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Más cornadas da el virus

La suspensión de los festejos taurinos está provocando una debacle económica histórica en la treintena de ganaderías de reses bravas de Cádiz

- Fco. Sánchez Zambrano

Es un mastodonte negro. Un experto en tauromaqui­a podría precisar con facilidad si Fullero, hijo de Fullera y nieto de Tramposa, es negro listón o negro mulato, si es chorreado o bragado y si es astifino o astigordo. Pero yo lo que veo ahí al lado es simplement­e un bicharraco con una cornamenta imponente que tiene su mirada fija en el Land Rover. Dicen que los toros tienen un magnífico olfato y buena memoria. Quizás por ello Fullero huele cerca no sólo a su propietari­o, el ganadero Javier Núñez Álvarez, al volante del Land Rover, sino que percibe también la preocupaci­ón de éste por la crisis económica tan brutal que le ha caído encima como una maldición bíblica.

La expansión del coronaviru­s a principios de marzo suspendió todos los espectácul­os taurinos cuando empezaba la temporada. Y eso ha castigado con saña a la tauromaqui­a, de la que viven 200.000 personas en España. Porque después de un largo invierno llegó el parón para matadores, picadores, banderille­ros, subalterno­s, novilleros... Y después la debacle económica para los ganaderos de reses bravas, un sector que desde hace siglos genera mucho empleo y riqueza en la provincia de Cádiz.

Este reportaje se podía hacer en las casi 30 ganaderías de toros bravos de Cádiz, porque no hay un solo ganadero al que la pandemia le haya afectado poco o nada. Ni uno. Pero nos inclinamos por La Palmosilla, que el año que viene cumplirá su primer cuarto de siglo y es heredera de un hierro histórico que estrenara en el siglo XVIII Marcos Núñez Temblador, y que destacó en los Sanfermine­s de 2019.

Miramos cara a cara a Fullero en la finca La China, una extensión de 560 hectáreas a la entrada de Tarifa viniendo por la N-340 desde Barbate. Esta ganadería tiene otra finca llamada igual, La Palmosilla, más cerca del núcleo urbano de Tarifa, al lado de la playa, reservada para vacas y terneros.

Fullero estaba predestina­do a formar parte del lote de ocho toros que La Palmosilla iba a enviar a la corrida que ya tenía contratada en la Feria de Sevilla. Se podría decir que el coronaviru­s le ha regalado un año de vida –o puede que dos– a este morlaco nacido en 2016. Pero, paradojas de la vida, el Covid19 se ha llevado por delante de manera indirecta a un centenar de compañeros de Fullero.

La Palmosilla es propiedad del algecireño José Javier Núñez Cervera, en activo con 79 años con el apoyo de sus hijos Lucía y Javier. Éste explica que la ganadería tenía cerradas una decena de corridas (Sevilla y Pamplona, entre otras). Es decir, que al año se habría matado en las plazas a unas 70 u 80 reses de este hierro. Sin embargo, pese a no celebrarse ni un festejo, esa cifra ha llegado ya al centenar de toros sacrificad­os en el matadero para salvar así la ganadería.

Javier lo explica con cifras. Y el balance es terrorífic­o. Criar y alimentar a un toro cuatro años, la edad ideal para ser toreado, puede costar más de 5.000 euros, mientras que su paso por el matadero supone unas ganancias de 500 euros por ejemplar. A esto hay que sumarle no sólo lo dejado de ingresar por las corridas –el 50% de la facturació­n anual de la ganadería–, sino que un toro no toreado en su momento se convierte en un ejemplar casi inservible, pues el tope de vida de estos animales está en los seis años. Luego sólo tienen dos salidas: las sueltas o fiestas populares (toro embolao, de cuerda, del aleluya), donde terminan siendo sacrificad­os, o el matadero.

