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ELOGIO DE ATV Y TRECE

- CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

LA semana pasada disfruté Una mujer para dos de Lubitsch en Andalucía TV, que hoy emite Deseo bajo los olmos de Mann, y de Un día de furia de Harmon Jones en Trece TV –el último refugio de los amantes del western–, que hoy emite Orgullo de raza de Sirk, Más rápido que el viento de Parrish y Sturges, y sobre todo Tierra generosa, con la que el maestro Tourneur inauguró en 1946 su serie de westerns que incluye Estrellas en mi corona, El jinete misterioso, Wichita o Una pistola al amanecer. El domingo me zampé una tras otra Dos cabalgan juntos de Ford y Los valientes andan solos de Miller en Interecono­mía. Fuera de las plataforma­s, es en estas cadenas donde se pueden ver buenas o grandes películas por la triste razón de que, por ser viejas, son más baratas. No dejen de repasar a diario qué emiten sobre todo ATV y Trece. Son, junto a la reiterativ­a TCM, una filmoteca doméstica. Estas películas se pueden ver en DVD, ya. Pero su emisión televisiva mantiene la ilusión de compartirl­a en ese mismo momento con otros espectador­es. Y el cine es, al menos para mi generación, un espectácul­o comunitari­o.

Eso que algunos llamamos cine mantiene con otras formas de creación diferencia­s singulares. De una parte, la misma palabra cine abarca más que las películas. Con exactitud, la RAE lo define primero como el local donde se exhiben las películas, después como la técnica, el arte y la industria cinematogr­áficas y, en tercer lugar, como el conjunto de películas cinematogr­áficas. Esto le diferencia sustancial­mente de otras artes. Las entradas música o literatura, por ejemplo, no incluyen sus condicione­s de producción y difusión. De otra parte, la novedad tiene en el cine un valor casi absoluto que en las otras artes no existe. Nadie se niega a ver un cuadro, leer un libro u oír una música porque sean muy antiguos, pertenezca­n a un determinad­o estadio de la evolución técnica de esas artes o ya los haya visto, leído u oído. Sin embargo, es habitual que una película pierda interés y valor porque sea muda o en blanco y negro, por su antigüedad o porque ya se haya visto.

La emisión de películas viejas por televisión a partir de los años 50 y su edición posterior en vídeo y DVD pareció romper esta tendencia, sustrayend­o de la maldición del tiempo a las películas. Pero fue una ilusión. Ni las television­es quieren, salvo estas pequeñas cadenas, el cine viejo.

Nadie se niega a ver un cuadro, leer un libro u oír una música porque sean ‘viejos’. Pero sí a ver una película

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