Un teatro virtual para jugar a favor del público
tro: funcionará, más bien, como un sucedáneo o una especulación. Otra cosa es si, a pesar de la separación espacial, hay una coincidencia temporal entre el espectador y el intérprete. Convendría partir de una premisa evidente como un axioma que, sin embargo, no está de más recordar: el teatro es la única actividad artística en la que la obra no puede darse en ausencia de público. Cuando se dispone a ver una película, admirar una pintura o leer un libro, el usuario accede a una obra que ha sido terminada previamente, sin su participación. Pero en el teatro y la danza no hay obra si no hay un público reunido para verla. Los ensayos, de hecho, nunca son considerados la obra en sí: la obra teatral sucede a la vez que el público observa, ni antes, ni después. Esta coincidencia no es una particularidad anecdótica, sino que constituye la misma esencia del teatro, por encima incluso de su origen mítico: el arte escénico es un tiempo compartido siempre.
Parecería que la privación de una coincidencia espacial, en una sala, en la calle, en un domicilio particular o donde se quiera, restaría verdad al hecho teatral. Pero también en el teatro, como en la física, el tiempo es más importante que el espacio, porque es el tiempo el que, en la coincidencia de intérprete y espectador, permite a éste convencerse de que la obra teatral está teniendo lugar ante sus ojos y de que él está formando parte del proceso, de que sin él no hay obra, sólo ensayo. De modo que, siempre que se reserve su lugar al público, aunque en la coincidencia temporal habite otro espacio, y por más que su interacción sea posible de manera virtual, podemos hablar de teatro, simple y llanamente. Lo mejor de todo esto es el paisaje que se abre por delante para investigar y explorar la escena a tenor, por ejemplo, de los principios variacionales de la física (tarea que cuenta ya con honorables pioneros dignos del mayor elogio). Traduzcamos, de una vez, To be or no to be como Estar o no estar. De eso se trata.