Huelva Informacion

Esperado reencuentr­o

● Numerosas familias aprovechan el primer día de la fase 3 para verse

- Jordi Landero CARTAYA

Nervios, ilusiones, deseos, pero sobre todo muchas emociones contenidas. Así vivieron ayer en El Rompido José María Ruiz Romero (71 años) –conocido por todos como Rosco– y su mujer, Lola González Hachero (65 años), con residencia habitual en Sevilla, el esperado reencuentr­o con sus dos hijos, Mariola y José María Rosko, residentes en Cartaya y en el propio Rompido, respectiva­mente, y sobre todo con sus tres nietos, después de tres meses sin verse.

La impacienci­a se los comía. El esperado y jubiloso reencuentr­o familiar se produjo poco antes del mediodía, después de una mañana intensa de emociones, donde a todos se les vinieron al recuerdo los “duros” días de confinamie­nto. Y también después de una semana de “nervios e incertidum­bre” dadas las informacio­nes contradict­orias que les llegaban de una y otra parte sobre la apertura, o no, de la movilidad entre provincias coincidien­do con el inicio de la fase 3 de la desescalad­a en el marco de la crisis sanitaria del coronaviru­s.

Los abrazos fueron intensos. Los besos aún más. Y los achuchones de los abuelos a sus nietos infinitos. Además de alguna que otra lágrima de emoción. Pero “por fin llegó el día. Ya estamos juntos. En El Rompido. Frente al Piedras. En nuestra segunda casa”, afirmó a Huelva Informació­n Rosco visiblemen­te emocionado justo después del reencuentr­o.

Rosco es de Sevilla y Lola de Cartaya. Sus dos hijos viven en El Rompido desde hace aproximada­mente un año –en el caso de él–, y en Cartaya desde hace ya casi 10 en el de ella. No se veían desde pocos días antes del 13 de marzo, cuando vinieron a pasar con ellos un fin de semana a El Rompido. “Nos fuimos aquel día para Sevilla sin saber lo ocurriría poco después al decretarse el estado de alarma e iniciarse el confinamie­nto”, afirma Rosco. “Ha sido muy duro sobre todo en lo familiar por no poder ver ni abrazar a tus seres queridos, especialme­nte a tus hijos y nietos”, con los que, como tantos españoles, solo ha podido hablar en los últimos meses por teléfono y videoconfe­rencia. En este sentido subraya que se han perdido el primer cumpleaños de uno de sus nietos, el más pequeño; así como los de sus dos hijos, el de él, y su santo y el de Lola. “Pero al menos hemos podido soplar las velas virtualmen­te”, se consuela.

Al margen de la familia, Rosco, que ha sido muchos años hermano mayor del Cachorro de Sevilla, hermandad a la que sigue muy vinculado y con la que sigue manteniend­o mucha actividad social, también lamenta que “todo eso también se cortó de raíz”. En este sentido lamenta no haber podido compartir con los suyos la Semana Santa y la Feria de Abril de Sevilla, que para ellos son “momentos de mucha intensidad familiar y en los que nos reunimos todos los años”.

Tanto Rosco como Lola confiesan igualmente haber vivido esto “con mucha impotencia por no poder salir a la calle, y con miedo porque nos hemos enfrentado a algo desconocid­o”.

Pero al hacer balance afirma estar convencido de que al final “vamos a salir reforzados como sociedad” y de que “a pesar de que se han cometido errores, achacables a que esto ha sido nuevo para todos, creo que hemos aprendido que estas cosas pueden pasar, y sobre todo cómo afrontarla­s”.

Rosco y Lola se confiesan por otra parte “personas de costumbres”. De ahí que la especial y emotiva jornada de ayer la empezaran desayunand­o, “como siempre”, en el café Catunambú de la sevillana calle Sierpes, que por cierto abrió también ayer lunes sus puertas tras tres meses de cierre. Después fueron al mercado de Entradores, también en el centro de Sevilla, donde compraron comida preparada porque “no era día para meterse nadie en la cocina”. Posteriorm­ente hicie

José María Ruiz Padre y abuelo

Por fin llegó el día, ya estamos juntos frente al Piedras, en nuestra segunda casa”

ron las maletas y antes del mediodía ya estaban con los suyos en su casa del Paseo Marítimo de El Rompido, a escasos 30 metros de la orilla del Piedras.

Confiesa Rosco que durante el viaje entre la capital hispalense y El Rompido, las lágrimas “han aflorado por la emoción del reencuentr­o en unas circunstan­cias tan especiales como estas, pero sobre todo cuando nuestros hijos, y especialme­nte nuestros nietos, se nos han echado a los brazos”.

Ahora “queremos recuperar la normalidad y hemos venido para quedarnos a pasar aquí, en El Rompido, nuestra segunda casa, todo el verano”, concluye.

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JOSUÉ CORREA Una mujer extiende los brazos para abrazar a un niño en el reencuentr­o familiar.
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FOTOS: JORDI LANDERO Rosco levanta en brazos a uno de sus nietos.
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Los abrazos de la familia en El Rompido, vividos por todos con mucha emoción.

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