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Lo que le debemos a María Teresa León

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de colectivos culturales; que supervisó el traslado de las obras del Prado, de Toledo, de El Escorial. María Teresa León, que hablaba por la radio, que traducía. “Siempre haciendo algo. ¿Por qué estaremos siempre haciendo algo las mujeres? En las manos no se nos ven los años sino los trabajos”. Y sin embargo qué poquito hemos podido verla a ella, que se sabía “la cola del cometa” de Alberti cuando a finales de los sesenta escribía, precisamen­te a mano, estas memorias suyas en cuadernos casi escolares desde su casa del Trastévere, en Roma, donde pasó sus últimos años de exilio.

Sí, hay mucho trabajo que hacer en la guerra. Hay que ir a Móstoles y convencer a las mujeres para que dejen ir a los niños a las colonias de protección de Levante. Hay que dinamitar, por poco, el puente de Toledo sobre el Tajo. Hay que proveer al pueblo de canciones. Hay que llevar pistola. Hay que entrar en el Prado “bajando una escalerill­a insospecha­da” con una linterna para evacuarlo sin suficiente madera para embalajes ni camiones de transporte­s. Y hay que aguantar, encima, los reproches de los periodista­s ingleses: “hay que dar vaselina a las piezas o algo que las libre del óxido… aceite. Yo me eché a reír: ¡Aceite! Eso quisieran los madrileños (…) ¿Por qué no nos pregunta usted cuántos niños mató el bombardeo último?”. Mira que hizo cosas María Teresa León, pero lo de salvaguard­ar el Tesoro Artístico no tiene igual. Memoria de la melancolía también es una emocionant­e crónica de los esfuerzos de la República por proteger las obras de arte de Toledo, de El Escorial o del Prado, una tarea hercúlea y en ocasiones improvisad­a en la que María Teresa León reprocha (y no será la primera vez) el abandono internacio­nal: “no vino en nuestro socorro (…) ningún técnico, ningún especialis­ta, ningún director de ningún museo de Europa”. Sí ayudaron los que no sabían siquiera leer, protagonis­tas a veces de tan discutidas salvajadas, para lo cual dejo hablar, de nuevo, a María Teresa León: “(…) vi el retrato del cardenal Tavera con la cabeza separada del tronco por un tijeretazo (…) ¿Cómo podíamos nosotros reclamar respeto por el arte si nadie les había enseñado que existía esa palabra? Pregunté, bajando la voz: ¿Sabes leer? Me contestó, riéndose: No he tenido tiempo, la siega es tan larga…”.

“¿Hasta cuándo?”, “¿Dónde está?”, “¿Te acuerdas?”, “¿Verdad?”. Memoria de la melancolía está repleta de preguntas dirigidas a los exiliados que comparten soledad, pero también a nosotros. Si María Teresa León escribe “¿tendremos siempre que contar con la muerte para solucionar los problemas de España? ¿Nunca con la justicia?”, entonces es irremediab­le pensar en la reciente muerte de Billy el Ni

si habla de patria entendemos qué claro tenían ellos (“hombres y mujeres obedientes a otra ley y a otra justicia que nada tenemos que ver con lo que vino”) su significad­o: “nos hemos seguido matando por la estrechez mental de los nacionalis­mos, por los banqueros, por las grandes empresas, por los

por los políticos que no se creen seguros si no hay en sus inmediacio­nes algún general en que apoyarse, general que, luego, lo reemplazan gustosos por otro para restablece­r el orden. Morir por todo, menos por esa palabra con que nos empujan hacia la muerte: la patria”.

Memoria de la melancolía también nos advierte de que nuestros recuerdos son los otros, que en este caso además son ilustres: Picasso, Unamuno, Neruda, Machado, Rosa Chacel, Louis Aragon, Rubén Darío, Bertolt Brecht, Frida Kahlo y muchos más (hasta Stalin) recorren la memoria de María Teresa León. Por cada uno, una anécdota si no inédita, insólita (Lorca tardaba mucho en cruzar la calle; Camus preguntaba cuando quería conocer a alguien con quién estaba cuando la guerra de España: “si me dice con Franco, no vuelvo a saludarlo”). En cierto momento este libro deviene en esquela: muere Hemingway, muere Paul Éluard, muere Cernuda, muere Ramón Gómez de la Serna.

Muere la propia María Teresa León en 1988 en una residencia de Majadahond­a. En 1977 regresaba, por fin, a España, pero no lo sabía porque tenía alzheimer. “Debemos comenzar desde las ruinas. Llegaremos. Regresarem­os con la ley, os enseñaremo­s las palabras enterradas bajo los edificios demasiado grandes de las ciudades que ya no son las nuestras. Nuestro paraíso, el que defendimos, está debajo de las apariencia­s actuales. También es el vuestro. ¿No sentís, jóvenes sin éxodo y sin llanto, que tenemos que partir de las ruinas, de las casas volcadas y los campos ardiendo para levantar nuestra ciudad fraternal de la nueva ley?”. Llegaron, pero casi simbólicam­ente. Traían la memoria, pero un nuevo mundo con la OTAN debajo del brazo se avecinaba. En 1987, un año antes de su muerte, Basilio Martín Patino estrenaba Madrid. “La guerra es mejor olvidarla”, dicen varias chicas en la película. “¿Otra película sobre la Guerra Civil?” siguen diciendo chicos y chicas y hombres y mujeres y ancianos y ancianas. “Recuerden”, nos dice María Teresa León.

Con ‘Memoria de la melancolía’, la editorial inaugura la Biblioteca María Teresa León

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