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La belleza y la finitud

● La editorial Alianza ha publicado, por primera vez en España, una traducción realizada directamen­te del japonés de ‘El Pabellón de Oro’, una obra de cumbre de Yukio Mishima

- José Abad GRANADA

Mizoguchi, el protagonis­ta de El Pabellón de Oro (Alianza), es uno de los personajes más carismátic­os de la narrativa de Yukio Mishima. El joven Mizoguchi es de complexión débil, poco agraciado, tartamudo de nacimiento, sensible y malvado. Mizoguchi entra como novicio en el monasterio pertenecie­nte al templo que da título a la novela; siendo niño, su padre le hablaba obsesivame­nte de que no había nada tan bello como el Pabellón de Oro y él ha acabado haciendo suya esta obsesión. Mizoguchi tiene alma de poeta: “Mi preocupaci­ón, el único problema al que yo me enfrentaba, era la belleza y solo la belleza”, confiesa, pero este afán no hace de él mejor persona.

Mizoguchi es también puro resentimie­nto: “Lo único auténtico que tengo es mi odio. ¿La razón? Soy una persona que solo se mueve por el odio”. Y de esta suma de fuerzas nace el deseo compulsivo de destruir el Pabellón de Oro, un modo oblicuo de ensalzar la belleza y, a la par, ahogarla. Un acto de rebelión también; Mizoguchi quiere librarse de la dominación que ejerce sobre él. Un modo de matar simbólicam­ente al padre o un suicidio simbólico tal vez, pues con la destrucció­n del templo desaparece­ría lo que él más ama.

El camino que va de la idea a su ejecución es inexorable. El lector sabe desde el principio que Mizoguchi llevará a cabo su propósito y que las llamas devorarán las paredes revestidas de pan de oro del templo, pero el hecho de conocer el desenlace no rebaja el interés de la novela. Lo apasionant­e es leer cómo el joven justifica este anhelo de perfección y desastre; o sea, cómo justifica Yukio Mishima esta disyuntiva entre la belleza o la nada. Conviene recordar que el escritor se inspiraba en unos hechos realmente sucedidos poco tiempo antes: el 2 de julio de 1950, un novicio de 22 años le prendió fuego a este templo de Kioto. El novicio intentó suicidarse luego, ingiriendo somníferos e inf ligiéndose diversas heridas con una navaja. Fue condenado a siete años de reclusión pero, tras serle diagnostic­ada una esquizofre­nia aguda, acabó ingresando en

un centro psiquiátri­co. Hayashi Yoken, que así se llamaba el infeliz, murió el mismo año en que llegó la novela a las librerías, 1956. Mishima descarta el retrato fácil del loco pirómano a favor de la acuarela minuciosa del joven refinado y cruel, cuya perversión última apenas desentona en un mundo dominado por la depredació­n, la humillació­n, el sometimien­to.

La belleza y la finitud fueron también las grandes obsesiones de Mishima. En una entrevista concedida pocos días antes de su inmolación, a finales de 1970, recogida en el volumen Últimas palabras de Yukio Mishima (Alianza, 2015), el escritor confiesa: “En mi interior, belleza, erotismo y muerte se hallan en la misma línea. Después está la crueldad, que es una realidad objetiva y concreta, o al menos así se la considera”. Estos elementos están idealmente enhebrados en El Pabellón de Oro.

La novela tiene páginas turbadoras, inquietant­es, entre lo mejor que ha escrito Mishima nunca: el proyecto destructor despierta el apetito carnal del joven, que decide perder la virginidad antes de llevar a cabo su acción. Mizoguchi va a un burdel y se acuesta con una prostituta apenas unos años mayor que él, Mariko. Todo sucede demasiado deprisa y no satisface sus expectativ­as, siempre es así. El chico regresa al prostíbulo a l a noche siguiente y solicita de nuevo los ser vicios de Mariko. Luego, cuando yacen juntos, una mosca se posa en el pecho desnudo de ella, que no hace nada por espantarla. Si las moscas se sienten atraídas por la podredumbr­e, piensa él, ¿será que

Mariko ha empezado ya a pudrirse?

En otra entrevista incluida en Últimas palabras de Yukio Mishima, el crítico Hideo Kobayashi se dirige al escritor en estos términos: “Dentro de ti hay algo terrible: tu talento. […] Lo que quiero decir es que a veces decimos de alguien que tiene talento y solo talento, ¿verdad? Bueno, pero lo que pasa contigo es que tú tienes muchísimo, una cantidad extraordin­aria de talento. Tal exuberanci­a de talento se convierte en una especie de fuerza misteriosa, en algo diabólico”. El adjetivo me parece de lo más oportuno. Hay efectivame­nte algo diabólico en el joven Mizoguchi y en su deseo de convertir el Pabellón de Oro en un infierno. Y por supuesto hay algo diabólico en el talento de Mishima y en su fascinació­n por el abismo. El diablo sigue estando de por medio.

El escritor se inspira en unos hecho reales: un novicio le prendió fuego al templo de Kioto

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G. H.
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El escritor Ray Bradbury.

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