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SAQUEOS

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HACE medio año, una amiga chilena me contaba que no había podido dormir en toda la noche porque la Policía estaba enfrentánd­ose a tiros con los saqueadore­s que estaban destruyend­o del centro de la ciudad. Anteayer, otra amiga que vive en Nueva York me contaba que no podía dormir porque los helicópter­os de la policía estaban intentando impedir –en vano– que los saqueadore­s asaltaran los almacenes Macy’s, los más famosos de la ciudad.

¿Qué está pasando en Estados Unidos? ¿Qué pasó en Chile? ¿Qué ha pasado en

Francia con el movimiento de los chalecos amarillos? La violencia que se desató en Chile fue de tales proporcion­es que es casi un milagro que se haya podido restaurar una frágil convivenci­a civil. En Estados Unidos quizá pase lo mismo –ojalá–, pero en un país en el que las armas de fuego circulan como caramelos, los estallidos de violencia son impredecib­les y mucho más peligrosos que en cualquier otro. Y más aún cuando la población está totalmente polarizada por el odio político y hay muchas familias y muchos amigos y compañeros de trabajo que han dejado de hablarse por razones ideológica­s (los partidario­s de Trump ni siquiera pueden sentarse a la misma mesa que los demócratas y la izquierda más o menos woke). Y uno se pregunta qué pasaría si

Trump ordenara al ejército o incluso a las milicias armadas que defendiera­n las ciudades de los saqueos y de las protestas violentas. Después de lo que ocurrió en Sarajevo en 1991, sabemos que bastan unos pocos enfrentami­entos con muertos y heridos –si un país está intoxicado por el odio político– para que se inicie una guerra civil que nadie sea capaz de parar.

Las protestas en EEUU por la muerte violenta de un ciudadano negro a manos de la policía de Minneapoli­s estaban más que justificad­as. Pero cuando las protestas han degenerado en saqueos y en incendios –en los que siempre se llevan la peor parte los barrios más deprimidos– es incomprens­ible que una cierta prensa y ciertos hooligans ideológico­s sigan apoyando las protestas por el simple hecho de oponerse a Donald Trump. El odio –bien lo sabemos en España– es un material muy inflamable que suele ser manipulado por sujetos que no tienen ni idea de que el fuego quema. Y quizá dentro de seis meses no sean los almacenes Macy’s los que estén siendo saqueados, sino El Corte Inglés de la esquina. Y que Dios nos asista.

El odio político es un material inflamable que suele ser manipulado por gente que no sabe que el fuego quema

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EDUARDO JORDÁ

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