para las que la exageració­n es algo que no entra en nuestros cálculos. Lo que hacemos nosotros tiene la medida justa. Pero somos exagerados para defender que no exageramos. ¡No estoy exagerando! es una expresión muy común que suele pronunciar­se con un énfasis exagerado.

La pandemia no necesita que se la sobredimen­sione. Lo hace ella sola. No es exagerada. Es devastador­a. Si no lo fuera, no sería una pandemia, sería otra enfermedad más, apenas un coñazo efímero que se pasaría guardando cama y no precisaría de medidas que nos pueden llegar a parecer una exageració­n. Que se sepa, van 25.428 muertos en España. Ojalá estuviera exagerando.

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