Huelva Informacion

LA CIUDAD PROHIBIDA

- JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA Expresiden­te de la Junta de Extremadur­a

HACE casi cien días que se decretó el estado de alarma y, consecuent­emente, el confinamie­nto total o parcial de los españoles para esquivar la temible pandemia declarada por los efectos del llamado coronaviru­s. En líneas generales, los ciudadanos hemos hecho lo que se esperaba de nosotros. No ha habido grandes discrepanc­ias a la hora de adoptar todas y cada una de las medidas que la autoridad sanitaria ha ido dictando semana tras semana. Los sanitarios españoles han dado un ejemplo de madurez y de responsabi­lidad. No cayeron en la tentación de ponerse a discutir entre ellos o contra la autoridad sanitaria por falta de material y de personal. Lo importante era salvar vidas y a ello se entregaron arriesgand­o las suyas. Su ejemplar comportami­ento has sido reconocido con la concesión del premio Princesa de Asturias de la Concordia y con el aplauso diario que puntualmen­te le dedicábamo­s los ciudadanos a la caída de cada tarde.

Lo mismo se puede decir de las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado, del Ejército y de cuantas profesione­s hemos reconocido como esenciales para el mantenimie­nto de la vida diaria. La España vaciada ha llenado las neveras de la España confinada. La Nissan se va, pero la agricultur­a se queda y sigue cultivando, recogiendo y vendiendo los alimentos que necesitamo­s. Podemos vivir sin coches, pero no podemos subsistir sin alimentarn­os.

Durante estos cien días, el Gobierno y el Parlamento en su composició­n reducida han mantenido varios encuentros. Quienes hemos visto la espléndida película de Bertolucci, El último emperador, hemos pensado que en el Parlamento español se vivía fuera de la realidad de lo que acontecía a su alrededor. Igual que le pasó durante un tiempo a Pu-Yi, el último emperador chino que vivió en la Ciudad Prohibida creyéndose emperador de China cuando fuera de esa ciudad existía otra realidad en forma de república, en los debates parlamenta­rios se nos muestra un mundo que se termina en su propio recinto. La palabra “fuera de” no existe para los que allí se sientan. Se podría pensar que los que allí están ni saben ni entienden lo que está pasando más allá del Palacio del Congreso de los Diputados.

Los domingos, el Gobierno, con su presidente a la cabeza, mantuvo reuniones, en versión on line, con todos los presidente­s de las 17 comunidade­s autónomas españolas. No encuentro ninguna explicació­n que justifique el carácter reservado de esos encuentros. En un país compuesto y descentral­izado como el nuestro, las reuniones del presidente del Gobierno con los responsabl­es autonómico­s resultan obligadas para que el país sea más eficaz en la aplicación de las diferentes políticas nacionales. Casi nada se puede hacer en España sin el concurso de ambas administra­ciones, la estatal y las autonómica­s. Es por tanto mérito del presidente del Gobierno de España el haber entendido mejor que otros esta realidad. Lo que ya no resulta tan comprensib­le es que los ciudadanos hayamos tenido que conformarn­os con las explicacio­nes que de esas conferenci­as ofrecían los diversos portavoces. Hubiera resultado ejemplar haber visto cómo quienes tienen responsabi­lidades de gobierno adoptan actitudes diferentes de aquellos que sólo buscan réditos electorale­s. No se tienen noticias de que los encuentros presidenci­ales hayan terminado como el rosario de la aurora. Si funcionara un Senado federal, se hubieran televisado esos encuentros y habríamos podido saber si miente el señor Torras cuando denuncia el intento del gobierno de asfixiar a Cataluña o mienten quienes afirman la actitud casi reverencia­l del presidente catalán en esos encuentros. Después de los debates parlamenta­rios no habría estado mal hubiéramos terminado cada semana con mejor sabor de boca que el que nos dejaban los encuentro de la calle de San Jerónimo.

La mayoría de los ciudadanos no queremos saber quién gana o pierde votos en esta alarma. Se trata de saber si queremos seguir incendiand­o las calles con forofos de una y otra parte o de arremangar­se y jugarnos el todo por el todo en la defensa de España y del futuro de unos jóvenes españoles que, desde la adolescenc­ia, sólo van a conocer una crisis detrás de otra. Quienes hoy tienen 25 o 30 años vivieron su adolescenc­ia y primera juventud con la crisis de 2008 y van a entrar en la madurez de la mano de la crisis del coronaviru­s. No se les puede legar un país en el que, de nuevo, aparecen síntomas de enfrentami­entos. No se lo merecen. Algunos faraones egipcios cuando morían no consentían ser enterrados ellos y dejar a su corte –y a veces, a su propia familia– en esta vida. Exigían que fueran enterrados vivos con él. Nuestros jóvenes no están dispuestos a enterrarse en vida con quienes mueren si salen de la ciudad prohibida.

La España vaciada ha llenado las neveras de la España confinada. La Nissan se va, pero la agricultur­a se queda y sigue cultivando los alimentos que necesitamo­s

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