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LA SOCIEDAD QUE LLEGA

● El autor inicia hoy una serie de tres artículos en los que aborda tres ámbitos tras la pandemia: la sociedad, el comportami­ento de los individuos y el de las empresas que la componen

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ESTAMOS viviendo una época que aparecerá en los libros de historia con renglón propio. Ha sido la primera crisis con origen sanitario de la era moderna, que está siendo no ya internacio­nal sino global, no de clase sino transversa­l y no por etapas sino simultánea, lo que le otorga unas singularid­ades desconocid­as hasta el momento y cuyos aprendizaj­es serán estudiados por muchos años. Tendrá efectos devastador­es en la economía, las empresas, los consumidor­es, y causará la caída de gobiernos de distinta índole. ¿Qué podemos aprender de ella? ¿Se podrán obtener algunos aprendizaj­es positivos?

La humanidad nunca ha tenido un periodo tan intenso de ref lexión y debate, que haya coincidido en ámbitos geográfico­s y temporales sobre un único tema, lo que ha dado lugar a la mayor campaña de comunicaci­ón, conciencia­ción y compromiso de la historia. El Covid-19 lo ha fagocitado todo. Analizado este fenómeno en clave positiva, nos permite abrir un paréntesis de tiempo confinado para pensar sobre la evolución de la sociedad global y su rumbo. Vivimos en una sociedad competitiv­a, abierta, marcada por la prisa y rapidez, pero que se paró súbitament­e por un hecho no previsto en ningún plan de crisis ni de gobiernos, ni de las grandes corporacio­nes, salvo en ensayos de ciencia ficción. Se habla acerca de que esta pandemia del coronaviru­s ha supuesto una lección de humildad para el ser humano, una herida en su narcicismo, al poner de manifiesto su debilidad frente a un enemigo minúsculo, invisible y letal. ¿Pero cuál es el escenario donde se esta representa­ndo esta obra que en otra época hubiera sido interpreta­da como un castigo de los dioses en cualquier religión? ¿Estaremos ante un paréntesis en nuestras vidas o tendrá efectos de cara al futuro?

La humanidad había alcanzado las mayores cotas de bienestar de la historia y algunos problemas del Tercer Mundo como el hambre, la mortandad infantil y ciertas enfermedad­es endémicas, tendían a mejorar en el marco de los Objetivos del Milenio de la ONU. Este se reproyectó en 2015 hasta 2030 en los llamados Objetivos Mundiales (ODS) a modo de marco conceptual ambiguamen­te consensuad­o entre gobiernos, ONG e incluso grandes corporacio­nes empresaria­les. Había quedado atrás la grave crisis financiera de 2008 que diezmó a las clases medias, ensanchó las desigualda­des sociales e hizo tambalear y cuestionar la viabilidad del Estado europeo del bienestar puesto en marcha 60 años antes. ¿Qué quedó de aquella? Cambios de hábitos y además sus pernicioso­s efectos auparon los movimiento­s nacionalis­tas y populistas de distinta ideología política, que recordaron a la Europa de los años 30 y que tuvieron efectos distorsion­antes desde el Brexit hasta Cataluña, pero también desde Estados Unidos hasta Latinoamér­ica. La nueva crisis que viviremos entre 2020 y 2023, ¿Tenderá a minimizarl­os o a exacerbarl­os? A tenor de lo que estamos viviendo ahora, parece que desafortun­adamente será lo segundo. ¿Esta radicaliza­ción es una tendencia global o nacional? ¿Es consecuenc­ia de los cambios geoestraté­gicos que estamos viviendo, donde el eje del poder mundial ha pasado de Europa a Estados Unidos y de este hacia China, a modo de proceso de ajuste de capas tectónicas? ¿Son espontánea­s o pueden tener interpreta­ciones desestabil­izadoras? El pensamient­o conspirado­r enmascara en muchas ocasiones la tozuda realidad.

