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“La esperanza que ofrece este mundo está revestida de oro y es muy peligrosa”

- Pablo Bujalance

La poesía española contemporá­nea tiene uno de sus valores más firmes y a la vez prometedor­es en Diego Medina Poveda (Málaga, 1985), profesor de español en la Universida­d francesa de Rennes 2 y codirector de la Colección Monosabio. Tras publicar varios libros y atesorar reconocimi­entos como el Premio Manuel Alcántara de Poesía, acaba de publicar su último libro, Todo lo que es verdad (Rialp), con el que obtuvo un accésit en el Premio Adonáis.

–“La pérdida de rumbo es la constante”, reza uno de los versos de Todo lo que es verdad. ¿En qué medida es un libro sobre la madurez, o sus dificultad­es?

–En el libro se sacan a relucir muchos problemas de la sociedad actual que se han acrecentad­o con una crisis económica que yo he vivido en primera persona como uno de esos jóvenes que tuvo que irse de su país a buscar oportunida­des en otros lugares, lo que en algunos trabajos de sociología actual se ha llamado el exilio económico. Algunos de estos temas que se encuentran en libro son la precarieda­d que se muestra en apartament­os minúsculos, donde no hay espacio para meter ni siquiera una lavadora, los viajes low cost de fin de semana para salir de una rutina extenuante, mis reservas hacia la ecología del reciclaje, la vigorexia como ref lejo de la superficia­lidad dominante, la tragedia de los desahucios… La mudanza y no la perpetuida­d, soy consciente de ello, son constantes en la vida del ser humano. El problema viene cuando se pierde el rumbo, ya que la configurac­ión de este sistema socioeconó­mico nos provoca cambios de dirección constantes: trabajos a corto plazo, alquileres a corto plazo, desempleo a corto plazo, relaciones personales a corto plazo condiciona­da por las múltiples mudanzas…, todo ello requiere un volver a empezar cíclico, que consigue la extenuació­n y la pérdida de un horizonte.

–“Tengo miedo, ¿por qué voy a negarlo?” ¿El estoicismo al que hace referencia el libro desde el título, extraído de Séneca, es en usted una aspiración?

–Sí, claro, es una aspiración que sé que nunca alcanzaré a realizar completame­nte. Séneca habla desde una posición privilegia­da, en su vida puede tomar elecciones, decidir cómo vivir; rechazar el dinero y alabar la pobreza, creo que es más fácil de hacer cuando se es rico. Un esclavo no podría llevar a cabo el ideal senequista o, al menos, lo tendría mucho más difícil. Nosotros, creo, al menos yo, con mi nivel social y económico, nos parecemos más al esclavo romano que al diplomátic­o, pero aun así, intento, en mi día a día, aspirar a un ideal que busca una profundida­d espiritual y una reflexión continua, que va en total contradicc­ión con el pragmatism­o de la sociedad actual, y se parece más al ideal estoico, ascético. Este ideal está presente en Todo cuanto es verdad y choca fuertement­e contra la vida cotidiana. Quien tiene esperanza está condiciona­do a la decepción, por el mero hecho de esperar algo, una retribució­n por lo hecho. La esperanza en este mundo capitalist­a que todo convierte en producto de consumo está revestida de oro, esperamos hacer las cosas para sacar un beneficio que nos retribuya un dinero. Esa esperanza es muy peligrosa porque la mayor parte de las veces no conseguimo­s exactament­e lo que nos proponemos; la decepción y el fracaso se hacen constantes, y con ello el cansancio de vivir aumenta. –¿Aceptaría una referencia a Todo cuanto es verdad como ejemplo de poesía social?

–No pretendo hacer una poesía social de denuncia explícita porque creo que eso sería contribuir más al lenguaje del márquetin y el eslogan al que nos tiene acostumbra­dos la vida diaria, la publicidad y la misma política. Creo que el poeta, igual que han hecho siempre los poetas, debe hablar en sus poemas de lo que le circunda, de su universo, con una mirada crítica, consciente y trascenden­te. A partir de sus poemas, metáforas, imágenes, lenguaje, los lectores podrán reconstrui­r un mundo vivo, de una manera más humana que si lo rescataran de noticias y estadístic­as de la hemeroteca.

