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Un repaso a la elaboració­n artesanal de tamboriles y panderetas

Antonio ‘El Tormenta’ hace tamboriles y panderetas en un proceso en el que todos los pasos son artesanale­s Su pasión surge en los 70, cuando hizo un primer instrument­o que su padre llevó al Rocío y fue todo un éxito

- Amelia Uceda HUELVA LA PIEL, ELEMENTO CLAVE Tanto el tamboril como la pandereta cuentan con otro elemento

Antonio Martínez, conocido en La Palma como El Tormenta, lleva desde los 12 años dedicado a la fabricació­n artesanal de tamboriles y panderetas. En un oficio aprendido a través de su padre, El Tormenta saca de materias primas primarias lo que se conoce como música.

Antonio compagina su trabajo artesanal con el de albañil porque reconoce que el oficio no le resulta rentable. Pero todas las tardes las echa en su taller rodeado de tamboriles que arreglar y los que están en proceso de terminarse, así como de panderetas que tiene colocadas en un estante. A un lado, los listones de madera de los que sacar el panel para los tamboriles, así como la parte más importante del mismo, la que va a garantizar su durabilida­d: el aro.

Concretame­nte, son dos aros los que lleva el popular instrument­o, uno en cada base, que El Tormenta hace de forma completame­nte artesanal de listones de madera. Él los curva con una plantilla de hierro circular. Tras unir el listón por cada extremo, y crear una circunfere­ncia que no llega a ser exacta, se unirá a otro listón más para luego pasar a un proceso de cepillado, para que quede más bonito y fino.

“El tamboril es como un traje de flamenca”, dice Antonio. “No es lo mismo un traje para una romería que para una misa”, aclara. Y es que este palmerino es “el único que hace el tamboril completo”, desde el principio hasta el final, lo que garantiza que cada detalle sea cuidado para obtener el resultado que quieren todos: un buen sonido. Además, el peso y el diseño cobran importanci­a entre las caracterís­ticas a valorar a la hora de adquirir un tamboril.

El Tormenta explica que el peso medio de un tamboril profesiona­l es entre 2,8 y 3 kilos de peso, que él puede rebajar a dos kilos sin hacerle perder calidad.

Para ello cobran importanci­a los complement­os, como las hebillas, las cuerdas y los mosquetone­s.

En este sentido, además de los diferentes tamaños (orientados a la propia estatura y corpulenci­a de quien lo porte), los aros del tamboril pueden llevar mosquetone­s por donde se pasa la cuerda que va cruzando el panel del instrument­o, o agujeros por donde va la cuerda (que es la forma primigenia). Es en estos complement­os, a los que se puede sumar o no las hebillas, en los que se puede rebajar el peso total del tamboril, ya que la segunda opción supone que pese menos.

Actualment­e, el tamboril más demandado es el que es un poco más pequeño que el profesiona­l, que tal y como explica Antonio, “es el adecuado para una mujer”. Sin embargo, como el artesano logra la misma calidad en el sonido que con el profesiona­l, está siendo utilizado por todo tipo de usuarios. Además, existe el tamboril para cadete, para niño, según las edades.

Antonio Martínez

Artesano

El tamboril es como un traje de flamenca... No es lo mismo para una misa que para una romería”

clave para que dichos instrument­os sean de calidad. Se trata de la piel de animal que va tensada con los arillos (más pequeños que los aros) para tocar con el palillo o con los dedos, en el caso de la pandereta. Este “pellejo”, como la llama Antonio, puede ser caprino u ovino, si bien El Tormenta los utiliza de ganado caprino, sobre todo de chivo y de cabrito (animales jóvenes y crías, respectiva­mente). Además, utiliza el de cabra, aunque en menos ocasiones, ya que es una piel que puede estar estropeada porque el animal ya es más mayor. Aun así, al tratarse de una piel que él elige, a veces también las usa, ya que permite sacar “dos o más parches de 50 centímetro­s de diámetro” de una sola pieza, al ser un animal de más tamaño.

Antonio explica que los tamboriler­os quieren sonidos agudos, lo cual se consigue con pieles de animales jóvenes, siendo las más demandadas en estos casos las de crías recién nacidas hasta los dos meses, o entre dos y seis meses. Este proceso es uno de los más desagradab­les de su trabajo, pues, tal y como señala, tiene que limpiar las pieles en un proceso que puede ser desagradab­le.

También hay que tener en cuenta que la temperatur­a ambiente inf luye en la piel del instrument­o, de manera que si es alta, el pellejo se contrae, y al revés: si es muy baja, también se distorsion­a. En este sentido, El Tormenta remarca la relevancia que adquiere darle a la piel un tratamient­o natural, como él realiza. Y es que no es lo mismo adquirir una piel en una fábrica de curtidos, donde las pieles se conservan con sal, que sin ella.

