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EL ESCUDO DE JUANMA

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FRÍVOLA, innecesari­a y extemporán­ea. Es lo menos que se puede decir de la decisión del Gobierno andaluz de fabricarle un escudo a su presidente, inspirado en el escudo oficial de la comunidad autónoma, con su Hércules, sus columnas y sus leones, al que los culpables –perdón: quiero decir los responsabl­es– han flanqueado ahora con dos hojas de laurel y culminado con una corona real. Se redondea así el cambio del logotipo de la Junta de Andalucía ejecutado durante el primer año triunfal de la coalición PP-Cs.

¿Qué necesidad hay de que el presidente de Andalucía disponga de un escudo propio, distinto al legalmente establecid­o, para adornar los atriles desde los que habla, los documentos que firma o quizás el coche oficial en el que se desplaza? Ninguna. Que lo tengan Donald Trump o el lehendakar­i Urkullu debería ser, en realidad, una razón más para privarse del escudito. Entre las cien primeras preocupaci­ones, y ocupacione­s, del presidente de la Junta no puede estar la batalla por el distintivo personal y los brillos del cargo.

Precisamen­te el pelota político-protocolar­io de turno que ha tenido esta ocurrencia le ha hecho un flaco favor a su jefe porque uno de los valores que nutren su imagen pública es el del hombre corriente que gobierna con sensatez y prudencia, sin estridenci­as ni alharacas, más eficaz y honrado que carismátic­o y ostentoso. Lo contrario que emana de esta historieta del escudo. Que, por lo demás, no sólo está fuera de lugar, sino también fuera de tiempo. Con la pandemia del coronaviru­s en todo lo alto y la recesión económica en el horizonte de los próximos dos años, lo más inoportuno del mundo es ocuparse de las menudencia­s de la simbología, la vexilologí­a y la decoración. Una gran frivolidad, como han denunciado las lideresas del PSOE y Adelante Andalucía, Susana Díaz y Teresa Rodríguez.

Ni el recordator­io de que el escudo presidenci­al reproduce prácticame­nte el diseño de las medallas de Andalucía implantado por Rodríguez de la Borbolla hace 35 años suaviza la impresión de que a Juanma Moreno alguno de los suyos le ha hecho meter la pata, y él se ha dejado. Para conservar el poder lo que necesita es hacer bien las cosas, no rodearse de oropeles. Una gestión solvente te asienta más que un brillo artificios­o y efímero. Vale más ver a los ciudadanos de cerca, a su altura, que mirarlos desde el trono.

La mejores ínfulas son las que no existen.

Uno de los valores de Juanma es el del hombre corriente que gobierna con sensatez y prudencia, sin ínfulas ni oropel

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JOSÉ AGUILAR jaguilar@grupojoly.com

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