PLAN B
SIEMPRE teníamos un Plan B. A aquel trío de fogosos adolescentes, aprendices de Antoine Doinel, no se nos ocurría entrar en acción sin tener preparada una hoja de ruta secundaria, por si las cosas salían mal. Sabíamos de la importancia de contar con alternativas en la ardua tarea del ligue primerizo, del cumplimiento de nuestras obligaciones como bisoños amantes. Como le pasa a Fernando Iwasaki en su Libro del mal amor, nuestros numerosos fracasos nunca se debieron a la falta de proyectos y anteproyectos, de mapas y documentos del Estado Mayor, sino a otras cuestiones que tienen más que ver con la bioquímica y la psicología femeninas, cuyo análisis resultaría demasiado engorroso para el lector y humillante para el autor. Por eso nos resulta tan extraño que todo un Gobierno de España, con su galaxia de funcionarios, asesores, subsecretarías, tenientes generales y bedeles, haya sido incapaz de hacer lo que hacíamos aquellos tres imberbes: elaborar un simple Plan B . Más teniendo en cuenta que el Congreso de los Diputados (al que muchos, no sabemos por qué, confunden con el PP) está dando ya muestras de evidente fatiga ante la ineficacia gubernamental en la gestión de la pandemia. Luego está lo del chantaje. Sánchez, como los amantes de los melodramas, ofrece el todo o el nada: “Yo o el caos”. Tardó poco, lógicamente, en saltar la portada de Hermano Lobo y los muchachos aprovecharon los paseos del desconfinamiento para lanzar a los cuatro vientos: “El caos, el caos”. Luego vinieron las carcajadas y todos olvidaron al Gobierno para centrarse en la primavera. La vida.
Estos días se ha observado una inflación de la gesticulación política y periodística, por no hablar de ese tren de la bruja que son las redes sociales, en el que la ciudadanía se divierte dando y recibiendo escobazos. Cosas de este país bronco y mestizo que tanto desespera a las almas más sensibles. Pero entre los muchos discursos, nos llama especialmente la atención el que clama por la “unidad”, entendida ésta por la renuncia de la oposición a hacer su trabajo. Los que lo usan quizás no recuerden que, precisamente, la democracia consiste en todo lo contrario, en la legalización e institucionalización de la desunión. Allí donde las voces exigen fumigar las diferencias late cálido el corazón de la tiranía. La obligación de la oposición es oponerse, y la del Gobierno, gobernar, lo cual incluye tener siempre un Plan B. Hasta los lechuginos lo saben.
DESPUÉS de haber recibido tantas críticas, al licenciado en Medicina –no es doctor– Fernando Simón Soria le han aparecido defensores en las redes sociales que comparten un texto en el que se muestra su currículum, que comienza con un “estoy harto de que se metan con él” y que finaliza con una nueva reiteración de la hartura pero, esta vez, dirigida a los bocazas y salvapatrias, a los que se consideran más dañinos que el coronavirus. Así que ya lo saben, todo aquel al que se le ocurra criticarle por lo que sea tiene que apechugar que puede ser objeto de que le etiqueten, como mínimo, con esos dos calificativos. Dudo que esta limpieza de su imagen sea espontánea, pero si lo ha sido, es probable que la hayan estimulado no tanto como amparo del personaje como porque es útil a fines políticos. En este asunto es muy conveniente separar el nivel de formación que posea, poco o mucho, con el papel claramente político que está jugando; asunto éste que si él lo sabe debería dejar de presentarse como experto para hacerlo como portavoz del Gobierno y, si no se da cuenta, estaría dando muestra de una ingenuidad tan supina que lo mejor es que le destituyan. Ahora Simón ha vuelto a ser aún más protagonista en la coyuntura que atravesamos, al negar
La obligación de un Gobierno es gobernar, y eso incluye tener siempre un Plan B. Hasta los lechuginos lo saben ¿Sánchez e Iglesias bendicen que se oculten las identidades del grupo de expertos?
se a dar los nombres de otros supuestos expertos para protegerles de las presiones de la sociedad, en general, y de los medios de comunicación, en particular. Pues bien, tal como se ha manifestado da la sensación de que esas son las dos únicas fuentes de presión ¿y qué pasa con el Gobierno? ¿Nos garantiza que será neutral, que no va presionar? No puede, por supuesto, y entre otras razones, porque él mismo es como una avanzadilla del Consejo de Ministros. Pero hay dos cuestiones más: la primera es que esos profesionales, cuyas identidades ha ocultado, son personas adultas y, por tanto, deben estar capacitados para actuar solo con criterios científicos. Si sabemos los nombres de jueces y fiscales de procesos de gran repercusión mediática y se les reconoce su independencia judicial, ¿por qué deben quedar en el anonimato esos expertos? ¿Tan débiles son? Y la segunda es que vuelve a quebrarse uno de los pilares básicos de la democracia, muy demandado socialmente: la transparencia. El secretismo es únicamente justificable en asuntos muy especiales que afecten a la seguridad del Estado y en el que nos ocupa no se dan las condiciones. Por último, ¿Sánchez e Iglesias bendicen ese ocultismo? Si callan, otorgan.