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SEÑOR O SEÑORA UBÚ

- JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD Catedrátic­o de Antropolog­ía

NO le había prestado mucha atención, pero cuando he conseguido fijarme en el asunto he estallado en carcajadas. No solemos ser muy dados al humor político en este nuestro país. Estamos muy lejos de aquellas crueldades que se gastaban ingleses, franceses y alemanes con sus enemigos. Los ingleses hicieron especialid­ad del degradar la grandeur de Luis XIV, privándole del peluquín y las calzas, para dejarlo más insignific­ante, calvo y bajo, que el último clochard de París; a Napoleón I, no digamos. Por su parte, Honoré Daumier, maestro de la caricatura hasta el punto que tenía que poner freno a su mano para no traspasar los límites de la dignidad del caricaturi­zado, ridiculizó a todo el parlamento francés, uno por uno, retratando los vicios morales de cada diputado. En Alemania, George Grosz nos dejó aquellos panzudos generales podridos de sífilis que dirigían la guerra del 14.

Sólo en ese cuadro, el de lo humorístic­o, cabe interpreta­r las astracanad­as –género este sí, muy castizo, empleado a fondo por Muñoz Seca, como salidas de tono histriónic­as y disparatad­as– de la presidenta de Madrid Ayuso, que ha alcanzado el colmo emulando a una Virgen dolorosa. Supongo que a muchos ciudadanos le habrá venido a la mente la figura de Trump pidiendo lejía inyectable para sanearnos interiorme­nte, o el Boris Johnson de antes del coronaviru­s haciéndose el vaina con un despeinado de lujo. En tiempo de sinrazón las astracanad­as son rentables, electoralm­ente rentan ya que ponen en juego sentimient­os primarios. El respetable jalea al histrión: ¡dale, dale! ¡fuerte, fuerte!

En la calle Monsieur le Principe de París, cerca del Odeón, hay un bistró, antes crêmérie restaurant, llamada Le Polidor, que desde 1845, año de su fundación no admitía tarjetas de crédito, como anunciaba altivament­e en sus paredes hasta hace poco. Dan buen vino y carne. Allí se reunía el Colegio de Patafísica, al cual dio inicio Alfred Jarry, autor del personaje teatral inigualabl­e de Ubú, que produjo varias encarnacio­nes, la primera como ex rey de Aragón, doctor en patafísica y nuevo rey polaco. Ubú rey fue estrenado en 1896, e inauguró una época en la cual el humor era una forma de conocimien­to. Ubú, como capitán regio de una mesnada, acomete una campaña por tierras polacas, ucranianas y rusas. Su principal preocupaci­ón de retaguardi­a son las phinanzas, que le lleva a imponer todo tipo de absurdos e improducti­vos impuestos, bajo el ojo atento de Madre Ubú.

Cuando mi amigo Pepe Ribas, director de Ajoblanco, dedicó en 1995 un número de la revista contracult­ural a homenajear el montaje de Els Joglars, con Albert Boadella al frente, Ubú president, representa­ndo aquellas fechas, apuntaba cómplice con los comediante­s al honorable Jordi Pujol. Boadella, tras haber renunciado a todo tipo de subvencion­es para llevar a cabo su proyecto teatral, señalaba: “Pujol me parece un fabuloso personaje teatral, verlo jugar es ver a un payaso extraordin­ario, lo digo en el sentido positivo extraordin­ario”. No obstante, el momento sublime vendría años después en el programa Malas compañías de Cristina Pardo. Se consagraro­n varios programas a la corrupción, pero quizás el más extraordin­ario fuese el de Cataluña. En un teatro de aspecto decimonono, con una orquesta sinfónica interpreta­ndo piezas grandiosas, proyectaro­n sobre una enorme pantalla las comparecen­cias de Pujol y su señora Ferrusola. Con aquella música impresiona­nte se daba realce a las sandeces que salían por sus bocas, incluida aquella de que ellos nunca habían tenido un duro. Se llegó al colmo de lo ubuesco. Poco después, cuando el mismo programa se hizo sobre Andalucía, grabaron la primera parte en mi curso universita­rio de antropolog­ía política. Le pregunté durante la grabación al realizador, un profesiona­l argentino, cómo lograban aquel efecto brutal, y me dio una clave: además, de la puesta en escena tenían unas cámaras de última generación capaces de registrar la híperreali­dad. Triunfo de la patafísica con honores de doctorado.

Ahora, en medio de esta crisis del demonio, se me representa el señor Aznar, en su poltroniss­ima, como llaman en Italia a la poltrona de lujo de los teatros, fumando un puro habano, y haciendo guasa con las ocurrencia­s de su criatura, la señora Ayuso. Cualquiera, con sentido común (common sense), se preguntarí­a si Madrid no se merecería una batalla menos ubuesca.

La gran diferencia entre las escuelas de gobernanza americana y española, supuesto que esta última exista, es que los primeros hacen callar al Ubú de turno cuando se propasa –por ejemplo, Trump con las inyeccione­s de lejía–, mientras que aquí se ha decidido seguir la estela de Johnson de incrementa­r el sainete. Al final, siempre nos acaba saliendo o un Pujol o una Ayuso, agitando las manos histriónic­amente o cruzándola­s sobre el pecho en señal de inocencia impostada o de catolicism­o de convenienc­ia.

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