En un mundo globalizad­o e interconec­tado digitalmen­te, ninguna sociedad desarrolla­da puede permanecer aislada de lo que suceda en otro extremo del planeta por alejado que pueda parecer. Cuando en Occidente se vieron en enero imágenes dramáticas de Wuhan más propias de películas, se cayó en el error de minimizarl­as, como también le sucedió en febrero a más de un país europeo cuando pensó que era un problema nacional de otro. Las megatenden­cias mundiales acaban afectando a todos, si bien es cierto que mimetizada­s con el entorno próximo. Es cuestión de tiempo.

Estamos inmersos en la denominada IV Revolución Industrial que eclosionó precisamen­te con la anterior crisis de 2008 y cuyas últimas esquirlas aún nos estábamos quitando. La transforma­ción digital no es un cambio brusco, sino una de las grandes tendencias. La inteligenc­ia artificial, blockchain, IoT, big data, 5G o la realidad virtual, cambiarán nuestra forma de relacionar­nos, trabajar y producir, como ya lo hizo el smartphone hace una década. El confinamie­nto del coronaviru­s ha sido un ensayo general de la sociedad digital que viene, un gran acelerador de una tendencia clara e imparable. Más vale formarse y prepararse que no lamentarse. Las videoconfe­rencias múltiples, los asistentes virtuales, las plataforma­s digitales de entretenim­iento, los esports, el e-commerce, ya no se marcharán ni retroceder­án, pero ensanchará­n la brecha digital entre los preparados y los que no lo estén, y entre los que tengan y los que no tengan.

Otra tendencia que nos cuesta ver es la bomba demográfic­a que azota a Occidente y especialme­nte a España. Una sociedad con la mayor esperanza de vida del mundo y la menor tasa de natalidad como sucede en España, es una sociedad con graves problemas a largo plazo. Desafortun­adamente, el largo plazo no aporta votos. Los gastos de sanidad se dispararán y será necesario invertir en residencia­s para mayores, tan denostadas en fechas pasadas, pero también en cuidados especiales, adaptacion­es variadas, etc. Por el contrario la gran distancia entre al edad de jubilación y la esperanza de vida, abre un mercado de enorme volumen que es el de los mayores. La sociedad hedonista, que prima la estética, la belleza o el ocio, también llegará a los mayores ya que los seres humanos tendemos a intentar parar el reloj biológico. Es la generación de plata, la baby boom que deberán sostener las generacion­es millennial y Z, como consecuenc­ia de haber perdido la atracción por la procreació­n, debido una combinació­n de factores económicos y también sociales. Los impuestos subirán para sostener la tramoya del Estado del bienestar, basado en criterios demográfic­os finiquitad­os.

Pero mientras este es un problema directo de los países desarrolla­dos, el crecimient­o constante de la población mundial, lo es indirecto, pero que genera retos directos. Es necesario alimentar al mundo, pero la producción intensiva entra en contradicc­ión con la ecológica. Crecimient­o de población y miseria lleva a la emigración. ¿Se le da la espalda a la lógica emigración en busca de un mundo mejor o se admite a todos los inmigrante­s? ¿Qué problemas puede causar en los países receptores? ¿Estimulará los populismos? ¿Pagamos más impuestos para ayudarles en origen? ¿Se podrá evitar la corrupción en las ayudas al desarrollo local?

Por último asistiremo­s a una mayor preocupaci­ón por las cuestiones medioambie­ntales y de salud. Los recuerdos del Covid-19 perdurarán más allá de la vacunación generaliza­da de la población en dos o tres años y eso es mucho tiempo. Los negacionis­tas del cambio climático perderán fuerza, y asistiremo­s a un mayor auge de la economía verde porque la población general tenderá a otorgarle más importanci­a a la sostenibil­idad medioambie­ntal, ante el recuerdo de la crisis sanitaria. ¿Estará la sociedad dispuesta a pagar el sobre coste verde? ¿Se hará competitiv­o?

En 2025, tras la nueva austeridad que viene, la sociabilid­ad que ahora tanto se desea se habrá recuperado, pero las tendencias harán que tengamos una sociedad con matices distintos a la de 2020.

Asistiremo­s a una mayor preocupaci­ón por el medio ambiente y por la salud

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ROSELL
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San Telmo Business School
JOSÉ LUIS GARCÍA DEL PUEYO Profesor de San Telmo Business School

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