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‘HUELVING DEAD’

- olezameta@huelvainfo­rmacion.es ÓSCAR LEZAMETA

LA verdad es que soy el individuo menos propenso a empapurzar­me de series. Salvo alguna temporada de Homeland, La voz más alta, algo del majara de Trump o una que tuvo a la redacción de The New York Times como protagonis­ta con su transforma­ción digital y la cobertura de una realidad que parece un chiste diario y que no me acuerdo ni cómo se llamaba, lo que más me llama la atención en ese capítulo son Los Simpsons. Bueno, eso y esos espacios a los que uno se aferra cuando llega a casa y lo mismo te da verlos que no, o mejor, te puedes poner un canal, quedarte dormido, despertart­e cuatro capítulos después y darte exactament­e lo mismo. Capítulo aparte merecen las quince temporadas de Joyas sobre ruedas cuyos protagonis­tas merecen un Emmy pero ya. Si además la cosa va de zombis, pues qué quieren que les diga, la transforma­ción de un Mini me parece la quinta esencia de la exquisitez.

Y es que una de estas la viví personalme­nte el otro día, cuando salí a pasear acompañado de mi mujer por una calle diferente a la que cojo todos los días desde hace casi dos meses para llegar a una redacción casi vacía y que me sé de memoria (tampoco hay mucho que aprender, no crean; tengo el enorme lujo de vivir a diez minutos andando). Lo que vi, me recordó a esa serie, sólo que sin personas echando las interiorid­ades por la boca, pero con algunas expresione­s, igualicas oiga. Es cierto que ver al personal en la calle apetece después de días en los que la ciudad parecía víctima de una bomba de neutrones, esa cosa que a los de mi quinta nos asustaba muchísimo y que las víctimas de la Logse no saben ni lo que es. Pero entre la utilizació­n masiva de mallas con unos diseños que se nos están yendo de las manos, la cantidad de personas que se han dado cuenta de que si se ponen a correr no te dicen nada a pesar de que se nota que se les va el alma por la glotis y luego nos dirán que eso es sanísimo de la muerte, el resto de gente con la que me junté parecían muertos recién resucitado­s de miradas perdidas y almas atormentad­as. Sencillame­nte, me daba la impresión de que les abrieron las puertas de toriles, se lanzaron a la calle y no sabían qué hacer. Es cierto que había pocas opciones, porque con todo cerrado, ya me dirán. Espero que cuando lean esto, la cosa haya entrado en una fase más presentabl­e, sea cual sea su número; que las calles recuperen su esencia y la peña pueda salir más y sobre todo con una razón en mente, porque más tiempo con ese desfile de muertos vivientes, la verdad es que me apetece poco. Estoy por comprarme una recortá que, según esas series, es mano de santo.

Las calles de la ciudad parecen un desfile de muertos vivientes que deambulan sin un rumbo fijo en sus andares

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