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EL FRAPERO

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DENTRO del anaquel de la política española hay una subsección dedicada a Pablo Iglesias y sus problemas. Sus tribulacio­nes domésticas se suceden –como las de cualquier otro–, pero el de Galapagar tiene esa habilidad del ególatra para que trascienda­n del ámbito privado al público y se conviertan en un asunto de todos. Sus bases fueron convocadas, por ejemplo, para resolverle la compra de Galapagar.

El lío que tuvo con una colaborado­ra de su etapa de Bruselas se lo quiso adjudicar a una maniobra del comisario Villarejo, y ahora anda advirtiend­o de una intentona

de golpe de Estado para desviar la atención sobre un caso judicial que le sería bastante bochornoso.

El Congreso lleva dos días escupiendo sobre el crespón negro del luto. Mejor que se suspenda. Sin respeto a la situación, Pablo buscó ayer la bronca con Espinosa de los Monteros. Otra vez con el golpecito, que siempre ha sido la amenaza a la que recurren los dictadores de izquierdas para apretar y acojonar a los pueblos.

Él y sus problemas, subsección ministeria­l, con departamen­tos destinados a sus casas, sus ex novias, sus colaborado­ras y sus hijos. Y, desde este miércoles, a su “padre frapero”, como él mismo subtitula a su progenitor con un punto de orgullo.

Cayetana Álvarez de Toledo no es que sea una hiperventi­lada, su cerebro funcio

na con propulsión nuclear. Es una bomba emisora de perturbaci­ones, una intelectua­l disipada entre desmanes dialéctico­s y acrobacias gestuales. Pero, claro, también es vulnerable, e Iglesias, con esa mala baba que le cae desde la cuna, se pitorrea de su título nobiliario cada vez que puede. Hasta que la marquesa se descompuso, y le llamó hijo de terrorista.

Iglesias Turrión, en efecto, es el único hijo de un inspector de Trabajo que militó en el FRAP, la facción armada del PCE marxista leninista, una de esas sectas comunistas que se escindió del partido de Carrillo cuando éste asumió la reconcilia­ción nacional. Fue un grupo terrorista del que también salieron personas que nunca jamás f lirtearon con la violencia.

Pero Pablo Iglesias se quedó colgado en las aventuras de su padre “frapero”, a él tampoco le gusta la reconcilia­ción nacional, es un vicepresid­ente de extrema izquierda sin pistolas y su concepción de la política es la de la lucha, en los mismos términos beligerant­es que se planteaba a finales del siglo XX. Ahora es contra los banqueros, contra Zara, contra el turismo, contra la casta socialista, contra Vox...

El Congreso lleva dos días escupiendo sobre el crespón negro del luto nacional. Es mejor que se suspenda

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JUAN MANUEL MARQUÉS PERALES

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