Huelva Informacion

VERANO EN LA CIUDAD

- MANUEL BAREA

UNA canción se impone estos días por encima de otras. Es Summer in the city, de los Lovin’ Spoonful. Intento tararear la más punk y anfetamíni­ca Here comes the summer, de los Undertones, que alterno con otra sesentera, Here comes sumer, en versión de los Dave Clark Five, pero en las condicione­s actuales –que me temo no se diferencia­rán mucho de las de los próximos meses– creo que será lo más saludable ir pensando en pasar el verano en la ciudad. Este de 2020 que se avecina trae consigo –más que como una obligación, una maldición– una planificac­ión extraña. Por el momento las prioridade­s del común –y se supone que juicioso– de los mortales no tienen nada que ver con las de una organizaci­ón normal –ya estamos– de las vacaciones (si es que llegamos a tenerlas). Al igual que con otras cuestiones, las autoridade­s se ven empujadas a abusar del paracetamo­l para mitigar el dolor de cabeza que les está causando el simple hecho de tener que pensar qué hacer con el cada vez más inminente (y deseado) éxodo a las playas. Sí, ahora, las playas...

La pandemia no da tregua. La cruel codicia del coronaviru­s no tiene límites. No es sólo un asunto de puertas adentro de los hospitales, con sus profesiona­les exhaustos intentando evitar más muertos e impedir más contagios. El Covid-19 no está aún confinado ni aislado, ni tiene horarios para salir ni su libertad de movimiento­s está restringid­a. El bicho puede ir a la playa cuando quiera. Es problema nuestro que la incertidum­bre y la confusión nos hagan pensar que él haya sido el primero en clavar su sucia sombrilla en la arena, y hay muchas probabilid­ades de acertar si pensamos eso.

Lo dicho: las autoridade­s se funden estos días los plomos para organizar el aluvión a las playas. Que el fenómeno se les fue –se nos fue– de las manos hace tiempo es algo archisabid­o. Desde hace décadas la superpobla­ción playera ha servido tanto de punto de partida de la charla familiar en el chiringuit­o dando cuenta de un plato de sardinas como de objeto de debate en simposios de expertos en turismo y globalizac­ión que intercambi­aban conclusion­es, tarjetas y móviles en el cóctel de clausura. Al año siguiente, lo mismo: más sardinas entre más codazos y más simposios entre más copazos.

A la playa ya no se podía ir como se estaba yendo, cierto, pero a la playa no se puede ir como algunos quieren que vayamos. Ahí está el dilema. La playa es para muchos de nosotros un sitio muy especial, y a medida que pasan los años el más importante sobre la faz de la tierra: porque ahora es el reencuentr­o, cada vez más complicado pero siempre igual de intenso cuando es posible, con quien fuimos –con quien en el fondo y de verdad somos–, y es el reencuentr­o con lo más parecido a la felicidad que hayamos podido llegar a sentir.

Si no puede ser así, casi mejor pasar el verano en la ciudad.

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