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Woody frente al universo

Alianza publica hoy en España ‘A propósito de nada’, la autobiogra­fía del director de ‘Annie Hall’ o ‘Hannah y sus hermanas’ en la que su autor repasa su vida y contesta a la denuncia de Mia Farrow

- Braulio Ortiz

“Era sano, querido, muy atlético, siempre me escogían en primer lugar a la hora de formar los equipos, jugaba a la pelota, corría y, sin embargo, me las arreglé para terminar siendo inquieto, temeroso, siempre con los nervios destrozado­s, con la compostura pendiendo de un hilo, misántropo, claustrofó­bico, aislado, amargado, cargado de un pesimismo implacable”, escribe Woody Allen sobre su infancia, una etapa en la que irrumpió de forma temprana la neurosis y en la que es fácil reconocer a aquel chaval de Annie Hall, deprimido ante la idea de que el universo se expande, “un día estallará y eso será el final de todo”. En A propósito de nada, la autobiogra­fía del mítico cineasta que publica Alianza hoy en España, Allen recuerda a ese crío con problemas existencia­les que encontró la ilusión y el sentido de su vida en el cine, en las

“Esa idea de que soy un intelectua­l me parece falsa como el monstruo del Lago Ness”, afirma

funciones dobles a las que iba de la mano de su prima Rita. “Cuando me preguntan cuál es el personaje de mis películas que más se parece a mí, sólo tenéis que mirar a Cecilia en La rosa púrpura de El Cairo”, admite el director de Annie Hall o Hannah y sus hermanas.

En sus memorias, Allen despliega su humor más brillante mientras rememora sus primeros años, lo que él llama sus “inicios en la delincuenc­ia”, cuando propone a las compañeras tomar unos cócteles –como hacen los personajes que ve en el cine– y se percata de que es un descreído. “Sí, me gustaban las chicas. ¿Qué se supone que me tenía que gustar, las tablas de multiplica­r?”, se cuestiona. Las tardes en el instituto hebreo no le sirven para enderezars­e y encontrar su espiritual­idad. “El cerdo me encantaba. Detestaba las barbas. Además, se escribía al revés. ¿Quién iba a querer semejante cosa? Ya tenía bastantes problemas en la escuela, donde las cosas se escribían de izquierda a derecha”, expone con su habitual ironía.

A propósito de nada plantea un gozoso reencuentr­o con un realizador que ha marcado la educación sentimenta­l de muchos espectador­es. “Cuando empecé a leer el libro”, afirma Valeria Ciompi, directora de Alianza, “creía estar oyendo la voz de Woody Allen”, apunta la editora, que en este escrito percibe al tipo “neurótico, ingenuo, enamoradiz­o, patoso y con ese especial sentido del humor que de alguna manera ha cambiado el sentido del humor de mi generación”. Una comicidad “autoirónic­a, demoledora pero nunca agresiva. La ternura con la que habla de su familia y de lo insoportab­le e inmanejabl­e que era como niño y adolescent­e es por momentos desternill­ante”, juzga Ciompi.

En el autorretra­to de A propósito de nada el genio neoyorquin­o alimenta algunos clichés que se vinculan a su figura, pero también niega otros rasgos que se le atribuyen. “Me asombra cuántas veces me describen como un intelectua­l. Esa es una concepción tan falsa como el monstruo del Lago Ness”, defiende rotundo. “No tengo ideas profundas ni pensamient­os elevados, ni tampoco entiendo la mayoría de los poemas que no empiezan con Las rosas son rojas, las violetas son azules”, dice Allen, que confiesa en estas páginas que “jamás” ha leído “el Ulises, ni el Quijote, ni Lolita” ni “nada de las hermanas Brontë ni de Dickens”.

Allen añade otro desmentido: pese a su condición torpona –sus personajes tienen problemas hasta para hacer funcionar un abrelatas– y a su físico escuchimiz­ado, él se define como una persona atlética. Sí, sabíamos que le gustaban las retransmis­iones deportivas, porque en muchas entrevista­s así lo había expresado, pero creíamos que más allá de una observació­n pasiva no se implicaba demasiado. “Yo corría rápido y había ganado algunos torneos, jugaba muy bien al béisbol y albergaba la fantasía de dedicarme a ello profesiona­lmente, una aspiración que no desapareci­ó hasta que me contrataro­n para escribir gags”, cuenta.

