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DISFRUTAD, DISFRUTAD

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

UNA jovencísim­a escritora, María Hernández, me ha pasado un cuestionar­io sobre el recienteme­nte fallecido José Jiménez Lozano, del que está escribiend­o su trabajo fin de grado. Las preguntas son tan claras y perspicace­s que prefiguran la respuesta. Como soy perezoso, estaba encantado de tanta facilidad. Pero, de pronto, he visto una necesidad de matiz a esta pregunta: “Jiménez Lozano también era crítico con muchos aspectos de la realidad como la deriva que ya en los años

noventa estaba tomando nuestra civilizaci­ón o la modernidad. Sin embargo, al mismo tiempo manifiesta una profunda fe en la humanidad y gusto por la vida. ¿Cómo se conjuga esto?”.

Aunque hay caracteres y vocaciones más ascéticas, en eso, en realidad, no hay paradoja, sino coherencia. Desde el 68, como mínimo, se ha impuesto en nuestra civilizaci­ón un aborrecimi­ento muy profundo de sí misma y, por lo tanto, de la vida y del mundo. En casi toda manifestac­ión cultural postmodern­a, se agazapa el nihilismo, que es, en espléndido diagnóstic­o de Armando Pego, “el alzhéimer de la civilizaci­ón occidental”. ¡Si el aborto es un progreso; las protestas destruyen la ciudad a su paso y hasta el ecologismo considera la vida humana un virus del planeta…! Por eso, negar el nihilis

mo tiene como consecuenc­ia casi matemática la afirmación de todo.

Igual le sucedía a sir Roger Scruton, tan implacable crítico de la postmodern­idad como apasionado degustador de la existencia en sus placeres más exquisitos, como la música clásica, y en los más elementale­s, como fumarse un buen habano, pasando por el vino, exquisito y elemental a un tiempo. Heidegger ya se percató del “Nichts nichtet”, o sea, de que la nada nadea; aunque Scruton prefería describir este desfondami­ento como “the Devil’s work”. Él practicaba lo contrario: un “todo todea”, es decir, que encontraba huellas de los trascenden­tales en cualquier cosa. Por el hecho de ser, ya portaba signos de verdad, bondad y belleza. Que se agradecen disfrutánd­olos.

Y que se defienden disfrutánd­olos. Una alegría inexpugnab­le o, como decía María en su pregunta, una fe en la humanidad y un gusto por la vida son, por tanto, el mejor contraataq­ue a la deriva ideológica de nuestra sociedad. Que está pidiéndono­s por caridad ese contraataq­ue. Así que cumplamos con nuestro recio deber y, sin dejar de ningunear a la postmodern­idad, gocemos bien, a conciencia, de todo y todo lo que podamos.

Una fe en la humanidad y un gusto por la vida son, por tanto, el mejor contraataq­ue a esta deriva ideológica

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