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LA VIDA VIVA

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SEGÚN la rumorologí­a penúltima, el vídeo de la vicepresid­enta Montero es la estrategia ha encontrado el Gobierno para salvar al ministro Marlaska, desviando la atención del respetable hacia la juvenil elocuencia de doña Irene. Sin embargo, revelar que el Gobierno conocía los riesgos de contagio del 8-M no parece que sea forma de salvar a nadie. Y menos aún, a la protagonis­ta del filme, que se autoinculp­a con cierta coquetería y sin necesidad de ayuda. Menor atención se le ha prestado al hecho de que don Pablo Iglesias acusara a Vox de golpista, sin mayores aclaracion­es, y luego marchase a re

clamar al TC la liberación de los golpistas del 1-O. Y todo mientras doña Irene, por televisión, nos informaba de espectrale­s llamadas a la insubordin­ación del Ejército, sin que sepamos, hasta el momento, a qué y a quiénes se refería.

En fin, quería uno hablar de la vuelta de la normalidad, del pudoroso repunte de lo cotidiano, pero los miembros del Gobierno no nos dejan cobrar resuello con sus asuntos. Hasta el momento, la mejor noticia que hemos recibido es la apertura de bares y de comercios; lo cual supone, como es obvio, un inmediato alivio económico. Pero supone, en mayor modo, que la vida recobra sus dominios. Al Dr. Johnson, hijo extravagan­te del XVIII, debemos un célebre elogio de las tabernas, que culmina como sigue: “No, señor; no hay nada de lo ideado hasta aho

ra por los hombres que produzca tanta felicidad como una buena taberna o posada”. Bien es verdad que esto se lo decía Johnson a su biógrafo Boswell, a quien despreciab­a por escocés. Y también es cierto que Johnson usaba una peluca algo ceñida y excesiva, que acaso le oprimiera el occipucio, como podemos ver en el espléndido retrato que le hizo Reynolds. Aun así, la exactitud de lo dicho por Johnson es fácilmente comprobabl­e. Es la civilizaci­ón, en su sentido más modesto y más humano, lo que recuperamo­s con la apertura de las calles y la acogedora umbría de los bares.

Al frío de la cerveza, uno encuentra la libertad de miembros y la soltura anímica que necesita un hombre para discrepar. Y es esta libertad, ruidosa y militante–la misma que usamos para atacar o defender al Gobierno- aquella que nos regalará una dicha portátil, frívola y amable. Por otra parte, cómo olvidar las horas de hermoso y apacible vagabundaj­e. En la vieja Moneda, al caer de la tarde, era fácil imaginar el crujir de jarcias y el rumor inquieto del pasaje, camino del Nuevo Mundo; un pasaje que huía, como hoy nosotros, de la pobreza, del infortunio y de la peste.

Hasta el momento, la mejor noticia que hemos recibido es la apertura de bares y de comercios

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MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

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