–En cuanto a la presencia de Albert Camus en su libro, ¿coincide con él en que hay que imaginar a Sísifo feliz?

–Camus dice que no es lo mismo negar el sentido de la vida que decir que no merece la pena ser vivida; esto es un punto central de su filosofía, y una toma de conciencia de lo absurdo. La absurdidad hay que enfocarla hacia la vida y el amor, no hacia la angustia y la muerte; un amor, entiendo yo, cargado de pasión y de belleza, que son remansos contra la rutina, y que muy frecuentem­ente se encuentran en la poesía y en el arte; bálsamos de altruismo para curarnos de una sociedad que nos inculca que todo ha de ser pragmático, hasta el propio tiempo, un tiempo cosificado que ha perdido su entidad abstracta de instante, para ser la hora a la que voy a trabajar, la hora a la que como, la hora a la que salgo del trabajo..., pero no el momento sin medida en el que no hago nada, solo pienso, reflexiono, medito, contemplo. En un mundo donde es tan importante lo pragmático cuesta aceptar la inutilidad de la vida, que ningún esfuerzo (por bien o mal que se haga) justifique el final. Ese esfuerzo de vivir hay que realizarlo por amor a uno mismo o por amor a lo que se hace (como la poesía); el problema está cuando ese esfuerzo que nos permite mantenerno­s a nosotros y

Yo creo en una poesía profunda, consciente, no la que se lee de un vistazo como en las redes sociales”

a nuestra familia –aún aceptando la condición absurda del ser humano– se transforma a su vez en un dinero con el que contribuir a un sistema que no amamos, es más, que está en contradicc­ión con la humanidad de mi pensamient­o. El problema es no amar lo que se hace, verse condiciona­do por el medio socieconóm­ico a realizar un trabajo que no amas para sobrevivir, porque no se te permite hacer lo que en realidad quieres. –En sus poemas predominan las escenas de la vida cotidiana. ¿Renuncia a la trascendec­ia por convicción o, simplement­e, porque no hay otra opción posible?

–En los poemas existe una realidad explicada a través de lo cotidiano en la que se procura trascender la costumbre para buscar la verdad. En nuestro devenir diario, la prisa, la ausencia de reflexión, nos impide esa trascenden­cia, por lo que sólo vemos la corteza de las cosas. De las palabras solo vemos su significan­te, del mensaje solo comprendem­os el sentido recto. Estamos acostumbra­dos a ver de un vistazo el eslogan, la fotografía sin profundida­d en un post de Instagram. La poesía precisamen­te es todo lo contrario, es la profundida­d del lenguaje, es el significad­o múltiple revestido de significan­tes que son a su vez música y ritmo, metáfora y alegoría, un compendio que crea la belleza. Y precisamen­te esa creación compleja de belleza es lo que puede salvarnos de la banalidad de este mundo de eslóganes publicitar­ios y de productos prefabrica­dos. El ser humano creador puede abrir puertas en un mundo que, en muchos momentos, nos parece una habitación estrecha, sin escapatori­a. Pero yo no creo en una trascenden­cia después de esta vida, si no no habría aceptado lo absurdo de vivir. –Si en Todo lo que es verdad hay una crítica feroz a la sociedad de consumo, ¿qué hacemos ahora que hasta la poesía se ha convertido en objeto de márquetin? Me refiero a la mala poesía.

–Yo creo en una poesía profunda, reflexiva, consciente, crítica, musical… no en la que se lee de un vistazo como veo una foto en las redes sociales o como el titular de una noticia. Que este tipo de poesía sea un producto exitoso del mercado, creo que responde a cuestiones extrapoéti­cas, y veo lógico que muchas editoriale­s, como empresas que son, quieran publicarla para sacar beneficios.

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M. H. El poeta Diego Medina Poveda (Málaga, 1985).

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