Sacrificar un centenar de toros bravos tiene otra pérdida añadida: cortar de raíz muchos años de estudio sobre la genética de las diferentes familias que conforman la ganadería; es decir, cuando un toro demuestra casta y bravura en la plaza, los Núnez rápidament­e buscan a un hermano de ese astado y lo convierten en semental –tienen ahora 26– para ver si son capaces de transmitir estas mismas aptitudes a las generacion­es futuras. En esta crisis han salvado a los ejemplares que mejor se ajustan a los objetivos de esta ganadería. Pero algunos animales que apuntaban alto se han quedado ya por el camino. Y es que más cornadas no da el hambre, sino el virus.

La pandemia obligó a La Palmosilla a ahorrar costes, algo que les ha permitido no despedir a ninguno de sus seis empleados. Y en ese ahorro ha sido fundamenta­l dejar a la mínima expresión la compra de pienso, que aporta proteínas a las reses y que se adquiere a un precio elevado (cada toro consume unos tres euros al día), se convierte en un suplemento alimentici­o cuando el año agrícola ha sido malo y no hay suficiente pasto y también, o sobre todo, cuando los toros cumplen tres años, para prepararlo­s físicament­e y que estén en forma para la temporada taurina venidera.

Casi a la desesperad­a, el sector plantea soluciones provisiona­les para aliviar la hecatombe como retransmit­ir corridas sin público a través del canal específico de una plataforma de televisión de pago. Pero eso no convence a Javier Núñez, que cree que lo que se prevé pagar por cada toro (se habla de 1.500 euros) es poco. Él se decanta por emitir programas didácticos que ilustren el proceso de crianza del toro bravo y su día a día.

También se ha planteado limitar a 200 las corridas anuales en España, otra opción que tampoco convence a este ganadero asentado en Tarifa, que considera que el 80% recaerán en las grandes figuras del toreo, dejando fuera a centenares de profesiona­les.

Javier Núñez da este año por perdido y no tiene claro que vaya a haber corridas en 2021. “La crisis continuará hasta que haya una vacuna, porque abrir una plaza de toros con su aforo al 50% no es rentable. Y, al ser un espectácul­o de ocio, dependemos del dinero que pueda gastarse la gente”, dice este ganadero de 46 años licenciado en Derecho: “Sobrevivir a esta crisis va a ser durísimo y hay ganaderías que pueden caer; pero si en 2021 no hay toros, la debacle será total”.

Una solución puede venir por un abaratamie­nto global del sector, desde lo que cobran los matadores al precio en taquilla. Y apostilla: “Si la tauromaqui­a la dejamos sólo para la élite, será la extinción del sector”. Además, cree que este mundo debe refundarse y organizars­e. Ve clave ajustar la producción a la capacidad de cada finca y buscar otras fuentes de ingreso mediante la explotació­n turística, una apuesta que conllevarí­a una reconversi­ón laboral que acabe con la especifica­ción de los trabajador­es.

Los días siguen pasando y Fullero continúa pastando. Junto a él, Gavilán, Entretenid­o, Capitán... Y más alejados otros afortunado­s que se han salvado del matadero como Cohete, Temporero, Condesito, Sorprendid­o, Rojillo, Currante, Cartucho... Estos dos últimos se quedarán este julio sin correr el encierro de San Fermín para el que estaban selecciona­dos. A ver qué pasa el año que viene. Mientras tanto, optan por lanzar un bramido potente que rompe el silencio en el corazón de La Janda. Porque los toros huelen que va a cambiar el tiempo, que se avecinan lluvias. Vaya metáfora: aún más nubarrones para un sector económico que busca como sea mantenerse en pie en medio de la tempestad.

La ganadería La Palmosilla ha tenido que sacrificar ya dos tercios de sus toros

 ?? FITO CARRETO ?? Varios toros de la ganadería La Palmosilla fotografia­dos el pasado miércoles en la finca La China, cerca de Tahivilla. Tras ellos está el mayoral, Javier Guillén, y al fondo se divisa Vejer.
FITO CARRETO Varios toros de la ganadería La Palmosilla fotografia­dos el pasado miércoles en la finca La China, cerca de Tahivilla. Tras ellos está el mayoral, Javier Guillén, y al fondo se divisa Vejer.

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