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UN TEST EN TU VIDA

- MARISA FERNÁNDEZ SERRAT

LA farmacia de mi barrio siempre está llena, antes y durante la pandemia. La diferencia es que la cola se forma en la calle. Por allí pasan todos los mayores a buscar medicament­os, compitiend­o entre ellos a ver quién se lleva la bolsa más llena, frustrándo­se cuando les falta alguno y sonriendo satisfecho­s cuando llevan de todo. Y es que a la mayoría de los mayores, (menos a mi madre), les encantan las recetas.

Algo parecido ocurre cuando mi peluquera, sin consultart­e, te pone una crema que te deja el pelo tan sedoso que ni preguntas por qué la puso, o con la cosmética o con una pieza averiada de un electrodom­éstico ¿Qué más da conocer cuál es la causa? Si nos duele la cabeza y tomamos algo que nos alivie, dejará de preocuparn­os el diagnóstic­o. Está claro que lo que se valora realmente es el remedio para el problema, sólo después podemos interesarn­os por el origen del mismo. Es evidente que no se trata de una actuación lógica ni coherente, sobre todo si de la salud se trata,

Este ansia de test (PCR o rápido) ha llegado a ser un indicador más de la diferencia­ción de clases

porque lo que procede es diagnostic­ar primero y tratar después esa sintomatol­ogía en consecuenc­ia con lo encontrado.

Pero… ¿Cuántas cosas que creíamos lógicas han dejado de serlo? Nuestra cotidianid­ad quedó herida desde la aparición del Covid-19 en nuestras vidas. Este virus ha puesto en jaque a nuestras certezas, intuicione­s y seguridade­s de siempre. De supervalor­ar a los tratamient­os, se ha pasado al otro extremo, a priorizar el diagnóstic­o y, con tal afán, que ha llegado a colapsar el sistema. Ahora vivimos bajo el eslogan de “Pon un test en tu vida”. La gran obsesión actual (a falta de fútbol) es enterarse de si tienes o no el virus, a sabiendas de que este diagnóstic­o no es definitivo. A excepción de los sanitarios (ironías de la vida), han pasado por el test desde los Reyes hasta los que en clínicas privadas han pagado entre 165 y 400 euros, pasando por todos los miembros del Gobierno, o Almodóvar o Pablo Casado o los de Vox, o el mismo Trump, al que se lo hacen a diario.

Este ansia de test (da igual si es PCR o rápido) ha llegado a convertirs­e en un indicador más de la diferencia­ción de clases y ha espoleado el oportunism­o de las grandes empresas que, oliendo a dinero, han disparado la industria robótica hasta el punto de fabricarse, de modo exprés, todo tipo de dispositiv­os (drones o robots) que miden la temperatur­a y lo mismo desinfecta­n espacios que llevan medicament­os a las habitacion­es de los enfermos.

Y en medio de esta psicosis, digo yo: ¿Y la vacuna pa cuándo?

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