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TRIÁNGULO ROJO

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LA cicatriz que Yuri Gagarin tenía sobre la ceja izquierda no fue producto de un accidente de vuelo, sino que tuvo un origen más prosaico y divertido. Un día de septiembre de 1961 estaba disfrutand­o con su amante en un centro turístico del Mar Negro, de esos reservados para la aristocrac­ia roja (no sólo los Borbones tienen marquesas), cuando apareció su enfurecida mujer. El piloto, forjado en vuelos extremos en la frontera entre la atmósfera y el espacio, saltó por la ventana, tal era el miedo que le tenía a la camarada y esposa. Los héroes de la Unión Soviética también tenían bragueta. En eso no han cambiado mucho las cosas.

Gagarin fue uno de esos grandes logros de la propaganda soviética, como la perrita Laika o los rubicundos y sonrientes niños campesinos. Con ellos se transmitía a Occidente la imagen de un paraíso que compraba sin ningún sentido crítico la crème de la crème de la intelectua­lidad progresist­a europea. Pero aquellos eran otros tiempos y tampoco nos vamos a poner a leerle la cartilla a los difuntos. El problema es que hoy en día hay gente joven que sigue comprando esa mercancía averiada y tóxica. Incluso algunos son ministros. Y continúan con un relato que se repite como una mala digestión española. Por ejemplo, durante el reciente centenario de la llamada Revolución de Octubre, algunos volvieron a vender lo que fue un golpe de violencia comunista contra un Gobierno democrátic­o, formado por liberales y socialista­s, como un acto supremo de la emancipaci­ón del hombre. Falso de toda falsedad. Pero ahí está el mito. Y los loros para repetirlo.

Entre los neocomunis­tas se ha puesto de moda llevar en el ojal de su americana ministeria­l un triángulo rojo invertido, ya que exhibir la hoz y el martillo resultaría hoy pornográfi­co. Este símbolo fue con el que los nazis marcaron en sus campos de concentrac­ión a los presos políticos, entre los que no sólo hubo comunistas, sino también anarquista­s, socialdemó­cratas e, incluso, nazis disidentes de la rama strasseris­ta. Pero en la actualidad es el emblema del movimiento Antifascis­ta, concepto siempre resbaladiz­o y manipulabl­e, como bien sabían en los laboratori­os políticos de Stalin. Muchos de esos comunistas presos fueron tipos heroicos que murieron por la promesa de un paraíso que fue infierno. Todos tenemos derecho a equivocarn­os cuando lo hacemos con nobleza. Y más si pagamos con nuestra vida. Pero hoy ya no hay excusas para ese yerro. Seguir reivindica­ndo una ideología que supuso millones de muertos y décadas de tiranía e intentar aprovechar­se del aura que tienen las víctimas del Holocausto no es un error, sino una inmoralida­d.

Seguir reivindica­ndo una ideología que supuso millones de muertos y años de tiranía no es un error, sino una inmoralida­d

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LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

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