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Soy profesora de ESO y Bachillerato (en la actualidad imparto Física y Química y Religión) y llevo ejerciendo mi profesión desde hace ya 23 años, gracias a Dios, sin parar. He trabajado en diferentes centros y siempre en la concertada. Con la difícil situación que nos ha planteado la pandemia, los profesores hemos tenido que actualizarnos y cambiar nuestra metodología prácticamente de un día para otro: aprender el manejo de nuevas aplicaciones, buscar formas de transmitir los contenidos, mantener el contacto con alumnos/as y familias... Y resulta que, siendo ésta una situación “aparentemente” más cómoda al hacerse desde casa, estamos echando más horas que antes (que ya las echábamos, en contra de la ya tan manida creencia de que los profesores no hacemos nada y tenemos muchas vacaciones). Y lo peor es que yo, particularmente, estoy viviendo esta etapa con mucha frustración. En primer lugar, porque nuestro trabajo es presencial. No hay ningún ordenador, ninguna herramienta informática ni ninguna aplicación que pueda sustituir nuestra presencia, el tú a tú de cada día, las miradas de tus alumnos/as que te dicen si te van entendiendo o no, el “¿podemos hablar, que hoy te veo regular?”... en fin, el lado humano que tiene esta profesión, y que consiste en el cuidado de las personas (o personitas) que un día pusieron en nuestras manos. Por otro lado, últimamente estoy confirmando una certeza que he ido asimilando en mis
últimos años de ejercicio de la profesión: hemos convertido la educación en pura burocracia. Y así estamos los profesores, asfixiados de papeles. Aunque el Gobierno haya dicho que, básicamente, hemos de aprobar a todos (cosa que en cierto modo veo lógica), ese relajamiento no se aplica con nosotros, que se nos exige tenerlo todo perfectamente recogido y “empapelado”, duplicando así nuestro trabajo. No quiero decir con esto que, si el niño va a aprobar, los docentes estemos ya de vacaciones. No, no es lo justo, ya que seguimos cobrando, y eso es una suerte dadas las circunstancias. Lo que quiero decir es que, por una vez en la vida, nos dejen educar, que va más allá de la simple transmisión de conocimientos. Tanta burocracia yo la vivo, personalmente, como una falta de con
fianza al docente. Porque hay que rellenar infinitos papeles para que, al final, cuando vengan a pedir cuentas tú lo tengas todo atado y bien atado. Otro tema son los métodos de evaluación, que nos han convertido a los docentes (aunque yo siempre he preferido la palabra maestro) en simples correctores. Y así vamos desarrollando nuestro trabajo: rellenando papeles, soportando la desconfianza de esta sociedad hacia los docentes, dejando la vocación para cuando haya tiempo. Y ya, si eso, de las propuestas de la ministra hablamos otro día... Almudena Colorado
Las cartas no deben exceder de las 20 líneas y han de estar mecanografiadas, con fotocopia del DNI y firmadas.