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ME VOY A CASA

- MARISA FERNÁNDEZ SERRAT

PRIMER día de la primera fase de la desescalad­a. Imaginando lo frecuentad­a que estarían, en fin de semana, las zonas por donde correr, mejor espero al lunes para hacerlo por el Conquero. Ya en el Obispado, fui consciente de mi error de cálculo: ¡Cuántas personas más de las imaginable­s! Ahí empiezan mis primeros temores y temblores. A pesar del lamentable estado del acerado, no miraré el suelo, porque lo que realmente me interesa es comprobar cuántos, de los que transitan por allí, llevan mascarilla. Sospecho que esa relajación que buscaba, no voy a encontrarl­a. Intento correr más deprisa, separarme de los grupos… Imposible. Son catervas compactas e indivisibl­es las que me rodean. Decido avanzar por la carretera. Inútil, ante la multitud de coches. Busco ansiosamen­te alguno de la policía, pero parece que hoy éstos descansan. Estoy hiperventi­lando. Mejor me voy a casa.

Llego en el momento en que un mensajero introduce unos paquetes en el ascensor. Decido subir por la escalera. Abro mi puerta con el codo y espero, desde la mirilla, que recojan los paque

Lo bueno es reafirmar lo bien que se está en casa, la música, las lecturas... ¿Síndrome de la cabaña se llama?

tes, para desinfecta­r todos los botones del ascensor, las llaves, la mirilla, por si acaso… Ya he esteriliza­do con agua y lejía las suelas de los zapatos que traigo de la calle y meto en la lavadora la ropa que traía puesta, además de fumigar la mascarilla como me indicó mi farmacéuti­ca. No he acabado cuando llega la compra que hicimos on line, así que ahora lo prioritari­o es higienizar todas las cajas y bolsas que vienen.

Sin ninguna intención de repetir la experienci­a, mis hijas me convencen de que se pasea bien por la calle. Lo hago por el centro y compruebo qué difícil resulta calcular la distancia que hay entre las demás personas y yo. El próximo día me traigo un metro. Además, los niños, que ya deberían estar en sus casas, corren y se tiran al suelo unos encima de otros y sus padres como si no fuera con ellos. Me voy a casa.

Me convencen de la buena organizaci­ón de las terrazas de los bares, así que me dirijo a la más cercana, pero detrás mía, alguien no deja de toser. Me cambio de acera y también lo hace él, así que no tuve más remedio que cederle el paso con mal gesto, a ver si comprende que con tos no se sale. Me da igual que sea alergia, como me contestó, con mal tono. Y, por supuesto, ¿Cómo tomarme una cerveza rodeada de tantísimas personas de pie? Me voy a casa.

Lo bueno es reafirmar lo bien que se está en casa, la música, las lecturas... y ¡hasta la lluvia! ¿Síndrome de la cabaña se llama?

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