La diferencia estriba en que “la sal absorbe la humedad y reblandece el tamboril”; cuando se hace de forma natural “se absorbe menos”, puntualiza.

Por otro lado, las

La calidad de las pieles determina el golpeo del tamboril y la pandereta y su vida útil

Pablo Valdera

Diputado del Condado

Debemos poner en valor los oficios para no dejar diluir la identidad de nuestra tierra”

combinacio­nes de pieles de distintos animales en cada “parche” del tamboril logrará sonidos distintos, según la demanda del tamboriler­o. Por ejemplo, una piel de cabrito, que da lugar a un sonido agudo, con otra piel de chivo o cabra por el otro lado, da lugar a un sonido más armónico, detalla Antonio.

La labor de Antonio va más allá y también fabrica panderetas con el mismo método tradiciona­l y las mismas materias primas, a las que hay que añadir los platillos de chapa de diferente espesor. Así, el artesano trabaja con dos tipos de espesor, de 3,2 décimas de milímetro y de cinco décimas de milímetro para dos tamaños de platillos, los de 40 milímetros de diámetro y los de 57 milímetros.

Toda esta variedad de tamaños dará lugar a panderetas que se usarán para diferentes tipos de estilos musicales, en los cinco tamaños que el Tormenta realiza con sus manos. A ello hay que añadir la colocación de los platillos, que acaban su perímetro en forma curva, de manera que pueden ir colocados de forma cóncava o convexa, generando sonidos diferentes. En el

pri

mer caso, se trata de panderetas usadas, sobre todo, para las sevillanas y las romerías y el segundo tipo se adecua más al sonido propio que se escucha en los villancico­s navideños.

“A veces se mezclan” los platillos para “conseguir un sonido determinad­o”, matiza Antonio, que apunta que en Almonaster la Real y las aldeas aledañas se usan panderetas suyas para su música tradiciona­l y a veces la distinción entre una zona y otra viene marcada por la combinació­n de los platillos, que “se mezclan” para conseguir un sonido determinad­o.

Los oficios tradiciona­les son un sello de distinción histórica. Hablan de lo que fue importante en otro tiempo. De ahí, que el diputado territoria­l del Condado, Pablo Valdera, tenga claro que “dejarlos perder, implicaría diluir la identidad de nuestra tierra. Implicaría renunciar a lo que somos”.

Por eso tiene claro que poner en valor oficios como el de la artesanía de panderetas y tamboriles “no debe ser una labor exclusivam­ente dirigida a la recuperaci­ón de la memoria”. “Debemos extraer, además, los elementos tradiciona­les que aún nos son útiles, y reciclar aquella labor”. Y es que, “con ello, lograremos entender mejor quiénes fuimos y conseguire­mos optimizar la percepción, y orientar la ref lexión que debemos realizar desde las institucio­nes públicas hacia el presente y el futuro de nuestras sociedades”.

Antonio cuenta que este oficio tradiciona­l se lo enseñó su padre cuando él era casi un niño, a la edad de 12 años. “A mi padre le gustaba mucho El Rocío”, explica, y veía a la gente en la aldea con los tamboriles. Entonces “se le antojó uno”. La solución fue hacer un tamboril él mismo. Así, cuando pudo, el padre de Antonio volvió a la romería con un tamboril fabricado por él. Allí, en la aldea, ese tamboril gustó y le “dijeron que se lo compraban”. A raíz de aquello, el padre de Antonio se hizo otro. Y así comenzó la historia de un oficio netamente artesanal que se originó en los años 70 del siglo pasado.

Además, El Tormenta indica que su padre empezó a enseñarle por la parte más desagradab­le, que era el tratamient­o de las pieles, “lo que menos le gustaba hacer a mi padre”. Poco a poco fue enterándos­e del resto de secretos de una labor en la que hay que sentir las materias primas para llegar a un resultado de alta calidad y durabilida­d. Su precio ronda los 140 euros para una realizació­n manual que requiere entre siete u ocho horas de trabajo repartidas en diferentes días.

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1. Moldeado de los aros de madera que dan forma al tamboril. 2. Antonio Martínez ajusta la guía. 3. El artesano explica el procedimie­nto de elaboració­n de los tamboriles y panderetas. 4. El palmerino comienza el trabajo para realizar una pandereta. 5. La mejor prueba posible para el resultado de su trabajo es tocar los instrument­os para que el sonido vuele.
REPORTAJE GRÁFICO: JOSÚE CORREA. 1 1. Moldeado de los aros de madera que dan forma al tamboril. 2. Antonio Martínez ajusta la guía. 3. El artesano explica el procedimie­nto de elaboració­n de los tamboriles y panderetas. 4. El palmerino comienza el trabajo para realizar una pandereta. 5. La mejor prueba posible para el resultado de su trabajo es tocar los instrument­os para que el sonido vuele.
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