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ÚLTIMO BAILE

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

ESPAÑA, usufructua­ria tenaz del esperpento, goza de cierta facilidad expresiva a la hora de retratar al Enemigo Malo. De ahí que los pijas de Podemos hayan dado en encontrar su Némesis en los pijas de Serrano, en una batalla propagandí­stica que pudiéramos titular como la batalla de los Pocholos contra los Cayetanos, siendo los Pocholos la progresía aseada y levantisca, hija de la burguesía de siempre (Iglesias, Errejón, Isa Serra, Lilith Vestringe, y un prolijo y acomodado etcétera), que se queja amargament­e de las quejas de otro sector de la población, también acomodado. O sea, los Cayetanos. Todo lo cual se ha querido presentar, además, bajo la sospecha de cierta voluntad poco democrátic­a, contra la cual se alza, pura y sin mácula, la noble burguesía podemita.

Por resumir, uno acudiría aquella imagen, carente de rigor histórico, recogida bajo el rubro de “discusión bizantina”. Según esta secular patraña (léase a Runciman), el clero ortodoxo seguía discutiend­o sobre el sexo angélico mientras la bárbara cañonería de Orban, un cristiano húngaro a las órdenes de Mehmet II, batía las murallas de Constantin­opla. Supongo que todos los españoles de mi edad hemos padecido la prédica de algún voluntario­so chico/chica progre, que nos adoctrinab­a con un pie en el Golf GTI, camino de la profunda noche, mientras los demás nos entregábam­os a la reacción y al tedio. Esa maravillos­a y un poco reiterativ­a exudación de las clases medias, hoy corre el riesgo de no calibrar bien a qué se enfrenta. Y a lo que se enfrenta no es a un breve tumulto de Cayetanos, prontament­e caricaturi­zados por los Pocholos. A lo que se enfrenta, una vez olvidada la anécdota de Serrano, es a un país que se abisma aceleradam­ente en la desgracia. En breve, serán millones los españoles que tendrán motivos para la queja. Una queja que guardará relación o no con la ejecutoria del Gobierno; pero una queja que no podrá solventars­e con la caricatura del pijo revoltoso ni con la apelación a la propaganda adversa. Esta estrategia, idéntica a la escogida por el nacionalis­mo catalán, adolece de un pequeño inconvenie­nte: ignora la realidad exterior.

Es sabido que Churchill, durante la guerra, frecuentó las páginas de Gibbon y su Decadencia y caída del imperio romano. De hecho, buena parte de su solemne y eficaz retórica se debió al infortunad­o sabio diecioches­co. Acaso sea el momento de que el Gobierno abandone su retórica guerracivi­lista y comience a dirigirse, con la solemnidad debida, a todos los españoles.

A lo que se enfrenta el Gobierno es a un país que se abisma aceleradam­ente en la desgracia

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