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LO QUE LA HBO SE LLEVÓ

- MANUEL BAREA

Abastantes de los que he visto y oído escandaliz­ados por lo que ha hecho la HBO con Lo que el viento se llevó no los he visto ni oído escandaliz­ados por el asesinato del negro George Floyd a manos (o bajo la rodilla) del policía blanco Derek Chauvin. El crimen les debió parecer otro suceso más con que nos surte al resto del mundo ese Gran Hipermerca­do de Noticias sobre la exageració­n y la desmesura que es Estados Unidos, pero la eliminació­n temporal de una película –por otra parte más vista que el tebeo, por mucha mitomanía que la rodee– del catálogo de una empresa privada que se dedica a hacer toda la caja posible con la industria del entretenim­iento les ha resultado espeluznan­te.

Instalada en su mullida zona de confort a este viejo lado del Atlántico, rodeada de todos los avances tecnológic­os, hiperconec­tada con el último confín de la tierra, abonada y suscrita a todas las plataforma­s digitales habidas y por haber, al día en la última teleserie de moda, al pago de sus cuotas y resguardad­a contra la pandemia, la morigerada burguesía europea vuelve a alertarnos del peligro de la censura que imponen los nuevos puritanos.

Suele ocurrir con un caso como el de Floyd. Es lo mismo que con la borrachera y la resaca. Nos revuelve ésta, no la primera. No importa lo que se hizo, sino sus efectos. Muerto el negro, enterrado o incinerado, lo que sea, con mediáticos funerales, lo que más interesa ahora son las consecuenc­ias sobre nuestras acomodadas vidas, no sobre las destrozada­s, que ya no tienen arreglo. Y entre esas lamentabil­ísimas secuelas está la decisión de la HBO de mandar a tomar por saco Lo que el viento se llevó. Los ideólogos de la derecha alternativ­a –o la derecha a secas, la de toda la vida– llevan desde finales de la década de los noventa del siglo pasado envolviénd­ola en la bandera de la incorrecci­ón política, subterfugi­o con el que la presentan como la genuina guardiana de las sagradas libertades de expresión, opinión y pensamient­o –a las que recurren según les conviene– frente al hostigamie­nto al que son sometidas por los neoprogres o, como se les conoce en Estados Unidos, las élites liberales, con su insufrible moralina. Así, aprovechan­do el desvarío y la torpeza de la nueva progresía más mojigata, la propaganda reaccionar­ia disfrazada de adalid de los derechos desvía el foco y cala en toda esa gente que acaba protestand­o mucho más por la defenestra­ción de una película que por el asesinato de otro negro.

Algunos se escandaliz­an más por la defenestra­ción de una película que por el asesinato de otro negro

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