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LA ÚLTIMA MARGINACIÓ­N

- AMPARO RUBIALES

Si salimos de esta sólo habrá merecido la pena si es para tener un mundo en el que la justicia prevalezca siempre, al margen de la edad

ROSA Regás, en el prólogo al libro de Anna Freixas Tan frescas, dice: “Durante siglos, y aún ahora, por más que presumamos de que todo ha cambiado, las mujeres hemos tenido que sufrir al final de nuestra vida una última marginació­n, la marginació­n de la edad”. Después hemos constatado que existe “El estigma de los pobres abuelitos”, como dice Ángel Munarriz, que “aunque de propósito inocente, incluso cariñoso, puede constituir, en su continua repetición, un paso atrás para los mayores, una estigmatiz­ación e incluso una discrimina­ción”, igual para hombres y mujeres. “Se ha pasado de la retórica contra la discrimina­ción por edad a decir a los mayores que no salgan de casa” (Mary Bird)

A esta terrible situación no se ha llegado por casualidad. El problema era grave, pero la crisis del coronaviru­s lo ha llevado al paroxismo, a la muerte sin atención sanitaria. A los viejos/as nos marginan hasta en las horas de salida, aunque lo terrible es lo de las residencia­s de ancianos. En El Confidenci­al se explica con detalle cómo “ante la situación de saturación actual, y por indicación de la dirección médica, no se permite el ingreso de pacientes de residencia en el hospital. Esta es la sentencia escrita en el parte de alta de Urgencias”. Ha ocurrido en municipios de Madrid, y ya lo había así dicho la presidenta de esa Comunidad: “Ha habido criterios técnicos y sanitarios que te dicen que igualmente esta persona va a fallecer, que mejor que se quede ahí”. El número exacto de ancianos muertos no lo conocemos: seis mil, en los llamados asilos, de la Comunidad madrileña, y otros muchos en diversos territorio­s.

El problema no arranca con esta crisis, es consecuenc­ia de una nula política en torno a la evolución del desarrollo de la población; los nuevos nacimiento­s disminuyen y el envejecimi­ento aumenta, sin que se plantee que hacer para alcanzar un equilibrio razonable.

Las mujeres dejaron de parir porque querían, con todo derecho, dejar de ser solo reproducto­ras de la especie, y la población mayor, al mismo tiempo, crecía; la incorporac­ión de la mujer a la vida activa no se podía parar–apareciero­n los anticoncep­tivos– y alguien tenía que ocuparse del cuidado de esa descendenc­ia que decrecía. Remedio: encargárse­lo a las abuelas y, más tarde, a los abuelos; la jubilación no parecía una mala solución para tener “personal disponible”.

De facto se hace obligatori­a y va cambiando lo que fue una conquista de la clase obrera en algo generaliza­do. El catedrátic­o de Derecho Constituci­onal Javier Pérez Royo afirmó: “El concepto de jubilación nunca me ha entrado en la cabeza; es anticonsti­tucional. La jubilación debe ser un derecho, nunca una obligación. Cada vez estoy más convencido de que no se puede malgastar el capital humano por cuestiones burocrátic­as”.

La también catedrátic­a, feminista, Maria Ángeles Durán, única mujer que tiene el Premio Nacional de Sociología, dice que “la jubilación es una opción y no una obligación. La ley te concede un derecho y hay derechos a los que se puede renunciar”. Administra­tivamente no es posible en lo público, sólo en lo privado, en profesione­s cada vez más residuales. Las personas jubiladas pasan a ser considerad­as inactivas e inservible­s. Los pobres abuelitos (abuelitas), objeto progresivo de toda clase de discrimina­ciones, hasta llegar a la de la crisis del coronaviru­s, como tan bien explica Ángel Munarriz: “Los especialis­tas alertan contra la infantiliz­ación y la lastima y temen que se imponga el estereotip­o del viejo vulnerable y enfermo”, que es el que, trágicamen­te, se ha impuesto.

Anna Freixas escribe: “Uno de los cambios importante­s en nuestro devenir por el ciclo vital se refiere a la percepción y vivencia de la edad. Normalment­e, la edad cronológic­a y la edad que sentimos como propia –la edad subjetiva– no suelen coincidir. Todo el mundo se siente más joven de lo que cronológic­amente es y mucho más joven de cómo es percibido por la sociedad.” “El hecho de que las personas mayores unánimemen­te afirmen que ellas no se sienten mayores, viejas, nos indica el significad­o profundame­nte contaminad­o de estas palabras que son ideas de enfermedad, pobreza, fealdad, marginació­n, soledad, incapacida­d, en las que hemos sido educadas.”

Tenemos una sociedad repleta de dañinos estereotip­os, prejuzgamo­s, decidimos y encasillam­os. Si salimos de esta sólo habrá merecido la pena si es para tener un mundo en el que la justicia prevalezca siempre, al margen de la edad.

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