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PARADIGMAS

- PABLO BUJALANCE

AHORA que Zizek ha publicado su Pandemia entre nosotros, al menos ya tenemos claro para qué ha servido todo esto. Aunque uno prefiere el pesimismo schopenhau­eriano de Houllebecq: el mundo no va a cambiar, sólo irá un poco a peor. Pero, por si sí o por si no, el advenimien­to de un nuevo paradigma, de un cambio no sólo de costumbres higiénicas, sino de patrones culturales, parece a la vuelta de la esquina, lo que desde luego habrá que celebrar a mayor gloria del sector editorial en su división ebook. La máxima es firme: el mundo postcorona­vírico no puede ser el mismo. Hay que fijar un nue

vo rumbo y pensar las relaciones, las leyes del mercado y las divisiones estratégic­as de otra manera. Digamos que a esta generación tan empeñada en pasar a la Historia como caso aparte (recuérdese toda la excepciona­lidad autoprocla­mada en el 15-M) esta crisis le viene que ni pintada. Sin embargo, qué cosas: un sencillo análisis racional asumiría que la opción más favorable no es el abrazo de un paradigma distinto, sino un refuerzo de determinad­os elementos que en el paradigma presente han quedado erosionado­s y puestos en entredicho. En concreto, los elementos que tienen que ver con lo público como eje central de la cultura y la economía. Lo público ya no es un capricho, ni un exceso: es, o debería, una convicción.

Desde la misma izquierda del 15-M hemos asistido al descabello del llamado régimen

del 78 y a todos y cada uno de los espacios de confluenci­a sociopolít­ica generados desde la Transición, en virtud de un adanismo insoportab­le. Desde la derecha, así como desde buena parte del PSOE más pragmático, se ha dado una renuncia a la conciencia paternalis­ta de lo público heredada del franquismo en favor de una asunción del liberalism­o más segregador y hegemónico, con vivas demostraci­ones de desprecio y chulería a todas las conquistas sociales que la sociedad española ha podido adjudicars­e en democracia. Como resultado de todo esto, se ha asentado una considerac­ión de las manifestac­iones de lo público, como la sanidad y la educación, próximas al derroche inútil, al mantenimie­nto de ganapanes, al cáncer del que España debe librarse para prosperar. Pocas veces la terrible figura del hecho a sí mismo ha tenido tanta reputación. Pero si algo nos ha dejado esta crisis es la evidencia de que nadie se hace a sí mismo. De que nos necesitamo­s. De que el éxito personal responde a la responsabi­lidad del otro.

Y eso ya figuraba en nuestro paradigma, bien clarito. Sólo habría que dejarlo limpio, proyectarl­o y lucirlo como patrimonio común. Aunque quede menos distópico.

Si algo ha dejado esta crisis es la evidencia de que nadie se hace a sí mismo. De que nos necesitamo­s

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