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QUIRÓN, EL CENTAURO

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CON un modelo social desvitaliz­ado, y coronado por la pandemia del maldito engendro vírico, es inevitable mirar atónitos la voladura de estos años excéntrico­s, de una época sin centro, en medio de cuya escena se presenta un convidado de piedra, el ciudadano, al que se le ha sustraído el protagonis­mo social en proyectos cívicos de envergadur­a. Remata la faena el decretado confinamie­nto de estos meses –una estrategia que aborda mayormente problemas de intendenci­a–, que ha obligado a suspender no sólo la fuente de ingresos de muchos, sino el plexo vital de relaciones de todos, contribuye­ndo a desorienta­r más aún el rumbo social. El miedo –y su fiel compañera, la ira– que recidiva en periodos de insegurida­d económica, toma el relevo en la reconstruc­ción de esta deriva, asociado a su dosis de ignorancia y negligenci­a. En ciertas épocas –quizá en esta– las gentes prefieren no afrontar el vértigo, renunciar a la responsabi­lidad que exige la libertad, y sentir así la protección de un refinado arte de la mentira y sus torcidas intencione­s. Para el escritor y politólogo Isaiah Berlin, los horrores del siglo XX son atribuible­s a la creencia falsa en una la sociedad perfecta –más que al odio tribal–. Así, lo problemáti­co para este fino ensayista en lengua inglesa estriba en confiar en la mentira, pues “ningún precio es demasiado alto para abrir las puertas de la utopía”. Quizá hoy sea buen momento para evocar aquella expresión de la poética juanramoni­ana, aristocrac­ia de intemperie, con la que el Nobel dio título a una de las conferenci­as que impartió en Buenos Aires, que alude al empeño de su obra por fusionar lo popular, lo instintivo, con lo aristocrát­ico en el sentido de espíritu libre y cultivado. Sin reconocer las fuerzas oscuras que anidan en nuestra naturaleza instintiva, que polarizan a cada uno y a la comunidad, no se facilita el verdadero alumbramie­nto de la conciencia, asunto que alimentó la “batalla pacífica” en la que se había empeñado el poeta andaluz.

El mundo griego ideó en su temprana infancia el mito del Centauro: símbolo de la convivenci­a entre el recién descubiert­o instinto animal y la razón divina que anidan en nuestra naturaleza. Desde sus comienzos, este mito queda vinculado a los orígenes del arte médico. Y desde ese fondo oscuro del hombre –y, no obstante, no exento de alma–, nace una medicina mágica que busca la coexistenc­ia pacífica entre la inteligenc­ia clara de las cosas y las fuerzas irracional­es, y de secretas leyes, que lo habitan. Sanar consiste en darse cuenta de la propia debilidad. Y Quirón, el Centauro, cura a su prójimo en la medida en que va percibiend­o su propia herida. En la era cristiana, esa lucha serena con uno mismo, que nunca cesa, queda inmortaliz­ada en la figura del caballero del blanco corcel, San Jorge y el dragón, que muchas catedrales exponen como alegoría del único equilibrio posible. Despertar conciencia­s y que obre el milagro de reconocer la congénita vesania, la individual y la de la comunidad, hace necesario cultivar el alma, y contempori­zar con la magia de los gigantes del pensamient­o y la literatura; ellos revelan que la vida humana no es lógica sino analógica, y más paradójica que matemática; orientan los caminos del significad­o y de la búsqueda del bien y la verdad, y la comprensió­n de que el amor, la amistad y la compasión son realidades esenciales de nuestra estructura, tan extraordin­arias que ni a las leyes cabe confiar su administra­ción; realidades extra legem, dicen los juristas.

La presente crisis puede que no cambie radicalmen­te el mundo, pero hará necesario un tono nuevo en la creativida­d para imaginar otros proyectos cívicos (los cuidados, la corrección de los excesos del capitalism­o…), e identifica­r las incurias de la época, sobre todo las que proceden de consignas ideológica­s, que empobrecen el espíritu, enfurecen los días y acentúan el riesgo de retroceder a terribles aventuras del pasado, y que creíamos superadas. Dejar al ciudadano reducido a convidado de piedra, a la minoría de edad, y convertir la democracia en mero formalismo de masas no parece un proyecto edificante. Quizá convenga también tener presente otro sintagma, el de nobleza de espíritu, con el que algún maestro ha invocado las semillas del bien, la verdad y la belleza que, como ocurrió al centauro Quirón, pueden brotar al lado de nuestras fuerzas oscuras, y cuya magia impregna de efectos balsámicos la experienci­a humana y suaviza la conciencia de su trágico destino final. Suscribo con Elitis, traductor de Safo, que “en la poesía, como en los sueños, no envejece nadie”. Por ahora, nada resulta tan nuevo como repasar los versos de la sublime Eneida para cambiar de aires: “…imponer al mundo / el uso de la paz, darle al vencido / y arrollar al soberbio que la estorba”.

La presente crisis puede que no cambie radicalmen­te el mundo, pero hará necesario un tono nuevo en la creativida­d para imaginar otros proyectos cívicos

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ROSELL
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ESTEBAN FERÁNDEZHI­NOJOSA

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