Vox, presidencia lógica de la mesa
LO sucedido en la mesa de reconstrucción consuma el desenlace perfecto, porque logra exactamente lo que nadie quería pero quizá convenía a todos. El PP no quería que Vox presidiera, y, de hecho, ofreció a la izquierda ponderar votos para prescindir de Vox a condición de no darles a ellos el control; el PSOE había apostado por una comisión con “todos”, pero rechazó ponderar porque vio claro que tener a Vox al frente era una oportunidad para desgastar al Gobierno clamando ¡ trifachito! e incluso neutralizar los sarcasmos sobre Bildu; Ciudadanos prefiere esos dardos, e incluso la bronca desde Madrid, antes que permitir una mayoría de la izquierda conociendo las habilidades del PSOE en una comisión que sin duda convertirían en una investigación sobre la gestión sanitaria; a Adelante, mientras se deshace en pedazos, le venía de perlas un enredo como éste propicio para consignas altisonantes... Así que la presidencia de Vox de una mesa que consideran inútil es el desenlace lógico. También podría resumirse con ese proverbio españolísimo de “entre todos la mataron, y ella sola se murió”.
Claro que creer en las comisiones parlamentarias es como creer en los unicornios.
Lo sucedido con la mesa en Andalucía muestra, desde luego, que la mesa no era la prioridad para nadie. Quizá sí fuese un buen deseo colectivo, pero, ante todo, era un tablero más en el que moverse estratégicamente. Y muestra que el parlamentarismo es una asignatura pendiente en España, donde manda la lógica maximalista. Negociar, ceder, consensuar no se lleva, por más que los españoles vieran Borgen con entusiasmo, aquella serie en que Brigitte Nyborg, la candidata de un pequeño partido de centro, se convertía en primera ministra danesa. Claro que eso suele suceder con las bisagras, no con los extremos; y el problema es cuando no hay bisagras porque se impone la dinámica de bloques centrifugando el tablero. Ahora Cs trata de recuperar ese rol que sacrificó Rivera, pero en Andalucía forma parte del Gobierno sin la misma maniobrabilidad. Esto llevó al PSOE a Podemos con apéndices como ERC o Bildu, y a PP-Cs a integrar a Vox en su ecuación.
¿Puede presidir Vox esa comisión? Es una cuestión pertinente, un debate interesante. ¿Puede aceptarse una investidura con partidos nacionalistas hostiles a la unidad del Estado? En realidad, aunque coyunturalmente pueda indignar, la respuesta es sí: el problema no es que se pacte, sino lo que se pacta. Es lo que hay que vigilar. La aritmética parlamentaria a veces puede llevar a ecuaciones desesperadas; pero las líneas rojas deben estar menos en la aritmética que en la sintaxis. De hecho, la propuesta de José Antonio Nieto –en presencia de la presidenta de la Cámara y el letrado mayor– a José Fiscal, Inmaculada Nieto, Sergio Romero y Alejandro Hernández era una base para negociar. Los partidos del Gobierno hubieran podido quedar sin control mayoritario o la izquierda aceptar la ponderación, pero no se dio margen a negociar y Vox preside la Mesa, lo que penaliza la imagen de líder moderado de Juanma Moreno y la estrategia de un retorno dialogante de Susana Díaz.
¡En Alemania, Merkel nunca lo haría! dicen los que ponen pie en pared al ver a Vox al frente de la comisión. Y es cierto, aunque haya otros países democráticos donde sí sucede. En todo caso, lo de Alemania hay que decirlo a condición de añadir que allí el Partido Socialista (SPD) se ha llevado años apoyando en gran coalición a los conservadores para evitar el bloqueo, mientras en España es presidente alguien que llegó ahí con la consigna de no es no a Rajoy, probablemente el líder más moderado de la derecha europea o uno de los más moderados. Eso es clave. El problema de que se excluyan las fuerzas moderadas entre sí, es que se polariza y se hace necesario ir a sumar por el flanco de los extremos.
Y los extremos son, por definición, los f lancos débiles de la democracia; los dos extremos, aunque haya una cierta superioridad moral de la izquierda, que siempre ha impuesto su agit-prop para criti
Creer en las comisiones parlamentarias es como creer en los unicornios
TEODORO LEÓN GROSS
car la equidistancia entre fascismo y antifascismo. Es un truco facilón aunque de mucho éxito entre su clientela. La equidistancia, que además nunca es del todo equidistante, no es entre fascismo y antifascismo, acabáramos, sino entre populismo de extrema derecha y populismo de extrema izquierda, con el sustrato de ideologías totalitarias. Y conviene prevenirse ante ambos, más allá de que el comunismo haya adquirido mejores galones democráticos o que se discuta si Vox es menos de extrema derecha que Podemos de extrema izquierda, algo que seguramente se podrá deducir si se comparan con fuerzas semejantes en Europa. Llevar ahí el debate es, en todo caso, tramposo. Elías Bendodo acudió el jueves al Parlamento, sin complejos, que en su caso incluye un punto de arrogancia, para recordar que esa superioridad moral es mercancía averiada.
No hay cultura política, no hay voluntad política, no hay capacidad política. Esto es lo sustancial. En tales condiciones, el parlamentarismo sufre, y la democracia se resiente. Y Vox preside la comisión. Todo perfectamente lógico.