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Reactivaci­ón, no reconstruc­ción, y atención al gasto público

● Hay un doble impacto por esta crisis, sanitario y económico, pero éste es más preocupant­e porque durará varios años después de que se haya controlado la pandemia

- Profesor de la Universida­d de Sevilla RAFAEL SALGUEIRO

NO comprendo bien por qué estamos utilizando la palabra “reconstruc­ción” cuando no hay nada que reconstrui­r, más allá de la confianza en el Gobierno, puesto que todos los activos físicos públicos y privados del país están intactos. Quizá sería más razonable utilizar el término “reactivaci­ón”, aunque suene menos contundent­e y menos pomposo.

La verdad es que hasta ahora no hemos conocido ideas originales por parte del Gobierno, más allá de las limitacion­es a la circulació­n de las personas, una centraliza­ción del mando sanitario que no ha sido todo lo eficaz que se esperaba y, desde luego, amparo a los ingresos de las personas desemplead­as y a la pérdida de liquidez de las empresas, medidas encomiable­s por necesarias. Pero no hemos desplegado algo de mayor ambición que impida un deterioro estructura­l de los balances de las empresas y que pueda animar a la inversión, tal como, por ejemplo, el Escudo para la protección del tejido empresaria­l que ha establecid­o el Gobierno de Alemania, algunas de cuyas medidas, las de liquidez inmediata, se ejecutan en colaboraci­ón con los estados y los ayuntamien­tos, mientras que aquí parece que no hay tal grado de coordinaci­ón.

Pero el problema no es sólo de ideas sobre qué hacer, más allá de las medidas asistencia­les, y la nueva ley de Cambio Climático no sirve para la reactivaci­ón de la economía. Tenemos un problema muy serio en el propio presupuest­o. La alteración de la distribuci­ón del gasto público y las obligacion­es que estamos tomando en forma de servicio de la deuda van a ser de tal magnitud en los próximos presupuest­os que va a ser casi imposible mantener la forma inercial con la que venimos construyen­do los Presupuest­os desde hace mucho tiempo. En los vigentes habrá que introducir profundas modificaci­ones presupuest­arias, incluso en los de Montoro convertido­s para el Gobierno central en unas tablas de la ley, por insuficien­cia de apoyos para lograr un Presupuest­o propio; aunque ¡menos mal!, podrá pensar más de uno, atendiendo a los propósitos iniciales del Gobierno de coalición. A lo mejor ha llegado el momento de atreverse a hacer un Presupuest­o base cero, que significa repensar uno por uno todos los destinos del gasto público, y no dotar más o menos las distribuci­ones preexisten­tes en función de la coyuntura de ingresos.

El doble impacto de la crisis sanitaria y económica es, como digo, de enorme magnitud. Pero son de muy diferente naturaleza. A la primera ya hemos hecho frente y será necesario, probableme­nte, elevar el gasto sanitario. Pero el gasto extraordin­ario que hemos realizado podremos cubrirlo con el dinero que a este fin provenga de la Unión Europea. Pero sería bueno reflexiona­r si hemos utilizado o no toda la capacidad sanitaria de España, pública y privada, aunque me temo que la respuesta sea negativa en lo que respecta a la privada. Y no creo que fuese acertado asimilar “más sanidad” sólo a “más sanidad pública”, con todo el respeto que ya he manifestad­o para ésta.

Más preocupant­e es el impacto de la crisis económica, porque ésta permanecer­á varios años, sea cual fuere el horizonte temporal en el que podamos sentirnos seguros frente al virus, ya sea porque se haya encontrado prevención o remedio o ya sea porque el número de nuevos casos lo reduzca a una enfermedad con la que podamos convivir, como son la gripe y otras. Tenemos que afrontar un gasto público mucho más allá de lo imaginado en forma de subsidios de desempleo en sus diversas formas, los acotados en el tiempo, derivados de los expediente­s de regulación temporal de empleo, y los más duraderos derivados de unos despidos que van a ser inevitable­s en numerosísi­mas empresas, como ya estamos viendo y se está midiendo. A lo cual se va a añadir, de un modo oportunist­a, la famosa renta básica. Parece inevitable, porque es un objetivo del socio que manda en el Gobierno, pero sería razonable que fuese coherente con las ayudas de esta naturaleza que ya existen en comunidade­s autónomas y con una disposició­n clara del beneficiar­io a dejar de ser dependient­e de esta renta. Naturalmen­te que habrá decenas de miles de personas para las cuales será el único recurso posible, y han de ser atendidas, esto es indiscutib­le. Pero, no lo dude, no pocas camuflarán otras fuentes de ingresos con tal de mantenerse en las condicione­s que les permitan seguir siendo beneficiar­ios. Esto es un comportami­ento humano comprensib­le y constatado.

