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POST APOCALIPSI­S

- CARMEN CAMACHO

EN aquel tiempo, se trocaron las tornas, se tornaron las tuercas, y la Realidad, que ya de entrada era un delirio, convirtió a las gentes al credo del dislate. Corría el Año Cero, hubo grandes debacles y también muchos prodigios. El paso de la pequeña bestia de mil cuernos desvistió a la raza humana, la puso realmente en evidencia: quienes, presos del pánico, meses antes habían arrasado con todas las mascarilla­s, ahora paseaban con ellas colocadas en el codo, con la mera función de evitar multas. Había quienes las llevaban sujetándol­es las quijadas para que la boca no se les abriera del asombro. Algunos se aliviaban al pensar que aquella plaga sólo hería a los ancianos de la tribu, a muchos de los cuales dejaron morir sin cuidado por su cuerpo ni su alma. Esto fue una gran señal, pues los que consintier­on eso, sean quienes sean, parecieran no nacidos de madre ni conocerán el descanso. Comenzaron las exhortacio­nes escatológi­cas, y todo se confundió en un acabose. Los nostálgico­s de los censores gritaban “¡Libertad!”, los más conservado­res tro

Los ‘menteplani­stas’ abrazaron al becerro de plástico, bebieron veneno del sapo, dijeron no sé qué del 5G

caron en rebeldes y los antiguos antisistem­a en defensores del orden. Por aquel entonces, nadie parecía saber la diferencia crucial entre desobedece­r y no obedecer. En casa de Lázaro, Marta y María no recibieron al maestro con una copita de oporto, sino que le ungieron las manos y los pies con geles hidroalcoh­ólicos. Los bares abrieron antes que la escuela, y el día del Corpus los gentiles clamaron al Altísimo para que bajara la marea. “Gritar 8M es como gritar ¡viva la muerte!”, exclamó un fariseo, dejando a Millán-Astray por feminista. Sonó la tercera trompeta: ya se puede pasar de provincia.

La caída de Babilonia fue como profetizó San Juan. La Gran Manzana cayó en el oscuro caos de muertos innúmeros, ya luchan la paloma y el leopardo, los comerciant­es de la tierra lloraron sobre su geometría y angustia. El hombre del pelo amarillo mandó sofocar el tumulto para sostener una biblia ante las cámaras. Los menteplani­stas abrazaron al becerro de plástico, bebieron las siete copas de veneno del sapo, dijeron no sé qué del 5G. Llamaron apestados del mal de la cabaña a quienes quisieron acabar el libro que andaban leyendo en vez de correr a gastarse lo que ahora no tenían. El hijo del hombre y los hijos e hijas de mujer se protegiero­n del odio en sus casas, amores, cantares y labores. El Ángel de la Muerte había pasado cerca, y eso hizo, sin duda, comenzar a amar la vida más que nunca.

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