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“Ser profesor me ha obligado a ejercer el apostolado de la palabra escrita”

- José Antonio López

El poeta Ángel García López (Rota, 1935) acumula en su trayectori­a literaria varios premios de peso que respaldan una carrera que comenzó en el año 1963 con la publicació­n de su primer poemario, Emilia es la canción. Así, el roteño ha logrado el Premio Adonáis en 1969, con A f lor de piel; el Premio Nacional de Literatura de 1973, con el poemario Elegía en Astaroth; el Premio de la Crítica en 1978, con Mester andalusí, y el Premio de la Crítica de Andalucía, en el año 2013, con la obra Posdata. Afincado desde hace décadas en Madrid, el autor recibe ahora la noticia de que la Universida­d de Cádiz le dedica la octava edición de su Semana del Libro, una manera de rescatar su figura y de hacer justicia, poética si se quiere, a este gaditano entregado desde siempre a la creación literaria y al verso.

–De momento, a causa del estado de alarma, el homenaje se ha plasmado en un vídeo donde muchas personas vinculadas al mundo de las letras glosan su figura y su obra, a la espera de que regresen los actos presencial­es. ¿Qué ha sentido al ver este vídeo?

–Otra sorpresa. Yo no dispongo de WhatsApp, por lo que su conocimien­to me llegó, transcurri­dos varios días desde su envío, de la mano de mi hijo. No lo esperaba, claro, puesto que no sabía de su existencia. Fue una alegría enorme verme acompañado de muy buenos y admirados amigos y sentirme en su lectura de algunos de mis poemas, los cuales alcanzaron en sus voces la calidad añadida de su efusión y su palabra, junto al oro precioso de su afecto cariñoso que tanto valoro. –Por su edad podríamos decir que se trata de un reconocimi­ento tardío. No sé si es esa su impresión, si echa de menos que hubiera llegado un poco antes.

–Nada ocurre tarde. Estoy convencido de que todo llega a su debido tiempo, aunque este tiempo parezca que a veces se demora demasiado. Yo no me siento preterido de un ¿merecido? antes que no se ha producido hasta hoy. No, señor; yo me siento tan complacido ahora como lo hubiera estado un lustro antes. En mi obra todo ha llegado a tiempo, o así lo he percibido, unas veces cuando la diosa Fortuna se complacía en verter su cuerno de abundancia sobre mis hombros y en otras cuando me lo negaba. Todo ni antes ni después, en su momento, cumpliéndo­se siempre el verso revelador de León Felipe “ya vendrá un viento fuerte que me lleve a mi sitio.” Ese viento profético ha elegido esta vez el soplo nutricio de nuestro levante y me ha empujado hasta este Cádiz por mí tan recordado y tan querido siempre.

–¿Qué ventajas tiene en la vida cotidiana ser poeta?

–Desde el plano de lo material, gracias a Dios ninguna; inconvenie­ntes, muchos. En el orden espiritual, la carga de saberse elegido de entre muchos y, ser consciente de que ha de disponer ya para siempre de un cierto denuedo para recibir ese castigo cierto de sentir gravitando sobre él el peso total del universo, y ver en la oscuridad cómo muestra “su sagrado rostro el cielo, rompiendo las tinieblas”, según Virgilio. Para Juan Ramón Jiménez, ser poeta consiste en encontrar, “en la mañana oscura / una luz que no sé de dónde viene / que no se ve venir, que se ve ser.” No hay ventajas y, si acaso, lo placentero de un divino suplicio.

–Dígame hasta qué punto, su tierra, Rota, la costa atlántica, ha influido en su obra.

–La bahía gaditana, el horizonte de mi niñez, siempre ha sido el telón de fondo de mi pensamient­o, la caja de música que ha sonado en mi verso desde mis primeros ensayos de escritura. El mar como visión continúa y gozo perdurable, lo rotundo del cielo surcado por las aves camino de Doñana, los pinos en las dunas caminantes del litoral, el olor de la brea y los guiños del faro a las playas perdidas… Toda esa atmósfera vivida en lo diario, de una manera u otra, es un recurrente y lo imperecede­ro de una imagen que, a veces diluida, es siempre respirable. En una de mis antologías, la titulada Lugar de una bahía se recoge un amplio muestrario de lo que le digo. Al contemplar ahora con los ojos cerrados esa bahía y ese mar de Cádiz, me viene a la memoria un verso espléndido de Luis Rosales, que resume cuanto por ella siento: “No la puedo recordar porque la estoy viviendo todavía”.

–¿Ser escritor le ha ayudado de alguna manera a ser mejor profesor de Lengua y Literatura?

–No me ha ayudado, me ha obligado a ejercer año tras año el apostolado de la palabra escrita e intentar que mis alumnos se acercasen con un amor igual al verso y a la prosa; me ha exigido esforzarme día tras día hasta que mis alumnos supiesen entender la importanci­a del lenguaje y la emoción de lo bien dicho, llegasen a encontrar la belleza escondida entre las páginas de un libro de poemas. A partir de aquí, el resto (autores, fechas, obras) estaba, como decían ellos, chupado, era fácil.

–¿Siente que le queda algún verso por escribir?

–Me quedan muchos, pero no los escribiré. Con la publicació­n de mi último libro, Cuando todo es ya póstumo, decidí, tras una profunda meditación, dar por finalizada mi obra. Fue una decisión tan dolorosa como el motivo que la produjo, la muerte de mi esposa Emilia, aquella muchacha que allá por el año 1963 daba título a mi primer libro editado ( Emilia es la canción). Su muerte significó la muerte de la canción, por lo que, obediente a ello, decidí dar por conclusa mi tarea de creación. En el cajón de mi mesa de trabajo quedan aún dos libros inéditos, escritos antes del fallecimie­nto, pero no tengo ninguna prisa por verlos impresos y en las librerías.

Me pregunté si en realidad lo merecía o si respondía a un generoso regalo de cumpleaños de mis paisanos”

Fue una alegría enorme verme acompañado en el vídeo de muy buenos y admirados amigos”

Nada ocurre tarde. Estoy convencido de que todo llega a su debido tiempo, aunque parezca que se demora”

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El poeta andaluz Ángel García López.

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