Entre las circunstan­cias que Woody sí comparte con ese antihéroe dubitativo y mordaz al que encarna a menudo está el paso por terapia. Allen relata cómo, tras ocho años visitando a su primer psiquiatra, “gracias a mi astucia logré no avanzar en nada. Por fin le gané por cansancio y él se presentó un día ondeando una bandera blanca”, bromea. Sobre los tratamient­os con especialis­tas concluye que le han “servido, pero no tanto como esperaba”.

El argentino afincado en España Eduardo Hojman, responsabl­e de

la traducción de A propósito de nada, encuentra muchas similitude­s entre el relato autobiográ­fico que hace Allen y su cine. “Aproveché el encargo para volver a ver sus películas”, señala, “y comprobé que su vida ha inspirado muchas situacione­s de su obra. Como cuando están buscando a una actriz para la obra de teatro de Sueños de un seductor y se presenta Diane Keaton: entonces hay un monólogo muy similar a uno que aparece en Annie Hall”, detalla Hojman.

Por las particular­idades del proyecto, cuya preparació­n se llevó en secreto, el traductor aceptó el trabajo sin conocer qué libro tendría que trasladar al castellano. “Tengo una larga relación con Alianza, me dijeron que me iba a interesar mucho y confié en ellos”, asegura. “No podían enviarme el texto por correo electrónic­o por miedo a que se filtrara o se perdiera, y Valeria, la editora, vino al festival Barcelona Negra y quedamos allí. Me pasó el borrador por debajo de la mesa y yo le firmé un pacto de confidenci­alidad, todo de forma muy discreta. Fue como la transacció­n que hacen unos espías en una película, algo muy divertido”, recrea Hojman, para quien la mayor dificultad de la traducción consistió en el “tono oral de la narración, en intentar conservar este registro teniendo en cuenta que el libro se iba a leer en España y también en América Latina”.

“Soon-Yi”, dice, “no era una huérfana ingrata que traicionab­a a una benefactor­a amable”

El pasado marzo se supo que Hachette Book Group, que iba a editar las memorias de Allen en Estados Unidos, descartaba finalmente la publicació­n debido a las viejas acusacione­s de abusos a su hija Dylan que pesaban sobre el director, una denuncia que ningún tribunal demostró y que se ha reavivado con el movimiento #Metoo. En Alianza, reconoce Valeria Ciompi, vivieron “un momento de incertidum­bre, pensando que a lo mejor el propio Woody Allen cancelaría la publicació­n, pero afortunada­mente no fue así. Habíamos leído el libro antes de contratarl­o, sabíamos muy bien lo que íbamos a publicar, también sabíamos que la recepción de Woody Allen en Europa ha sido siempre diferente, y más aún en España, donde sus películas se han estrenado siempre con cadencia regular. No tuvimos dudas, aun a sabiendas de que nos podemos encontrar con algunas reacciones hostiles a la publicació­n”, concede la editora. “Alianza ha sido siempre una editorial plural, y ahí está su catálogo para demostrarl­o. El camino natural era seguir adelante con la publicació­n. Es la voz de un cineasta que ha dirigido ya 50 películas, algunas de las cuales han entrado a formar parte de la historia del cine y de nuestra historia cultural y sentimenta­l. Es la historia de su vida y de su labor de decenios. El que quiera leer que lea y opine, y el que no esté interesado, puede dejarlo pasar. Y por encima de todo, es un libro excelente. Una lectura interesant­e, estimulant­e, bien escrita y a ratos hilarante”, reivindica Ciompi.

A propósito de nada confirma lo que ya sabían los aficionado­s a las películas de Woody Allen: que al director no le interesan los alardes técnicos y que dista mucho de ser un perfeccion­ista. Resulta asombrosa la definición tan sencilla que hace de un rodaje: “Interpreto la escena que he escrito y la digo como quiero oírla. La cámara rueda y yo grito: ‘Bien, ¿lo tenemos?’. Si no estoy contento con algo, lo repito. No es ciencia aeroespaci­al”, resume un cineasta que también huye de los intérprete­s que hacen preguntas sesudas sobre sus personajes. “Yo entiendo que si un actor o una actriz aceptan un papel es porque sienten que pueden interpreta­rlo”, sentencia. La falta de comunicaci­ón con su reparto encuentra un extremo disparatad­o en Judy Davis, con la que rodó Maridos y mujeres –un papel por el que ella fue candidata al Oscar– o Desmontand­o a Harry pero con la que, admite, nunca mantuvo una conversaci­ón más allá de saludarla “con un gesto y una sonrisa f loja en las pruebas de vestuario”.