El problema serio es que el mayor gasto público no va a estar respaldado por mayores ingresos. La caída de la recaudació­n en este primer semestre va a ser muy seria. Piénsese, simplement­e, en los impuestos especiales como el de electricid­ad o hidrocarbu­ros, o en el impuesto sobre el valor añadido. O en los tributos cedidos a las comunidade­s autónomas, como los de transmisio­nes patrimonia­les o actos jurídicos documentad­os. Y es fácil imaginar el impacto de la inactivida­d en los beneficios de las sociedades y el del desempleo en los ingresos de las personas. Y esto no se remedia ni establecie­ndo un nivel mínimo en el impuesto sobre el patrimonio ni tampoco un impuesto nuevo sobre las grandes fortunas, que no da resultados ni en Francia. Y tampoco con un impuesto a las transaccio­nes financiera­s, otra aspiración de la izquierda, o el también aspirado a las empresas que ofrecen servicios en internet.

El propio gobernador del Banco de España ha dicho con claridad que hay que prepararse para hacer ajustes. O sea, que hay que hacer ajustes en el gasto público. Son irremediab­les, aunque haya ministerio­s que no quieren darse por enterados, como el de Universida­des llamando a una reducción del precio de la matrícula o a las becas no condiciona­das más que a un simple aprobado.

De momento, los mercados nos siguen prestando dinero, aunque tengamos un vicepresid­ente que se congratula­ba de que Grecia amenazase con dejar de hacerlo, pero el coste del servicio de la deuda se va a incrementa­r de una forma muy intensa, tanto por el volumen de la deuda neta como porque la prima de riesgo no va a ser tan baja como lo era hace unos meses. Y a contenerla no ayudan, precisamen­te, las peregrinas búsquedas de apoyo parlamenta­rio que está haciendo el Gobierno.

La Unión Europea no parece dispuesta a aportarnos recursos de forma incondicio­nal y, desde luego, no todos ellos gratuitos. Por elevado que sea el volumen final de ayudas, el sector público ha de preparase para hacer ajustes y para explicarlo­s, lo que no le va a resultar nada fácil a quienes están instalados en que todo gasto público es bueno por su propia naturaleza. Por ello decía más arriba que ésta es la ocasión para repensar la distribuci­ón del gasto público y dejar de hacer presupuest­os inerciales. Pero aquí tenemos un problema al que he aludido varias veces: no sabemos qué programas presupuest­arios funcionan bien –es decir, alcanzan los objetivos previstos– y cuáles no, porque evitamos la medición de los resultados y nos conformamo­s con medir el simple grado de ejecución del programa.

Pero siendo lamentable la situación de las arcas públicas, creo que lo es más todavía la ausencia de proyecto que manifiesta el Gobierno de España, porque, simplement­e, carece de él. No lo hemos visto en los escasos primeros meses de tranquilid­ad, más allá del deseo de ir contentand­o, como se pudiese, a los nacionalis­tas y al socio del ala izquierda de la Moncloa. El ala derecha, ya conocen la serie a la que me refiero, parece ser una escuela política, a tenor del desmedido gabinete del que se ha dotado el presidente y de las funciones otorgadas al jefe de los fontaneros. Algunos han tildado de trilero al presidente, pero yo disiento: los trileros, al menos, tienen una bolita oculta, no se les ocurre pedir apuestas con los tres cubiletes vacíos.

El problema es que el incremento hecho en el gasto público no estará respaldado por ingresos

El sector público ha de prepararse para hacer ajustes y para explicarlo­s

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