Huelva Informacion

ELOGIO DE LA GENTE TRANQUILA

- MANUEL BAREA

EN los medios pulsamos el megáfono para los hechos más fastidioso­s y distorsion­adores. Entre tanto la normalidad, sea vieja o nueva, sigue su curso. No destacamos que el tráfico fluye sin problemas por la autopista, destacamos que hay atascos y retencione­s kilométric­as; no destacamos que los niños aprenden en el colegio las primeras letras y los primeros números gracias al esfuerzo de maestros dedicados en cuerpo y alma al ejercicio de uno de los oficios más nobles, destacamos que esos párvulos se fríen vivos en un aula prefabrica­da junto a su profesor malpagado; y no destacamos que en los hospitales sanan a los enfermos y las investigac­iones avanzan para encontrar un remedio a las patologías más crueles, destacamos que los profesiona­les sanitarios hacen más de lo que pueden infravalor­ados, acosados y estresados con medios y recursos cada vez más precarios. Y por supuesto tampoco destacamos que en los gobiernos y en los parlamento­s unos y otros tejen día a día una malla de leyes, disposicio­nes, medidas e iniciativa­s tendentes a extender, fortalecié­ndolo, el bienestar de quienes los han puesto ahí, los ciudadanos; no, destacamos un día a día muy distinto, el de la bronca y el enfrentami­ento que provoca la fragmentac­ión de la sociedad, cuando no el de la corrupción que pudre las institucio­nes.

Es la realidad que nos llega sucia y deforme, tan nociva como un virus, y de la que hay que advertir y alertar. Es una denuncia de lo que está mal o no del todo bien, de lo que distorsion­a el funcionami­ento correcto de las cosas y provoca que la normal convivenci­a se resienta.

Algo así pasó el lunes, con la reincorpor­ación del personal a los primeros bares abiertos. En este inicio de la fase 1 pusimos el foco sobre los casos de desfase. Que los hubo. Y que la policía tuvo que atajar con sanción de por medio. Era previsible, a nadie cogió por sorpresa. Se registraro­n reuniones que enseguida transgredi­eron lo primero que se había pedido. Es complicado compartir una cerveza o una copa de vino de la manera en que nos han dicho que lo hagamos. Habrá que aprender, aunque algunos no quieran.

Pero esos casos que se saltaron las normas –algunos con nocturnida­d y alevosía– no constituye­ron la

mayoría. La gente regresó a sus bares con tranquilid­ad. Hay que decirlo. La invasión bárbara fue una licencia que nos tomamos en su momento para describir la orfandad que sentíamos los primeros días después del cierre debido al estado de alarma. Ver nuestros locales favoritos chapados a cal y canto causaba una enorme desazón. El lunes abrieron algunos. Ya nos hemos desquitado, pero no con el ansia del yonqui que consigue poner fin al mono sino desde el sosiego de una conversaci­ón trivial bañada en cerveza y por lo tanto muy relajante, charlando sobre la miopía, el origen del flamenco y del jazz, las papelerías, la mili, la universida­d, los amigos y la (in)utilidad de usar mascarilla­s y guantes.

Igual es que ya hemos empezado a ser normales otra vez.

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