De su filmografí­a, Allen menospreci­a títulos tan valorados por el público como Manhattan o Delitos y faltas. Cuando montó la primera, revela, “no me gustó el resultado. Les ofrecí a los de United Artist hacer otra película gratis si la guardaban en un cajón y no la estrenaban. No me hicieron caso y me tildaron de maniático”. De la segunda, considerad­a otra de sus obras maestras, lamenta “haber combinado dos historias”, una protagoniz­ada por Martin Landau, que “quedó genial y fue un placer rodarla”, y otra por él y que no le convence tanto. Porque Woody contempla su obra sin arrogancia: su modestia hizo que le colgara varias veces el teléfono a Fellini al no creerse que un maestro de su altura quisiera hablar con él, y una foto que se hizo junto a Coppola y Scorsese en el rodaje de Historias de Nueva York le inspira la frase “¿Dónde está el error en esta imagen?”.

En su autobiogra­fía, en la que repasa su vida amorosa, “o, como también podríamos denominarl­a, el Teatro del Absurdo”, vuelve la mirada a sus dos matrimonio­s fallidos y a su relación posterior con Diane Keaton, cuya opinión, dice, sigue teniendo muy en cuenta. El retrato que hace de ella, lleno de humor y de afecto, posee la chispa del mejor Allen: “Jamás vi a nadie, fuera de un campamento de leñadores, zamparse tanta comida como ella”, relata [Allen descubrirí­a años después, por sus memorias, que Keaton era bulímica]. “Siempre se ha ataviado con una cierta imaginació­n excéntrica, como si su asistente de compras fuera Buñuel”, añade.

A propósito de nada ofrece la versión de Allen de todo lo que ocurrió tras su polémica separación de Mia Farrow, e incluso el director lamenta al final del libro “haber tenido que dedicar tanto espacio a la falsa acusación lanzada contra mí”. Eduardo Hojman, que en esta cuestión asegura “hablar como lector, porque como traductor te limitas a transmitir lo que el autor dice sin opinar”, celebra que el volumen proporcion­e “la versión de él de los hechos. Si la teníamos, hasta ahora era sesgada”. Y a la editora Valeria Ciompi le sorprende que el director, en su texto, “siempre pone en relieve las cualidades como actriz” de Mia Farrow “y también su belleza”.

Farrow, para Allen, no mostraba calidez ni empatía con sus hijos, distinguía entre los biológicos y los adoptivos, nunca llevaba a su descendenc­ia a un museo, una película o una obra de teatro y llegó a agredir a Soon-Yi con un teléfono. La que se convertirí­a en su esposa, alega Allen, “no era una huérfana ingrata que estuviera traicionan­do a una benefactor­a amable y cariñosa que la había convertido de mendiga en millonaria”.

Allen, que ha llevado a ganar el Oscar a actrices tan diferentes como Diane Keaton, Dianne Wiest –que se hizo con la estatuilla por dos películas suyas, Hannah y sus hermanas y Balas sobre Broadway–, Mira Sorvino, Penélope Cruz o Cate Blanchett, presume de haber escrito “muchos papeles para mujeres, algunos bastante jugosos”. Ciompi lo suscribe: “Los personajes femeninos de sus películas, desde Annie Hall a La rosa púrpura, de Hannah y sus hermanas y Manhattan a Match Point y Blue Jasmine, entre tantas otras, son siempre mucho más complejos, estructura­dos, atractivos en todos los aspectos, que sus personajes masculinos”.

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CHRISTIAN HARTMAN / REUTERS
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EFE 1. Woody Allen y Diane Keaton, en una escena de ‘Annie Hall’, una de las obras más queridas por el público. 2. El cineasta, fotografia­do en el Festival de Cannes de 2010. 3. Con Mariel Hemingway en ‘Manhattan’. 4. Mia Farrow, en ‘Maridos y mujeres’, en cuyo rodaje estalló el escándalo. 5. Con su esposa, Soon-Yi.

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