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PACTOS DE SILENCIO

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QUE no se entere. No le digas nada”. De este tipo eran los mensajes habituales que se transmitía­n familiares, amigos y profesiona­les sanitarios al saberse que alguien estaba enfermo de algo incurable y que en poco tiempo acabaría su vida. Era lo que se conoció como el pacto de silencio. Por suerte, aunque todavía existen restos de esa tendencia, la situación ha cambiado; incluso, en algunos países es obligación legal darle al paciente una informació­n veraz, sea cual sea su estado. Se trata de un derecho que nadie debe impedirnos, porque nuestra salud –valga la redundanci­a– es la nuestra y no la de los demás. Además, el conocimien­to de la realidad puede tener repercusio­nes importante­s en los comportami­entos y decisiones de la persona afectada, que tal vez le ayudarían a su bienestar y tranquilid­ad moral en los días que le quedasen. Un caso especial serían los niños, pero no entraremos en esto. Pues bien, Pedro Sánchez, su Gobierno y sus prosélitos han actuado asentados en la idea de un pacto de silencio para no alarmarnos. Nos han hurtado la verdad con la excusa de protegerno­s, y han utilizado estrategia­s, unas veces sutiles y otras explícitas para evitar que se supiera la auténtica dureza y el peligro de lo que estaba ocurriendo –y aún sucede– con esta maldita pandemia del Covid-19. Para ellos la clave era que estuviéram­os entretenid­os, riéndonos, disfrazánd­onos o bailando. Si acaso, para calmar las conciencia­s, estimularo­n los aplausos en los balcones para que no cayéramos en la tentación de que lo que debíamos hacer era, desde ellos, exigir medidas de protección para todos los que estaban en primera línea en muy diversos campos. Ahora, con las nuevas fases, nos hacen advertenci­as; algo así como un portaros bien, no seáis malos, que podemos retroceder. ¿Se extraña el Gobierno y sus extensione­s de que alguna gente no siga las normas de seguridad? ¿Qué esperan si no? Se han vedado las imágenes dolorosas y se ha escondido el sufrimient­o, la angustia y la desesperan­za. A la vez, se ha proyectado la enfermedad como un problema, más que nada, de las personas mayores, con un claro acento edadista. Al final eso ha propiciado que algunos no se corten para hacer lo que les apetezca. La sociedad española, salvo excepcione­s, es adulta y madura; por tanto, nada de pactos de silencio con ella. Nos han ocultado o minimizado la realidad de la pandemia y ya han comenzado a hacerlo con la de los problemas económicos. No quieren que sepamos del aumento de la pobreza.

Nos han ocultado la realidad de la pandemia; ahora, lo hacen con la de los problemas económicos

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FRANCISCO REVUELTA

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