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MEDIOCRES

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EL problema de las personas mediocres, esas que por desgracia no han nacido con capacidade­s innatas, y, tampoco, por lo que fuere, se han esforzado en adquirirla­s, estudiando o trabajando lo suficiente, porque entendiero­n que era mejor tener una vida regalada, es que, por lo general, se creen todo cuanto les dicen, y, además, para más suplicio, terminan por parecerles inmutable cuanto manifiesta­n ellos mismos, como si fueran oráculos de algún dios desconocid­o, que pueden juzgar a la otredad con la vara de medir de sus cortas entendeder­as. Una desgracia, mire usted. Nada hay más peligroso que un idiota con dinero o, lo que es peor, con poder.

Un tsunami inesperado ha golpeado al mundo de manera cruenta y ha roto con sus letales aleteos las estructura­s económicas y políticas, de lo que hasta ahora era cotidiano por su universali­dad. Es más, aún hemos visto poca cosa del monstruo que nos amenaza y que nos tiene bien agarrados por donde duele; ni siquiera hemos llegado a intuir su siniestra cara, su manifiesta crueldad, esa que los que saben, dicen –aunque los idiotas, claro, no quieran escu

No hace distincion­es entre menesteros­os ni ricos, entre africanos ni europeos, entre blancos o negros

char–, que se irá manifestan­do en los años venideros –sí, he dicho años, no días ni meses, años–. A ver si nos enteramos de verdad.

A los pobres de solemnidad, esos que en todo tiempo y lugar malviviero­n arrastránd­ose ante nuestros ojos, sin que les prestásemo­s atención alguna, el Covid-19 es sólo una desgracia más, otro eslabón de la gruesa cadena que los mantiene más cerca de la animalidad que de la humanidad. Qué triste, verdad. Saben que vinieron al mundo para morir sufriendo, y que siempre les importaron una higa a las clases pudientes de aquí y de allá. Por tanto, a ellos, qué más les da, verdad.

Pero, miren por dónde, el terremoto y su posterior tsunami no solo ataca a los pobres, a los de siempre; sino que, también, con el mal fario que ya nos ha mostrado, y con lo que le queda por enseñar en venideros tiempos, como se dijo, resulta que ataca a todos por igual. No hace distincion­es entre menesteros­os ni ricos, entre africanos ni europeos, entre blancos o negros, entre rojos o fascistas, entre analfabeto­s o ilustrados…

Y, sin embargo, a pesar de todo, los idiotas de siempre, esos listillos de pacotilla, quieren volver a conseguir, a ser posible, los privilegio­s de siempre. Como si en España y en el mundo no hubiera pasado nada. Y no va a poder ser, no. El hambre de tantos, que vendrá, no les permitirá hacerlo.

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PACO HUELVA

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